Por Ricardo Carrere
Desde nuestras primeras lecciones de geografía en la escuela, se nos enseña que el Uruguay tiene apenas el 3 ó 4% de su superficie cubierta por bosques. Para mostrar lo terrible de esta situación, se nos dice que Francia tiene el 25% de bosques, Finlandia el 80%, Suecia, Noruega, Canadá, Estados Unidos y otros países desarrollados poseen grandes masas boscosas y que la situación de Uruguay en la materia es sólo comparable a la de Haití.
Este tipo de enfoque es típico del Uruguay europeizante y significa una negación de nuestra propia realidad, por considerar que no se adapta al modelo deseado. Se trata de medir nuestra grandeza o nuestra inferioridad, comparándonos con los países supuestamente desarrollados. Cuanto más nos parezcamos a ellos, más desarrollados seremos y a la inversa, cuanto más nos apartemos de ese modelo, más atrasados estaremos.
Esa manera de vernos a nosotros mismos evidencia un tipo de mentalidad que no sirve a nuestro desarrollo como sociedad. Pero además, en lo estrictamente forestal, constituye un disparate.
Cuando los españoles conquistaron estas tierras, el Uruguay no estaba cubierto por bosques. A lo sumo habría un 6-8% de monte indígena. Es más, si a Hernandarias se le ocurrió introducir vacunos al país, fue precisamente porque el ecosistema predominante era la pradera. Por lo tanto, no tiene sentido pretender que lo que el país necesita es cubrir estas praderas con árboles para “mejorar el medio ambiente”. Desde el punto de vista ecológico, transformar la selva tropical en praderas es una hecatombe de similar magnitud a la de sustituir las praderas con bosques. Sin embargo, todos entienden que la selva debe ser conservada como tal, mientras que pocos defienden la pradera contra su transformación en cultivos forestales de eucaliptos y pinos, que ni siquiera son asimilables a verdaderos bosques.
Uruguay no tiene apenas el 3-4% de bosques. Lo que tiene es un territorio cubierto en más de un 80% por pasturas, que han sido el punto de partida de nuestro desarrollo histórico (social, político y económico) y que constituyen nuestro ecosistema original. El cultivo forestal es eso, un cultivo, asimilable al trigo, al maíz, al arroz y a todo tipo de cultivos que el país ha desarrollado a lo largo del tiempo. Nada tiene que ver con el mejoramiento del medio ambiente y mucho menos con nuestro nivel de desarrollo. Este no se mide en superficie forestada, sino en calidad de vida de sus habitantes. Si el cultivo forestal contribuye a esto último, bienvenido sea, pero teniendo claro que, en lo ambiental, no sólo no significa una mejoría, sino que, al igual que los demás cultivos, implica la destrucción del tapiz original y conlleva profundas modificaciones de los ecosistemas donde se lo instala.
El árbol no es bueno o malo en si.o en toda circunstancia. El usarlo, bien o mal, depende de nosotros los humanos. Aún existen vacíos de investigación sobre esta temática, pero ya se dispone de suficientes elementos como para iniciar un debate constructivo del tema.
Artículo publicado en Tierra Amiga No. 12, abril de 1993