Por Ricardo Carrere
Tanto la ciencia como el conocimiento popular caracterizan al monte indígena como siendo de lento crecimiento. El presente artículo apunta a cuestionar dicha creencia, aportando para ello elementos conceptuales y cuantitativos que hasta ahora, a juicio del autor, no han sido tomados suficientemente en cuenta.
Productividad y crecimiento no son sinónimos
El primer aspecto a tener en cuenta es el de diferenciar entre la productividad del monte y su crecimiento. El monte indígena no está compuesto sólo por árboles. Se trata de un ecosistema complejo, donde interactúan componentes físicos y biológicos como agua, suelo, clima, energía, flora y fauna, que a su vez interactúan con otros ecosistemas.
Tradicionalmente, se ha diferenciado entre la capacidad del monte de generar servicios (conservación de cuencas hídricas, generación y protección de suelos, conservación de biodiversidad, etc.) y productos (leña, maderas, etc.). Esta diferenciación, si bien resulta útil para el análisis, también puede llevar a limitar el concepto de productividad del monte, confundiendo productividad con productos y por ende con crecimiento físico de los árboles. Esto a su vez lleva a minimizar los aspectos centrales de las funciones del monte y a destacar sólo aquellos productos que tienen un valor de mercado, como la leña.
Si se tomara en cuenta el valor de todos los servicios provistos por el monte y se le sumasen sus productos, casi seguramente se llegaría a la conclusión de que la productividad del monte es enorme y seguramente muy superior a la de cualquier monte de eucaliptos o pinos. El monte produce agua, suelos, oxígeno, fauna, maderas, sustancias con aplicaciones químicas y medicinales, alimentos, contribuye al equilibrio biológico a nivel local y planetario, sirve de apoyo a la producción agropecuaria, etc. El hecho de que a la mayoría de estos valores no se les asigne un valor de mercado implica, no que ese valor no exista, sino que es invalorable. ¿Cuánto vale para Montevideo el agua generada por los montes de la cuenca del río Santa Lucía? ¿Cuál es el valor de los frutos y semillas que alimentan a las aves? ¿Cuánto vale la fauna que habita en los montes? ¿Qué valor se asigna al néctar y al polen que son aprovechados por los productores apícolas?
Monte y madera tampoco son sinónimos
Habiendo aclarado lo anterior, es posible ahora restringirnos a analizar el crecimiento del monte.en materia de biomasa vegetal. La primera constatación es que no existe absolutamente ninguna información al respecto.
En efecto, los ya de por si escasísimos estudios existentes sólo encaran la medición del material leñoso aprovechable para leña, carbón y algunos otros usos de las maderas. Sin embargo, la biomasa vegetal comprende no sólo la madera de los árboles, sino también sus raíces, corteza, hojas, ramillas, frutos, semillas, así como todas las plantas (herbáceas, epífitas, parásitas) que forman parte del monte. Para hablar entonces de crecimiento del monte y más aún para afirmar que es de lento crecimiento, habría que tomar en cuenta el crecimiento total del mismo, sobre lo cual no existe información. Por consiguiente, lo único que se puede decir es que se desconoce si el monte es de lento o rápido crecimiento en materia de biomasa vegetal.
Nuestros montes tienen sus peculiaridades
Restringiendo aún más el concepto de crecimiento para abarcar sólo a los componentes leñosos y dentro de estos solamente a los aprovechables para leña, cabe hacer dos puntualizaciones:
– No todos los montes son iguales y tampoco lo son sus crecimientos. El monte de sierra es probablemente más lento que el ribereño o que el de quebrada. También probablemente lo es el monte de parque. El uso del adverbio “probablemente” no es casual, sino que resulta inevitable frente a la inexistencia de estudios comparativos al respecto y de la poca confiabilidad de las estimaciones “a ojo”, por lo que veremos a continuación.
– Nuestro monte indígena posee características muy peculiares. Se trata de un monte compuesto por numerosas especies arbóreas y arbustivas, la mayoría de las cuales poseen fustes cortos e incluso numerosos fustes, con tendencia a bifurcarse. Por otro lado, muchas de ellas presentan amplias copas, con una elevada proporción de ramas en relación con el tronco. Sin embargo, si bien lo anterior es válido como generalización, también hay que señalar la existencia de especies altas, con tronco bien definido y con un bajo porcentaje de ramas. Resulta por consiguiente muy difícil comparar “a ojo” el crecimiento de estos dos tipos de árboles. Si se compara su crecimiento anual en diámetro y altura, casi seguramente se llegará a la conclusión de que el árbol alto y recto (p.ej., viraró, laurel, sauce, ibirapitá) crece más que el bajo y muy ramificado (p.ej., coronilla, molle, mataojo), ya que no se estará tomando en cuenta a las ramas, donde radica la mayor parte del crecimiento del segundo tipo de árbol.
Las viejas pruebas del rápido crecimiento del monte
Lo más interesante de este tema, es que hace ya muchas décadas que se demostró que algunos montes indígenas presentaban un crecimiento comparable al de las plantaciones tradicionales de eucaliptos y pinos (no estamos hablando de los cultivos forestales modernos, con preparación intensiva del suelo, fertilización, selección genética, y desmalezamiento químico o mecánico). A esto se agrega que no existe ningún estudio similar que contradiga dicha constatación.
En la década de 1940, los agrónomos del Servicio Forestal realizaron la medición de toda la madera extraída de tres montes que habían sido cortados años atrás y cuya fecha anterior de corta era conocida. El método empleado consistió en apilar toda la madera aprovechable para carbón, lo cual incluía no sólo el tronco, sino también la mayor parte de las ramas. Se midió entonces el volumen de madera apilada y se lo llevó a toneladas, obteniéndose los siguientes resultados de crecimiento anual por hectárea:
Isla Queguay, monte de 20 años: 12,5 tons/há/año Isla Queguay, monte de 20 años: 9,5 tons/há/año Río Cebollatí, monte de 18 años: 11,7 tons/há/año
¿Crecimiento rápido, medio o lento?
Puede discutirse si este crecimiento debe ser considerado rápido o medio, pero de ninguna manera puede catalogarse como lento. Pocas plantaciones tradicionales de eucaliptos o pinos realizadas en el pasado en las estancias han mostrado crecimientos superiores a estos. Sin embargo, todos consideran que el eucalipto es rápido (“lo ven crecer”) y que el monte es lento (“está siempre igual”).
De lo anterior se desprende que, siendo ese el crecimiento promedio de un monte compuesto por muchas especies, evidentemente el mismo debe contener, tanto especies que crecen menos, como especies que crecen más que el promedio. Es decir, que no sólo se constata que el monte es de crecimiento relativamente rápido, sino que además contiene especies de crecimiento aún más rápido.
Es necesario aclarar, de todos modos, que estas conclusiones no son necesariamente generalizables a todos los montes del país. Seguramente habrá desviaciones en más y en menos de los valores que se han manejado en este artículo. Pero sí se debe destacar que estas son las únicas conclusiones que se pueden extraer a partir de la información disponible que, insistimos, aporta los únicos datos cuantitativos serios a los que hemos podido acceder.
Cabe entonces cuestionar, por un lado, la falacia del supuesto lento crecimiento del monte indígena, dado que la misma no cuenta con base científica alguna y por otro lado destacar la enorme productividad de nuestros montes, que se constata cuando se contabiliza la totalidad de productos (con y sin valor de mercado) y servicios que éste aporta directa o indirectamente a la comunidad en su conjunto.
Artículo publicado en Tierra Amiga No. 28, setiembre de 1994