Ayudando a los ricos a enriquecerse y a los pobres a empobrecerse mientras siguen subsidiándose los combustibles fósiles
Por Jutta kill, Sinkswatch y Ben Pearson, CDMWatch
El concepto de comercio de carbono como instrumento para “evitar el peligroso cambio climático” apareció por primera vez en las negociaciones que desembocaron en el Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC) de 1992. Según dicho Convenio, los proyectos que aducen reducir emisiones de gases de efecto invernadero podrían vender las emisiones “ahorradas” a una compañía que encuentra más lucrativo pagarle a otros para que reduzcan emisiones que reducirlas ella misma. Si bien el concepto enfrentó cierta oposición, la primera Conferencia de las Partes del UNFCCC de 1995 estableció una fase piloto de Actividades Ejecutadas Conjuntamente (Actividades Conjuntas o AIJ, por su sigla en inglés), un mecanismo que permitiría la realización de esos proyectos. En respuesta, un gran número de países, entre ellos Costa Rica, Vietnam, Zimbabwe, Rusia y Estados Unidos, establecieron fondos para AIJ e iniciaron proyectos.
En 1996, el Banco Mundial también estableció un fondo AIJ conjuntamente con el Gobierno noruego y la CFI, que posibilitó proyectos experimentales. Si bien los proyectos no podían generar créditos de carbono comercializables, comenzaron por crear la experiencia y el conocimiento necesarios para futuros proyectos. Como señaló el Banco, este comienzo temprano fue “fundamental para establecer una base a largo plazo para las actividades conjuntas y otros proyectos de comercialización de aspectos ambientales”.
El concepto de un mercado de carbono fue compatible con la liberalización en marcha del Banco y el programa de desreglamentación para el Sur, y el Banco abrazó con entusiasmo el nuevo mercado, procurando desde sus inicios convertirse en un actor clave. Con su extensa línea de proyectos y experiencia en financiar proyectos para países en desarrollo, el Banco Mundial estaba muy bien ubicado para posicionarse como administrador de los fondos de gobiernos e industrias de países industrializados que buscaran invertir en proyectos, especialmente en el Sur, que les permitieran reducir menos las emisiones nacionales. Adoptar la función de administrador de fondos fue también potencialmente lucrativo. Los primeros documentos internos sobre las actividades del mercado de carbono del Banco estimaron que el mercado internacional de “compensación” de emisiones de carbono alcanzaría miles de millones de dólares en 2020, y que el Banco estaría en posición de captar 100 millones de dólares por año en ingresos netos en 2005. Además de su programa de actividades conjuntas, el Banco comenzó una gama de programas de “creación de capacidad” en países en desarrollo claves –como el programa de Estudios Estratégicos Nacionales- para identificar proyectos y comenzar a establecer la infraestructura jurídica e institucional necesaria para futuros proyectos del mercado de carbono.
A medida que las negociaciones internacionales sobre el clima avanzaron, acercándose a la etapa en que los países industrializados debían asumir las metas obligatorias de reducción de emisiones contempladas en el Protocolo de Kyoto de 1997, el Presidente del Banco Mundial James Wolfensohn propuso en la Conferencia Río + 5, en junio de 1997, un Fondo de Inversiones de Carbono. A través de ese fondo el Banco invertiría dinero de países industrializados en proyectos que redujeran los gases de efecto invernadero a cambio de créditos de carbono que los países industrializados podrían utilizar para cumplir sus metas de Kyoto. En la conferencia, el Banco se declaró “dispuesto a crear dicho Fondo, si los signatarios de la Convención consideran que la propuesta es útil”.
Lo hicieron, pero no con el Banco como administrador. La propuesta fue recibida al principio con escepticismo, salvo por funcionarios oficiales de Estados Unidos y una o dos organizaciones no gubernamentales, y los países aceptaron dos mecanismos similares con base en proyectos en el marco del Protocolo de Kyoto que permitirían a los países con una meta de reducción de emisión de gases, explotar las oportunidades de reducción teóricamente más baratas en otros países: las actividades conjuntas habilitarían la ejecución de proyectos en otros países con metas de reducción, y el Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL) habilitaría la ejecución de proyectos en países en desarrollo que no tuvieran una meta de reducción.
El plan del Banco de un Fondo de Inversiones de Carbono fue fácilmente adaptado a esta nueva realidad. Tan solo 20 meses después, en julio de 1999, el Presidente Wolfensohn había recibido el respaldo del Directorio del BIRF para crear el Fondo de Prototipo de Carbono (PCF, por su sigla en inglés), un fondo que actuaría en la misma línea que el Fondo de Inversiones de Carbono propuesto, pero dentro del marco del MDL y las actividades conjuntas. El PCF fue públicamente lanzado en enero de 2000 con contribuciones de Finlandia, Holanda, Noruega, Suecia y una serie de compañías y casas comerciales japonesas. Pronto le siguieron una variedad de otros fondos administrados por el Banco. La estructura de los fondos del Banco también está concebida para demostrar la utilización de “asociaciones públicas y privadas” en que el PCF es el modelo emblemático y se describe como “una asociación público-privada para combatir el cambio climático global”.
Actualmente, el Banco es una de las mayores fuentes de financiamiento público para la industria de combustible fósil. Desde 1992 hasta fines de 2004, el Grupo Banco Mundial aprobó 11.000 millones de dólares para financiar 128 proyectos de extracción de combustible fósil en 45 países. Esos proyectos producirán más de 43.000 millones de toneladas de emisiones de dióxido de carbono, con más del 82% del financiamiento del Banco Mundial para extracción de petróleo destinado a proyectos que exportan el petróleo a países del Norte industrializado. Tan solo en 2003, el Banco concedió financiamiento por 2.500 millones de dólares para proyectos de combustible fósil.
En contraste, la capitalización combinada de los seis fondos administrados por el Banco a partir de mayo de 2004, asciende a 410 millones de dólares. Así, la cifra total que los fondos de carbono del Banco colocarán en proyectos que “reducen” los gases de efecto invernadero durante un periodo de siete años, será aproximadamente el 20% del financiamiento anual del Banco Mundial para proyectos de combustible fósil que producen gases de efecto invernadero. Incluso la cifra total de inversiones que el Banco estima serán potenciadas por todos sus fondos de mercado de carbono es de solamente 2.200 millones de dólares, menos que el gasto de 2003 en combustibles fósiles.
En 1999, el año en que se creó el PCF, el Banco aseguró a las ONGs que se centraría en proyectos de energía renovable, si bien ese mismo año el Banco rechazó una propuesta de redirigir el 20% de su financiamiento principal a proyectos de energía renovable. Cinco años después, el Banco nuevamente rechazó propuestas de suspender el financiamiento de industrias extractivas y utilizar sus préstamos para “promover agresivamente la transición a energía renovable” –esta vez del Examen de las Industrias Extractivas, del propio Banco. El rechazo a eliminar progresivamente la financiación al combustible fósil vino recién dos meses después que el Banco había auspiciado la primera feria comercial del mercado del carbono en Colonia, Alemania, cuyo material de promoción llamaba al cambio climático “uno de los mayores desafíos que enfrenta la humanidad”.
El paquete de financiación para el controvertido proyecto del oleoducto Chad-Camerún es más que la capitalización combinada de los seis fondos de carbono del Banco Mundial. Las emisiones de gases de efecto invernadero relacionadas directamente con ese proyecto se estiman en 446 millones de toneladas de dióxido de carbono –más de seis veces el total de reducción de emisiones que se espera logren los 43 proyectos actuales del PCF en los próximos 21 años, y aproximadamente 3 veces la cantidad total de reducciones que se esperan de los seis fondos de carbono del Banco.
La contradicción que implica financiar proyectos que producen gases de efecto invernadero y al mismo tiempo pregonar una función de liderazgo en contribuir a “evitar el peligroso cambio climático” no termina aquí. Los fondos de carbono del Banco continúan esta tendencia, ya que numerosos inversionistas del PCF reciben simultáneamente del Banco financiamiento para proyectos de combustible fósil.
Las contribuciones de las empresas Mitsui (PCF y BCF), BP, Mitsubishi, Deutsche Bank, Gaz de France, RWE, y Statoil a los proyectos del mercado de carbono en 1999-2004 fueron de 45 millones de dólares. El apoyo que recibieron del Banco Mundial para proyectos de combustible fósil en 1992-2002 ascendió a 3.834.600 millones de dólares.
Aún más increíble es que en muchos casos los inversionistas del PCF reciben créditos de reducción de emisiones de proyectos en países en los que están simultáneamente llevando a cabo proyectos de combustible fósil apoyados por el Banco –proyectos que ayudarán a dejar a esos países atrapados en una matriz energética de combustible fósil y provocará emisiones de mayor magnitud que las que los proyectos del PCF dicen reducir.
El Banco está en una posición poco convincente en la que alega estar desarrollando un mercado de emisiones de gases de efecto invernadero para resolver un problema que el propio Banco ayuda a perpetuar.
Dado el papel histórico del Banco en el financiamiento y promoción del uso de combustible fósil, quizá no cause sorpresa que haya aparecido como uno de los paladines más comprometidos en el uso de los fondos de carbono para promover proyectos de plantación de árboles –los llamados sumideros de carbono, porque los árboles absorben carbono de la atmósfera. Al absorber emisiones de carbono en el corto plazo, las plantaciones de árboles ayudar a evitar medidas inminentes para reducir las emisiones de carbono en la fuente, que inevitablemente implicarían reducir el uso de combustible fósil. A pesar del discurso del Banco acerca de que el PCF se enfoca en proyectos de energía renovable, los dos proyectos de sumideros de carbono del PCF en Brasil y Moldovia, aducen un total combinado de más de seis millones de créditos de reducción de emisiones -15% del volumen de crédito de proyectos adoptados a partir del 30 de setiembre de 2004. Además, el Banco tiene un fondo especial de sumideros de carbono –el BioCarbon Fund (BCF), que se espera dará cuatro millones de créditos de carbono a través de aproximadamente 14 proyectos pequeños de forestación. Los críticos argumentan que sin el apoyo del BCF, muchos de esos proyectos pequeños no podrían competir en un mercado en que un proyecto de plantaciones de árboles en gran escala como el proyecto Plantar del PCF, entregará 4,2 millones de créditos de carbono –más que el total de la cartera del BCF. El Banco Mundial podría también impulsar más proyectos de plantaciones a través de su Fondo de Carbono para el Desarrollo Comunitario, que fue creado para “dar al carbono un rostro humano”.
El Banco se ha atribuido públicamente la tarea de “vender” sumideros de carbono. La literatura del Banco sobre sumideros de carbono se centra en proyectos comunitarios pequeños con énfasis en el alivio de la pobreza y el desarrollo sustentable. La consigna del BioCarbon Fund es –y lo dice sin vergüenza alguna– “traer el financiamiento del carbono a los pobres del mundo”. Detrás de su discurso, el Banco apunta a utilizar los fondos de carbono para los mismos proyectos de plantaciones industriales de árboles que hace largo tiempo ha propiciado. El primer proyecto de sumidero de carbono llevado a cabo por un fondo de carbono del Banco Mundial –el PCF en este caso– es el proyecto Plantar en Minas Gerais, Brasil; el proyecto establecerá 23.000 ha de plantaciones de eucaliptos que temporalmente secuestran carbono antes de ser convertidos en carbón vegetal para su utilización en producción de hierro en lingotes. Para los pequeños agricultores vecinos, las consecuencias de esta plantación son devastadores: se han secado arroyos y humedales, los productos químicos contaminan el aire y el agua, y la diversidad de especies que alguna vez habitaron esas tierras ha desaparecido.
El proyecto Plantar estuvo siempre destinado a ser un precedente para otros proyectos del mismo tipo. El Documento de Evaluación del Proyecto 2002 establece explícitamente que “Se espera que el proyecto prepare el terreno para proyectos similares en el futuro”.Proyectos como Plantar son el centro real de la agenda de sumideros de carbono del Banco. El BCF es principalmente un “maquillaje verde” que pretende aumentar el apoyo hacia los sumideros de carbono con iniciativas políticamente atractivas que distraen la atención de proyectos como Plantar, que se basan en la producción industrial de madera. Sin embargo, en el mercado de carbono actual, proyectos del tipo de los que está aplicando el BCF, darán poco más que una foto de carátula para el informe anual del BCF, dados los elevados costos y los volúmenes mínimos de créditos de carbono que generarán estos proyectos. Los volúmenes pequeños también darán una respuesta muy insignificante al cambio climático en la medida que justifican nueva liberación de carbono fósil.
Si los proyectos de carbono pretenden atraer inversiones comerciales y generar volúmenes importantes de créditos de carbono, es inevitable que impliquen proyectos basados en la producción industrial de madera, como Plantar. Una comparación de los créditos de carbono generados por el proyecto Plantar comparado con el BCF subraya bien el argumento: El único componente de Plantar de secuestro de carbono generará más créditos de reducción de emisiones que todo el BioCarbon Fund, y la destrucción de los bosques relacionada con proyectos de extracción de combustible fósil e infraestructura para ello, financiados por el Banco Mundial, seguramente liberarán más carbono que el que los proyectos del BCF aducen secuestrar.
Fuente: Boletín Nº 93 del WRM, abril de 2005