Por Víctor L. Bacchetta
Uno de los técnicos uruguayos contratados por la empresa finlandesa Botnia salió a la prensa a descalificar –en grueso estilo– las críticas a la instalación en el país de dos plantas de celulosa con tecnología ECF. Más que un aporte a la discusión, es una tentativa de desvirtuarla, para que no se avance demasiado en el tema.
Poco a poco, pero sin vacilación, ha crecido en Uruguay y Argentina, y entre ambos gobiernos, el debate en torno a la instalación de dos fábricas de celulosa sobre el río Uruguay. Un debate nada fácil, porque deben usarse términos y datos técnicos poco manejados hasta el presente, pero que es imprescindible. No obstante, han surgido señales de que algunos actores quieren desvirtuar la polémica en curso.
Bajo el titular “Severas críticas a los ecologistas por su oposición a plantas de celulosa”, el diario La República publicó, el domingo 14 de agosto pasado, una entrevista de su corresponsal en Fray Bentos, Sandra Dodera, al doctor Danilo Antón, en donde con las credenciales de gran experiencia y dominio técnico se incurre en varias inverdades, gruesos calificativos y errores de valoración.
Antón es un geógrafo uruguayo con amplia trayectoria internacional. Doctorado en Francia, se desempeñó como director o profesor en centros de investigaciones y universidades de México, Arabia Saudita, Canadá y Uruguay, dirigió proyectos en más de 40 países de África, Asia y América Latina, investigó en geomorfología, hidrogeología, geología y sedimentología y tiene varios libros publicados.
En la entrevista (digamos entre periodistas que, en lugar de una entrevista, es una conversación), el doctor Antón alude, en forma difusa, a que estuvo trabajando para la empresa Botnia. Sin duda, el Informe Ambiental Resumen (IAR) presentado por Botnia a la Dinama, coloca a Danilo Antón a la cabeza del equipo que habría realizado estudios de suelo, geología, hidrogeología y aguas subterráneas.
Por cierto, además de contratar a profesionales, estas empresas emplean a técnicos del país en donde proyectan operar y este factor, la condición criolla, también suele ser utilizado como argumento para validar las conclusiones del trabajo. Pero, sin más preámbulos, vayamos a los temas y consideraciones hechas por Antón.
Río Uruguay, un gran receptor de basura
Luego de afirmar que “el río Uruguay es un cuerpo receptor enorme”, el doctor Antón agrega: “la planta de celulosa funciona así; si funciona bien el equipo de tratamiento la misma tiene muy poco impacto, casi ningún impacto en el medioambiente. Pero vamos a imaginar el peor de los escenarios. Que algo tenga bastante impacto… eso se va diluyendo algunas cuadras río abajo. Seguramente menos de 10 km, en 4 o 5 km se deja de sentir incluso la diferencia de temperatura… ”
Estas palabras coinciden con las conclusiones del IAR de Botnia y, también, con su falta de seriedad científica. Decir que el río Uruguay es un cuerpo receptor “enorme” no significa nada si no se habla sobre el estado actual del mismo con respecto a su calidad original. Y la afirmación posterior, que no hace referencia al volumen ni a las sustancias del efluente previsto por Botnia, induce directamente al engaño.
En cuanto al estado del río Uruguay, desde hace unos años se constata a través de distintos estudios un creciente deterioro de la calidad del agua, alterada sobre todo por los desechos de las poblaciones ribereñas –del orden del millón de habitantes, entre Argentina, Brasil y Uruguay–, que vierten tanto sus redes sanitarias como los efluentes de las industrias locales, prácticamente todos sin tratamiento.
En el propio informe confeccionado por la Dinama para evaluar el IAR de Botnia, del 11 de febrero de 2005 (Expte: 2004/14001/1/01177), se dice lo siguiente:
“La información de la calidad del agua del Río Uruguay presentada en el EsIA induce a concluir que existen parámetros cuya concentración excede los límites establecidos por el Decreto 253/79 y/o por el Digesto sobre Usos del Río Uruguay de la CARU para aguas Clase I (agua bruta destinada al abastecimiento público con tratamiento convencional). En algunos casos, los valores registrados exceden inclusive los límites para usos menos exigentes.
Adicionalmente, el análisis de información histórica de calidad del agua del Río Uruguay evidencia que este curso presenta problemas de eutrofización, consecuencia de una elevada carga de nutrientes (N y P). Esta situación ha generado frecuentes floraciones de algas, en algunos casos con importante grado de toxicidad dado por floraciones de cianobacterias. Estas floraciones, que en los últimos años han mostrado un incremento en frecuencia e intensidad, constituyen un riesgo sanitario y generan importantes pérdidas económicas ya que interfieren con algunos usos del agua tales como las actividades recreativas y el abastecimiento público de agua potable.”
“A esta situación ya existente se debe agregar –dice la Dinama– que en el futuro, el efluente de la planta (de Botnia) descargará un total de 200 t/a (toneladas anuales) de N (nitrógeno) y 20 t/a de P (fósforo), valores que equivalen aproximadamente a la descarga de los efluentes cloacales sin tratar de una ciudad de 65000 habitantes”. O sea, tres ciudades de Fray Bentos y, si contamos a Ence, una y media más.
Pues bien, queda demostrado que la ‘capacidad receptora’ del río Uruguay ya está bastante comprometida, pero además las cifras citadas sobre el vertido de Botnia sólo se refieren al nitrógeno y el fósforo. Dentro de un volumen previsto de 41.000 metros cúbicos diarios de efluentes que se volcarán al río, las plantas de celulosa de tecnología ECF elegidas para el Uruguay, contienen otros elementos contaminantes peligrosos que incluyen diversos compuestos del cloro –aquí entran las dioxinas y furanos– y la llamada carga de TSS (Total de Sólidos Suspendidos)
Sobre este aspecto, el doctor Antón reitera que la contaminación será insignificante o nula y asegura que, en la peor hipótesis, esto “se va diluyendo algunas cuadras río abajo”. La ligereza es total, porque los policlorados, aún en bajas concentraciones, son no destructibles y bioacumulables, pasan de una especie a otra, inclusive al humano, y sus efectos se perciben a largo plazo. Por lo tanto, es irresponsable minimizarlos y justificar no controlarlos. Sin base técnica, hay que pensar que el motivo sea otro: la rentabilidad, porque el control eleva los costos.
Al final, alguien tiene que producir papel
Más adelante, la entrevista al doctor Antón apela a un argumento ingenuo –pero que ha sido utilizado incluso por autoridades del gobierno uruguayo para justificar su decisión–, al decir que “alguien tiene que producir papel”, como si los ecologistas estuvieran en contra de la producción y los usos apropiados del papel.
La periodista Dodera afirma: “Los ecologistas para difundir sus ideas y su posición en contra de las celulosas, utilizan el papel”. Y el Dr. Antón acompaña diciendo:
“No sólo para difundir las ideas, si usamos el papel tenemos que ser conscientes que alguien en algún lugar produce ese papel, o sea que en algún lugar hay una planta de celulosa para producir ese papel y esas plantas tienen efluentes, y alguien se va a quejar de esa situación (…) Y la verdad es que uno es cómplice, si uno considera que algo es malo, que es un crimen, uno está cometiendo un crimen porque está comprando papel. Yo creo que hay un entrevero, una contradicción mental de esta gente. Cuando uno se pone en contra de algo, tiene en su vida que expresarlo también, uno no puede decir una cosa y hacer otra.”
Sin duda, un “entrevero mental” es lo que busca esta entrevista, posiblemente para que todo siga entreverado como está. En primer lugar, la producción de celulosa y sus derivados en el mundo actual tiene un destino principal superfluo, mucho más allá del papel necesario para escribir y publicar. En segundo lugar, no hay una única forma de producir celulosa y la elegida para el río Uruguay no es la mejor.
Veamos sólo algunos datos para respaldar estos hechos. De acuerdo con la FAO, el consumo de papel en el planeta se multiplicó por tres en los últimos 30 años y en el año 2000 se calculaba que aumentaría en 50% para el año 2010. Pero todos los países no consumen igual: en el Norte se consume 14 veces más papel y 10 veces más madera que en el Sur o, desde otro ángulo, los países más industrializados consumen 81% del papel y 76% de la madera en el mundo.
Por persona y por año, en Francia se consumen 190 kg de papel y cartón, en Estados Unidos esa cifra se eleva a 330 kg y en Finlandia a 332 kg, pero en Uruguay son sólo 40 kg y en China e India promedia menos de 10 kg.
La producción mundial de papel supera hoy los 300 millones de toneladas anuales, pero la mayor parte de este crecimiento nunca estuvo destinada a satisfacer reales necesidades humanas, sino a generar formas de consumo superfluo que aseguren la rentabilidad de la industria de la celulosa y el papel. Y a generar más basura: el papel y cartón es el 40% de los desechos sólidos municipales en EEUU.
Nadie que piense seriamente en las necesidades humanas fundamentales puede dudar de que es posible reducir esa espiral de consumo desatada sin afectar las aplicaciones útiles del cartón y del papel. Para alcanzar ese nivel de producción necesaria, además, existen procedimientos menos depredadores (aumentando el reciclaje) y tecnologías limpias y seguras, libres de cloro y sus derivados.
Botnia, Ence y los técnicos que les sirven, las autoridades que apoyan la instalación de estas plantas en Uruguay, todos hablan en favor del medio ambiente. Hablan de “mejores tecnologías disponibles” y de “niveles de contaminación permitidos” pero, tratándose de producir papel útil, ninguno ha explicado porqué utilizan la tecnología ECF, que es contaminante y sus controles no logran la seguridad deseada.
Para agrandar el ‘entrevero mental’, Antón dice que el tema central “es una cuestión de poder. El sindicato de los trabajadores de la industria del papel es muy fuerte y las empresas son cooperativas, como el caso de Botnia” (sic). Sí, el sitio Web de Botnia dice que es una “cooperativa de propietarios de bosques finlandeses, y de las papeleras M-Real Oyj y UPM-Kymmene Oyj” (sic). ¡Pobrecita Botnia!
Descalificando, quedamos todos iguales…
Finalmente, el Dr. Antón, haciendo un gran esfuerzo para explicar la oposición a las plantas de celulosa dice que “esto se está manejando con mucha irracionalidad. De una irracionalidad que no se puede creer. No se ponen los hechos sobre la mesa, se inventan cosas y se tiran. Y he notado que no se le está dando la información objetiva a la población, no es por culpa de los periodistas ni de nadie, y es porque la sociedad funciona así, muy politizada desde el peor punto de la palabra.”
A esa altura de la entrevista, parecería que el ‘entrevero mental’ lo pescó también al entrevistado pero, por lo visto, Antón no sólo quiere descalificar a los que se oponen a sus actuales puntos de vista –con denominaciones tales como “irracionales”, “cuenteros”, “esquizofrénicos”, “locos”, etc.–, sino que quiere descalificar el debate, con aquel argumento de que ‘están en contra porque están contra mí’.
Algo similar es la última afirmación de Dodera, al decir: “Acá hay juegos de poder muy complejos que están jugando. Hay problemas de poder y van a jugar un rol y eso no es que sea bueno ni malo, la vida es así” (sic). O sea, reducen la vida a un juego de poder, en donde el poder da derechos. Así actúan hoy ciertas empresas, políticos, técnicos e individuos, pero no les daremos el gusto de imitarlos.
Sería mejor quedarnos con la imagen del profesor Danilo Antón al final de un trabajo suyo de algunos años atrás, cuando escribió: “En esta ‘nave-Tierra’, sin embargo, no podemos darnos ‘el lujo’ de arriesgarnos a sobrepasar los límites, cualesquiera que éstos sean; tal vez no haya una segunda oportunidad”. (Antón 1999)
* Víctor L. Bacchetta
© Rel-UITA
19 de agosto de 2005