Ha sido en Chile donde “el modelo forestal” introducido a los países del Sur –vale decir, el esquema de plantaciones en gran escala de monocultivos de árboles generalmente con destino a producción de celulosa para exportación– se ha “vendido” con mayor fuerza.
El régimen militar de 1973 creó el marco para la introducción de las políticas neoliberales de desregulación, privatización y apertura económica unilateral con las cuales se desarrolla el sector forestal, uno de los pilares de la macroeconomía chilena. La actividad forestal es la segunda en importancia en Chile después de la minería del cobre y figura entre los diez principales productos que concentran más del 50% del valor total de las exportaciones.
Lo que no se dice es que si bien las grandes forestales han contribuido a crear una macroeconomía descollante, también es cierto que, por otro lado, han generado niveles de desigualdad social igualmente descollantes, y una sustitución de bosques nativos por plantaciones de monocultivos de árboles exóticos que ha empobrecido y expulsado de sus tierras ancestrales a la gente que vivía en y de esas tierras, provocando al mismo tiempo un deterioro del paisaje y de los factores ambientales, entre ellos en especial el agua. Los párrafos siguientes, extractados de un artículo publicado en la revista Enlace (abril 2007), muestran claramente los impactos sobre la gente y el ambiente:
En la época del año de mayor demanda de mano de obra, en la comuna de Los Sauces, Provincia de Malleco, sur de Chile, la forestal Mininco sólo da trabajo a 19 personas de la comuna, con salarios muy bajos. En una región donde alguna vez reinaron trigales y bosques nativos de robles, raulíes y lingues, hoy las plantaciones exóticas de pino radiata y de eucalipto ocupan casi dos tercios de los suelos cultivables. En esta comuna predominantemente rural y con un 20% de población indígena mapuche se instalaron las más grandes empresas de la industria maderera: Mininco, Arauco, Cautín, Comaco, Casino y Tierra Chilena, entre otras. Como ocurre en otras partes del país, sus enormes ganancias se traducen en pérdida de calidad de vida para los lugareños. El 33,8% de la población vive entre la pobreza y la indigencia.
La actividad agrícola descendió 22% en los últimos 10 años, forzando a poco más de 1.400 personas a emigrar a los pueblos donde forman cinturones de pobreza en medio de la opulencia de las empresas forestales. Una de las razones es la falta de agua, ya que las plantaciones forestales han resecado los suelos. Cada verano la municipalidad debe distribuir agua en camiones para el consumo domiciliario.
Pero además de la falta de agua está el problema de la contaminación con agrotóxicos. Los vecinos de los sectores rurales Porvenir Bajo y Porvenir Alto sufren graves problemas por las fumigaciones que efectúa la forestal Comaco. Los agrotóxicos, principalmente herbicidas (glifosato y simazina), son esparcidos en forma mecánica o manual antes de plantar y en diversos momentos de la primera etapa de crecimiento de los árboles, contaminando ríos, esteros y acequias.
María Martínez vive con su marido en una pequeña propiedad colindante con una plantación de pinos y su única fuente de aprovisionamiento de agua es el estero cercano. De allí se surten para el consumo familiar, para dar de beber a los animales y para regar sus sembrados. “Yo he sentido dolores de estómago”, señala ella con preocupación. Diez de sus doce ovejas murieron y está convencida que se envenenaron con plaguicidas, “porque la empresa ha fumigado a la orilla del estero”.
Los vecinos denunciaron que se aplican agrotóxicos hasta el borde del camino público. Una acequia que corre paralela al camino arrastra aguas turbias de sospechoso color blanquecino y en las orillas la vegetación se ve quemada. En el verano los camiones de la empresa forestal van y vienen a todas horas levantando nubes de polvo (con residuos de plaguicidas) que ingresa en las casas, daña el pasto del que se alimentan los animales e inutiliza los productos de las huertas familiares.
En Los Sauces hay razones para temer a los venenos químicos. En 1997 murieron una mujer de 70 años y un niño de 14, intoxicados con un raticida anticoagulante (bromadiolona) esparcido por la empresa Bosques Arauco. En esa ocasión se intoxicaron varias personas, murieron animales domésticos y reses. Posteriormente falleció un niño tras haber comido hongos silvestres que su familia, como muchas otras, recolectaban y consumían con frecuencia sin haber padecido antes ningún malestar. También el padre del menor resultó intoxicado, aunque logró salvarse. Como se desató una polémica respecto de la causa, la municipalidad encargó un estudio a la Universidad Austral de Valdivia donde se indica que “la dispersión incontrolada de grandes cantidades de sustancias tóxicas como pesticidas (herbicidas, insecticidas, fungicidas, etc.), empleados en la agricultura, puede convertir en venenosos hongos silvestres que normalmente son comestibles”.
En la comunidad mapuche Lorenzo Quilapi Cabetón, en el sector de Queuque, de Los Sauces, la mayoría de los jóvenes ha emigrado en busca de trabajo. “Sufrimos mucho por las forestales”, dice Pilar Antileo. Su familia ya no tiene huerto, “no se puede plantar sin agua”. Llegaron a tener 150 aves que producían huevos “para el gasto y algo para la venta, pero ahora no se puede porque los zorros que soltaron las forestales para que se comieran a los conejos [que afectaban a los pinos], también se comen a las gallinas”. Después de una fumigación aérea se intoxicaron varias personas que consumieron hongos silvestres. “Falleció una señora, Margarita Espinoza. Y un niño de 13 años encontró unos conejos muertos y los llevó a su casa. Se los comieron y se enfermaron todos. El niño murió y su mamá ha seguido enfermiza hasta hoy. Otra mujer, Mercedes Huenchuleo, fue al cerro a ver los animales y sintió un olor malo. Se enfermó y falleció. Dijeron que tuvo un ataque cardíaco”, señala Pilar. Hay otros casos de muerte dudosa que la gente asocia a los plaguicidas.
En el sector Guadaba Abajo comenzaron a fumigar con aviones hace tres años, en plantaciones de la Forestal Cautín. Ireni Polma, de la comunidad Antonio Pailaqueo, dice que a su familia se le murieron las abejas y que ella desde entonces padece de una alergia permanente en el rostro.
Los herbicidas más utilizados en Los Sauces son simazina y glifosato (Rango y Roundup). El primero de ellos se vende en Chile con etiqueta “verde” (indicativo de una supuesta baja toxicidad) pero está restringido en la Unión Europea desde 2002.
A los impactos denunciados por RAPAL en ese artículo se suman otros más recientes. Ahora parecería que las empresas forestales recurrirán a más venenos aún, ya que una enfermedad –desconocida hasta ahora– está atacando a los grandes monocultivos de pino insigne. Se trataría de un hongo, que ataca las hojas y las va secando hasta dejarlas como “quemadas”. La paulatina caída de las hojas no solo resulta en una menor tasa de crecimiento, sino que además vuelve a los árboles más susceptibles al ataque de otras enfermedades, que eventualmente los llevan a la muerte.
Los primeros ataques del denominado “daño foliar del pino” fueron detectados en 2003 pero la alarma cundió recién a fines del año pasado, cuando la plaga pasó de afectar sólo algunos terrenos aislados a cubrir cerca de 100 mil hectáreas. La mayoría de las plantaciones dañadas se encuentran en el suroeste de la Región del Biobío, en la provincia de Arauco, donde más de la mitad de la superficie está ocupada por plantaciones de pino insigne.
Una de las principales empresas plantadoras –Forestal Arauco– ya comenzó a realizar fumigaciones aéreas que, como no podía ser de otra manera, provocaron diversos daños en las comunidades cercanas a las plantaciones. De acuerdo a informaciones de prensa, “algunos pobladores aseguran que una vez que pasaron los aviones, adultos y niños comenzaron a presentar síntomas como irritación en los ojos, dolores de cabeza, náuseas, vómitos y diarrea”. Incluso varios apicultores, aseguraron que “los fungicidas provocaron la muerte de casi la mitad de sus colmenas de abejas”.
Esta es, pues, la amarga contracara del “exitoso modelo forestal chileno”: destrucción y deterioro del ambiente y expulsión, desempleo, enfermedades y muerte para las comunidades locales; todo eso para sustentar las ganancias de unas pocas empresas.
El “exitoso” modelo forestal tiene una base muy débil, y la mentira de su éxito, las patas cortas…
Artículo publicado en el boletín 120 del WRM, julio 2007 – http://www.wrm.org.uy/boletin/120/opinion.html#Chile