por Víctor L Bacchetta (*)
“La falla de nuestra época consiste en que sus hombres no quieren ser útiles sino importantes.” Winston Churchill
El estallido del verano de 2009 nos deparó sorprendentes declaraciones de los gobernantes de Argentina y Uruguay relacionadas con el conflicto por la instalación de la pastera Botnia a orillas del río compartido. Si el silencio del período precedente pareció un signo de reflexión o de búsqueda de caminos para destrabar y encauzar el conflicto, la realidad lo defraudó.
“Antes de terminar mi gestión los puentes tienen que estar libres”, dijo a sus funcionarios la presidenta Cristina Fernández. “Nosotros nunca estuvimos de acuerdo con los cortes”, agregó el ex presidente Néstor Kirchner. “Sinceramente, creo que el tema de los cortes es más problema para Argentina que para Uruguay”, comentó el presidente Tabaré Vázquez.
¿Puede el gobierno argentino decir eso, sin más, luego de haber llevado a todos sus gobernadores a Gualeguaychú para declarar la lucha contra Botnia “causa nacional”? ¿Puede el gobierno uruguayo decir eso, sin más, luego de haber reiterado hasta el cansancio que el levantamiento de los cortes era la condición para dialogar? ¿Pueden ambos gobiernos lavarse las manos de esa manera?
“Vamos a esperarlos de pie y cantando el himno”, respondió el entrerriano Jorge Fritzler, como quien se enfrenta al pelotón de fusilamiento (político).
Especulaciones sobre el significado de estas actitudes abundan. Estarían en el juego la secretaría de la Unasur, trancada por el veto uruguayo a Kirchner; el dragado del canal Martín García para el tránsito por el río Uruguay, trancado por la cancillería argentina; la presión de los transportistas y otras trancaderas más. Sin desmerecerlos, ¿alguno de estos asuntos tiene la entidad del que se dirime en La Haya?
Evidentemente, no. Pero las zancadillas y la discusión de temas laterales a la cuestión de fondo –al final, el corte es una medida de lucha como otras utilizadas por los movimientos sociales cuando se sienten ignorados– muestran la incapacidad de los gobernantes para evaluar los errores de conducción y la magnitud del daño en la relación de los países y los pueblos. ¿Es posible repararlo?
Un conflicto en una familia o entre países y pueblos hermanos es como una enfermedad, no puede solucionarse eliminando a una de las partes. La lógica de aplastar al más débil –la población de Gualeguaychú en este caso– es la misma lógica del que para curarse de una enfermedad decide extirpar la zona que le duele. Además de lo que pierde, la enfermedad reaparecerá en otro lado.
Sirven a la lógica del aplastamiento las entidades que se autodeclaran “independientes”, sin tener el consentimiento de las partes, y que difunden informes concluyendo que Botnia no contamina o que contamina. Tengan o no razón, en la medida que no sean avalados previamente por los afectados, sólo sirven para alimentar la posición de una de las partes y aplastar la de la otra u otras.
Sirven a la misma lógica los que reducen la cuestión a si el corte es legal o ilegal. Sin duda es ilegal, pero no aporta al acuerdo el que sólo busca confirmar esto sin alterar su posición en lo principal. ¿La instalación de Botnia es legal o ilegal? Se espera que La Haya falle al respecto. Pero si se optó por el hecho consumado, ¿qué garantía hay de que las partes aceptarán ese fallo y que se solucionará el conflicto?
La “licencia social para operar” de proyectos que afectan la vida de las comunidades en su entorno es un concepto reconocido hoy por todas las agencias de desarrollo y los grupos económicos comprometidos con una visión de desarrollo sustentable. Si no se pudo o no se supo aplicarlo, primero hay que reconocerlo y luego desandar o reparar lo mal hecho. Este es el desafío para los verdaderos estadistas.
(*) Publicado en Semanario Brecha, de Uruguay, 23/1/09.