Paso de la Cruz. Vive de la forestación, hoy casi paralizada
Por Daniel Rojas
En Paso de la Cruz el panadero hace el reparto caminando y la basura se recoge en un carro tirado por dos caballos. Pese a su tamaño, este pueblo del interior de Río Negro no escapó a la crisis financiera mundial.
Esta localidad del Uruguay profundo está rodeada de árboles. Grandes empresas como Rivermol, Forestal Oriental (Botnia) y Stora Enso tienen importantes extensiones de campo en la zona conocida como el “corazón forestal” del departamento. Hoy, el sector está prácticamente paralizado por la inestabilidad de los mercados internacionales y eso golpea directamente al pueblo que vive casi exclusivamente de ese rubro.
Juan González nunca imaginó que el impacto de la crisis financiera internacional iba a afectar la calidad de vida en este pueblo de 400 habitantes.
Ha visto por televisión que el mundo está muy complicado desde el punto de vista económico y financiero, pero pensó que lo que ocurría en las grandes ciudades del mundo no tendría nunca un punto de contacto con este alejado pueblo del interior de Río Negro, ubicado a 135 kilómetros de Fray Bentos.
A Juan le cuesta entender que lo que él sufrió en carne propia es por efecto del mundo globalizado en el que vivimos.
Algunos debieron marcharse buscando trabajo en otras zonas, pero otros pudieron organizarse en cooperativas para bajar costos y ofrecer los mismos servicios que una empresa tercerizada donde, a diferencia de antes, el intermediario se llevaba la mejor parte.
DENUNCIAS. Un hecho positivo para Paso de la Cruz es el control impuesto por las grandes forestales a empresas contratistas. El propio Ministerio de Trabajo documentó denuncias en las que operarios se desempeñaban sin medidas de seguridad y vivían en carpas de nylon, en condiciones infrahumanas. Eso ya no ocurre, o al menos no es tan evidente como antes.
Roque Andrada se refiere a su pueblo diciendo que ahora “está más o menos, porque el trabajo que había era para las mujeres que hacían tareas de limpieza en los montes, pero desde hace cuatro meses se paró todo”.
No duda en afirmar que “con las forestales vino la pobreza más grande. Es verdad que en el arranque (en las plantaciones) existió mucho trabajo, pero ahora no hay nada. Una máquina con una persona corta el árbol, lo pela y carga el camión `¿Y nosotros qué hacemos?`”, se preguntó. “Yo mismo me tuve que ir a trabajar a Sarandí de Navarro” (a 100 kilómetros de distancia), agregó.
Dice que de los pueblos alejados de las ciudades, los políticos se acuerdan en tiempo de elecciones. Francisco Lafourcade comparte el comentario: “Eso es muy cierto, vienen 5 minutos cuando precisan el voto y después no se ven nunca más. Prometen muchas cosas que nunca cumplen”, afirmó el dueño del almacén que está a la entrada del pueblo. “La gente vive el día a día, es tranquilo para vivir en familia, pero hay que lucharla siempre”, acotó.
Los más veteranos añoran el campo de antes, las estancias y la gente que le daba vida.
Eladio Techera tiene 82 años. Vive desde siempre en Paso de la Cruz. “Acá es tranquilo, siempre fue así, pero ahora está bravo, porque no hay trabajo en las quintas (de eucaliptus). Antes era mucho mejor, en las estancias trabajaba mucha gente. Ahora hay vacas y ovejas, pero ni cerca de lo que era esto”, consideró.
El panadero vende menos, confía que en octubre haya mejoras
Andrés Varale es el panadero de Paso de la Cruz. Está todo tan cerca que distribuye caminando el producto elaborado por sus propias manos, en compañía de sus dos hijas cuando no están en la escuela.
Lamenta que “no hay trabajo porque las forestales están paradas”, lo que incide directamente en sus ventas, que cayeron a un tercio. “Bajó mucho, antes amasaba una bolsa y media de harina y ahora sólo una bolsa” (de 50 kilos). Confía que entre octubre y noviembre las forestales comiencen a revertir el panorama adverso y eso se vea reflejado en la ocupación de mano de obra.
Los residuos de Paso de la Cruz son recogidos por un carro tirado por dos caballos, propiedad de Arturo Leguiza. El servicio es municipal y se trata de una vieja costumbre, difícil de ver en otros lugares del país. “Esto ya no existe en Uruguay, bueno aquí mismo casi no quedan carros”, dice Arturo, un funcionario municipal diferente: no reclama por horas extras o un escalafón diferenciado. La basura la recoge puntualmente dos días a la semana. Los otros jornales los dedica a arreglar las calles o, si no, se ocupa de tareas que la escuela demande.
En pueblos de tierra adentro, “hay que dar una mano en todo”, dice.
Fuente: El País Digital