Por fin se dieron a conocer los reportes conjuntos de los gobiernos de Argentina y Uruguay sobre la calidad de las aguas del Rio Uruguay en la zona de Fray Bentos. Otra vez se generó una fuerte polémica y regresaron los conocidos slogans de unos cuantos uruguayos y argentinos consideran que sus aguas son casi un paraíso ecológico y las del vecino hierven de contaminación.
Para no caer en los simplismos, lo primero que debe hacerse es dar la bienvenida a que se difundan las evaluaciones de la calidad de las aguas. Se brindaron tres reportes: uno para la planta Orión (la ex Botnia) en Uruguay, el segundo para la desembocadura del Río Gualeguaychú en Argentina, y un tercero para el Río Uruguay. El monitoreo se inició en 2011, y los datos llegan hasta 2015, cubriendo una gran área geográfica.
Frente a estos resultados regresaron las interpretaciones apuradas. Desde Argentina fueron comunes titulares como este: “Papelera: monitoreo conjunto reveló que la ex-Botnia contaminó el Río Uruguay” (diario Ambito, 2 noviembre). Desde Uruguay, prevalecieron anuncios opuestos: “Monitoreos de UPM afirman que la pastera no contaminó el río Uruguay” (El País, 2 noviembre).
Como puede verse, otra vez se cayó en análisis maniqueos desde uno y otro país, como si nada se aprendió de los anteriores conflictos. Es más, algunos comentarios periodísticos uruguayos, por momentos, parecerían entender que Uruguay sería un paraíso ecológico y la orilla argentina estaría hundida en un infierno contaminado. Como veremos, esas son posturas erradas y además tontas.
Un entrevero ecológico
Los reportes muestran que para la zona de la ex Botnia, hay impactos sobre las aguas aunque en muchos indicadores esos efectos están por debajo de los límites que impone Uruguay. Por ello se insiste en que las plantas “no contaminan”. Pero es cierto que han ocurrido violaciones puntuales; el caso más claro ocurre con la presencia de fósforo (que en tres ocasiones superó los límites aceptables). Todo esto más o menos se sabía ya que los informes de nuestra DINAMA son públicos desde hace tiempo. Pero es evidente no esas aguas no son un paraíso ecológico.
En Gualeguaychú, en la margen argentina, los reportes muestra una condición ambiental grave. Se registran importantes y repetidas superaciones de los límites para once indicadores, destacándose aluminio, amonio y berilio; no pasan desapercibidos los altos niveles de mercurio.
Pero es necesaria una advertencia clave: los indicadores estudiados no son exactamente los mismos en las aguas argentinas y en las uruguayas. Es más, Argentina dio a conocer más indicadores de calidad ambientales que lo que hace Uruguay. Por esto, los dos casos no son exactamente comparables.
Los reportes también dejan en evidencia el deterioro de las aguas del Río Uruguay. Se superaron los límites en hierro, aceites y grasas, y hay un deterioro en el oxígeno disuelto en el agua, con algunas violaciones por ejemplo para cobre, cromo y níquel.
Esquivando simplismos y dogmas
Aclarado todo eso se puede intentar desarmar la madeja de declaraciones livianas. Es censurable que en nuestro país se tomen esos reportes como una especie de certificación de excelencia ambiental (un Uruguay “natural”), mientras que la “verdadera” contaminación estaría en Argentina. Eso sería una tonta competencia, como si dos pacientes con cáncer se dijeran uno al otro que “yo estoy mejor que tú”. Pongamos las cosas en su justo término: enfrentamos serios problemas ambientales, y uno de los más graves está en el agua, y entre ellos en la calidad de las aguas del Río Uruguay. No hay nada que festejar porque nosotros compartimos esas aguas, y la contaminación de Gualeguaychú también nos afecta.
Además, creer que la condición ambiental uruguaya es óptima puede tener negativas consecuencias para la gestión. Algo de eso ya sucedió en el pasado, cuando durante el duro conflicto de las pasteras nuestro gobierno insistía en que era el “Uruguay natural”. Entretanto se consumaba la inoperancia en gestionar las aguas de la cuenca del Río Santa Lucía que desembocó en la actual crisis.
Tampoco puede subestimarse lo que hace Argentina. Ese país evalúa un número mayor de atributos de la calidad de sus aguas, y Uruguay debería mejorar en el mismo sentido.
Otra madeja a desarmar reside en los simplismos políticos. Es muy claro que con estos niveles de contaminación en Gualeguaychú, si los militantes de esa ciudad fueran fieles a las exigencias que hacían años atrás, ahora deberían estar bloqueando su propia ciudad y clausurando sus plantas, movilizados contra el gobierno por el pésimo estado de sus aguas.
Eso confirma que años atrás operaron actores partidarios que azuzaban el conflicto buscando adhesión política dentro de Argentina. Algo similar también ocurrió en Uruguay, donde se aprovechó el conflicto para nutrir un nacionalismo elemental. También contribuyeron organizaciones ambientalistas transnacionales, como ocurrió con Greenpeace Argentina (con prácticas como la toma simbólica del puerto Fray Bentos o exhibir una vedette en tanga en una cumbre presidencial). Eso aseguraba publicidad pero no atacaba la raíz de los problemas. El responsable de esas acciones, Juan Carlos Villalonga, directivo en Greenpeace, luego pasó a ser encargado de temas ambientales en la ciudad de Buenos Aires bajo el gobierno de Mauricio Macri, y ahora es legislador nacional por el PRO. En Argentina pasaron de ambientalismos kirchneristas a otros macristas, mientras que aquí seguimos casi estancados en materia de gestión ambiental.
Ante estas situaciones, una vez más queda en claro que para no caer en los simplismos es indispensable tener un acceso libre a información que sea independiente y rigurosa, y analizarla desde el compromiso con la calidad de vida de las personas y del ambiente.
EL MONITOREO
Los reportes divulgados por la Comisión Administradora del Río Uruguay (CARU) provienen de 50 campañas mensuales de registro para las dos primeras localidades, realizadas entre junio de 2011 y julio de 2015, y para 32 campañas en el río Uruguay entre setiembre de 2012 y abril de 2015.
Para evaluar la situación de las aguas se seleccionaron una serie de parámetros, tales como el oxígeno que está disuelto en ella o la presencia de sustancias peligrosas como cianuro y arsénico, y se reconocieron unos estándares, por ejemplo un valor máximo permitido de las sustancias presentes. Esos requerimientos se basaron en unos casos en el Digesto sobre el Uso y el Aprovechamiento del Río Uruguay elaborado por la CARU, o en las normativas propias de Argentina o Uruguay.
Por Eduardo Gudynas
Publicado en el Semanario Voces – 10/11/2016