La forestación artificial provoca un nuevo ciclo de despoblamiento de los campos sanduceros
por Víctor L. Bacchetta (*)
Con menos agua, menos pastos, mayores plagas y menos trabajo, no hay pueblo de la campaña que resista. Aunque la propaganda oficial lo desmienta tenazmente, esa es la fórmula resultante del proceso de forestación implantado en el Uruguay en los últimos años y que está obligando a los pobladores del campo a irse… ¿adónde?
Las reflexiones que siguen son el resultado de una recorrida por la región al sur y este del río Queguay en el departamento de Paysandú. Hacia el sur se localiza uno de los focos más importantes y dinámicos de la forestación en el Uruguay. Partimos del Km 444, como se llama a la estación del antiguo ferrocarril, situada a la altura del Km 39 de la Ruta 90, que une la capital del departamento con la ciudad de Guichón.
A escasos kilómetros de allí, siguiendo por la R-90, se encuentra el pueblo de Piedras Coloradas, la autodenominada Capital de la Madera, como reza en un cartel, y donde se realiza, todos los años, la Fiesta de la Madera. Las modestísimas viviendas, entre las que se cuentan algunas carpas improvisadas de un grupo recién llegado desde la frontera, incitan a descubrir el verdadero significado de esos nombres.
Las Flores, hoy le llaman Pueblo Seco
Parece obvio que una plantación forestal tan extendida –unas 40 mil hectáreas en la zona-, creciendo a una velocidad de 1,65 metros cada seis meses, tiene que requerir cantidades considerables de agua. Sin embargo, desde esferas oficiales y el ámbito técnico de las empresas se lo ignora o se minimiza y resta importancia.
Recorriendo la zona, lo obvio es contundente: la falta de agua para consumo humano ya hizo desaparecer el antiguo poblado de Las Flores, hoy conocido por Pueblo Seco, a 3 km de Piedras Coloradas. De las 40 familias que vivían del cultivo de sandía, sidra y maní, quedan en ese lugar sólo las taperas y tres casas ocupadas.
Las plantaciones llegaron hasta 30 metros del lugar habitado, apenas separado por el camino. El impacto comenzó a percibirse entre el segundo y tercer año de iniciada la forestación de La Merced y Caja Bancaria. Los pozos de hasta 22 metros se fueron secando y hoy existe un único pozo con agua, de 55 metros de profundidad.
Durante un tiempo, la falta de agua en el pozo familiar se remedió trayéndola de más lejos. Los niños aprovechaban la ida a caballo a la escuela para volver cargados con dos bidones de agua. Pero al final se fueron porque las cosechas no eran suficientes. Además del pozo seco, faltaba la humedad del suelo para los cultivos.
Cuando se les plantea el problema del agua, los ingenieros de las empresas forestales recomiendan perforar más abajo. El costo en la zona de un pozo profundo, para llegar a 60 metros y conseguir cierto caudal, es de unos 3.500 dólares, suma imposible para una familia modesta, que difícilmente puede recurrir a un crédito bancario.
En la otra dirección, hacia el oeste de Piedras Coloradas, el arroyo San Francisco está forestado en algunos trechos en ambas márgenes y casi hasta la propia orilla. Desde cierta distancia se ve una delgada franja del monte criollo original del arroyo, a la que sigue una plantación de sauces y luego la mayor de eucaliptos detrás.
Según testimonios recogidos en la zona, del San Francisco sólo quedan a veces unos pozos con agua, porque el cauce se seca. La parte superior del arroyo está ocupada por la forestación y los vecinos aguas abajo no reciben agua suficiente para el ganado. El caudal se recupera en parte con las lluvias, pero sigue siendo menor.
¿Qué hacen los sauces, ya que no son procesados y aumentan la absorción del agua? Todo indica que el plantío de sauces en ese lugar sólo busca evitar el pago por área no forestada. De acuerdo con la legislación vigente, toda el área forestada –y el sauce es una especie habilitada a tales efectos- está exenta de impuestos.
En el arroyo Valdez, a unos 3 km de Piedras Coloradas, los vecinos también registran una reducción clara del caudal. En Colonia Diecinueve de Abril, los pozos de 20 a 25 metros ya no sirven, deben ser cada vez más profundos. Los bañados de la zona han desaparecido; donde antes no se podía pasar hoy es transitable.
Falta de pastos y campos de pastoreo
En la ruta desde Paysandú, al mismo tiempo que comienza a aproximarse una muralla gigantesca formada por los montes de eucaliptos de la forestación, llama la atención la cantidad de ganado pastando en el camino, es decir, en la angosta franja de terreno que debe quedar entre la carretera y el alambrado de los campos linderos.
A veces están atados o cuidados por sus dueños pero, para contener muchos animales en una ruta de intenso tráfico como esa, ha llegado a construirse, en varios trechos, un alambrado paralelo, común y a veces electrificado, algo que obviamente contraviene todas las reglas de uso de la vía pública y de seguridad en la carretera.
Este fenómeno no es una anécdota, se sigue encontrando en todos los caminos de la región, principales y secundarios, y es síntoma de la falta de pastos y de tierra para el pastoreo. La tierra de pastoreo se ha reducido por la enorme superficie ocupada por la forestación y por la misma razón se ha reducido la producción de forrajes.
Hasta en la zona del Queguay Chico, alejada de las plantaciones de árboles, se acusa el impacto de la forestación en la falta de tierras para el pastoreo. “Antes, cuando venía una seca fuerte, siempre había campos para llevar el ganado, pagando por supuesto. Hoy simplemente no tenemos adónde ir”, comenta un estanciero del lugar.
Algunas forestaciones practican el silvopastoreo, o sea, permiten la introducción de animales para pastar en la plantación, algo que conviene obviamente a la empresa forestal pero que, para el dueño del ganado, es un mero paliativo y, aparte de que lo debe pagar, le puede traer consecuencias peligrosas y mucho más caras.
Mientras el ganado en la plantación consume el poco pasto que encuentra, limpia el terreno, los caminos internos y la franja de 20 metros libres que marca el fin del campo, llamada “cortafuego”. Las empresas forestales cobran 0,50 a 0,70 dólares por hectárea por año por aceptar un servicio que si lo contrataran no sería nada barato.
Que las forestadoras puedan cobrar en vez de pagar es indicativo de la fuerte demanda de lugares para pastar. Pero sucede que, adicionalmente, en el ambiente húmedo de las plantaciones se cría un hongo que puede ser mortal para la vaca. A veces el animal se salva con una dosis de drogas, pero muchas veces las vacas han muerto.
Algunos consideran que la responsabilidad es del ganadero, porque dicen que la vaca come ese hongo por falta de sal y de calcio, que le debería ser administrado antes de soltarlo en la plantación. El hecho es que, de una u otra forma, ya sea con tratamiento previo o posterior a la ingesta del hongo, el que paga más es el ganadero.
Y tampoco es una anécdota. Productores del lugar estiman que la mortandad por el hongo ha llegado hasta un 20 por ciento del ganado introducido. Y esto por un simple paliativo que se reduce con el tiempo, porque a medida que los árboles crecen dejan pasar menos el sol y el pasto que puede crecer a su alrededor es menor.
Aumento (real y relativo) de las plagas
Al indagar si se registra un aumento o reducción de las plagas que han afectado o puedan afectar la producción agrícola y ganadera de la región, el jabalí concita la unanimidad. Todos los vecinos de la forestación coinciden en afirmar que el jabalí creció y amplió sus desplazamientos, favorecido por estas condiciones.
Tradicionalmente, el jabalí se guarecía en el monte lindero de los ríos y arroyos. En la actualidad, la plantación le da protección porque no hay vigilancia con el fin de evitarlo. Y aparte de que se deje o no cazar allí –a veces sí y a veces no-, la caza del jabalí no se practica por necesidad sino por deporte, un deporte muy caro por cierto.
La forestación ofrece mayor guarida también a otros depredadores como el zorro y el “mão pelada”. La perdiz y la martineta, que eran comunes en estos campos hasta no hace mucho, prácticamente no se ven, porque son una presa para el zorro. “Es lo primero que matan”, asevera un productor de la Colonia de Arroyo Negro.
Los lugareños registran un aumento significativo de las palomas, que habitan mucho en los montes de pinos y sobreviven a todo. No así de las cotorras, que sólo anidan en eucaliptos grandes y viejos, generalmente fuera de la forestación. Y tampoco de las serpientes, porque necesitan de la luz solar para regular su temperatura.
Pero si el jabalí, el zorro y la paloma aumentaron su población en términos reales, otras plagas para la producción como la cotorra han incrementado a ojos vistas su impacto destructor, sencillamente porque los lugares de alimento se han reducido. Se produce un aumento relativo de la plaga y la destrucción por área cultivada es mayor.
Un productor cercano al arroyo San Francisco relata que los jabalíes le mataron unas 50 ovejas. Otro productor de Arroyo Negro, al sur de Piedras Coloradas, sobre el límite con el departamento de Río Negro, explica que dejó de cultivar maíz por las cotorras. La última vez no dejaron ni crecer las plantas, le comieron todas las flores.
Algunos acotan que ha crecido además el “jabalí de dos patas”, aludiendo al ladrón de ganado. “Aparece gente de todos lados, que no se conoce. Primero es una, luego son tres y después son cinco ovejas por día. Cuando querés acordar no queda nada”, se lamenta un estanciero de Cerro Chato, que lo atribuye también a la forestación.
Esto explica cómo el agricultor y ganadero del lugar puede llegar a sentirse acorralado, rodeado amenazadoramente por la forestación. La cercanía de la muralla de eucaliptos o pinos no es un hecho pacífico y complementario de su actividad sino, por el contrario, una fuente de problemas que pueden trastocarle la vida completamente.
Se cae la última promesa, el trabajo
Más allá de todos los trastornos, que la gente del campo enfrenta con su característico estoicismo, la última promesa que podía “salvar”, hasta cierto punto, la decisión de ir adelante con la forestación era la de que traería más y mejor trabajo. Pero la realidad y los testimonios que se recogen son contundentes. No hay como negarlo.
“La forestación da menos trabajo que la estancia cimarrona”, concluye un sanducero que, por su actividad, hace nueve años que recorre el interior del departamento. Una estancia ganadera de 2.000 hectáreas emplea 6 a 7 personas en forma permanente, mientras que la forestación atiende la misma área con menos de la mitad.
El personal permanente de una plantación de miles de hectáreas es ínfimo. La siembra, poda y corte se realizan con cuadrillas contratadas en forma temporaria. Los jornales pueden ir de 100 a 250 pesos, en el mejor de los casos, con un promedio de 18 días trabajados por mes. Y otros factores reducen aun más ese nivel de ingreso.
Uno de estos factores es el sistema de subcontratación. La empresa forestal encarga el trabajo a otra empresa, que es la que contrata directamente el personal. La empresa contratista debe competir con su propuesta ante la forestadora, por lo que tiene que ofrecer el menor precio y eso se logra bajando el salario del trabajador.
Por otra parte, algunas empresas están utilizando cosechadoras de árboles, máquinas manejadas por una persona, en tres turnos de ocho horas, que talan el árbol, pelan el tronco y lo cortan en trozos listos para el transporte, a razón de una hectárea por día. Esta máquina sustituye el trabajo de una cuadrilla de 40 a 50 personas.
Al hablar del trabajo en la zona, todos coinciden en hacer una distinción entre las empresas nacionales, incluso grandes, como Caja Bancaria y Caja Notarial, y las empresas extranjeras. Las nacionales brindan mayores oportunidades de empleo, mientras que las extranjeras se caracterizan por reducirlo al mínimo.
Pero si el trabajo debía ser base del bienestar, reflejado en el hábitat y las condiciones de vida de la gente, el panorama dejado por la forestación a su alrededor es desolador. Desde un pueblo abandonado por falta de trabajo, como Celestino, y la declinación de otros, al propio aumento de los problemas sociales en Piedras Coloradas.
Puesto como ejemplo del progreso en la zona, la “Capital de la Madera” se parece más a esos pueblos que proliferan en América Latina, situados por el azar en medio de una gran obra o explotación no decidida ni manejada con su participación, como los que quedan cerca de una represa o autopista en construcción o de una mina.
Muchas veces, como aquí, parte de la población original emigra y es sustituida por otra, más transitoria o meramente de paso, que necesita el trabajo tal como es ofrecido, sin estabilidad, sin regulaciones, sin pretensiones. En estas condiciones, suelen crecer los problemas de pobreza y abandono de la niñez e incluso de prostitución.
¿Una nueva oleada de expansión forestal?
La generación a partir de la forestación masiva de un nuevo ciclo de despoblamiento de la campaña habría sido consecuencia, en primer lugar, de la venta de grandes campos tradicionalmente dedicados a la ganadería extensiva, que arrastra en forma inevitable a los pequeños poblados y productores menores que lindaban con aquellos.
Este proceso se combina con coyunturas de crisis de producción y endeudamiento en la actividad agropecuaria, que facilitan la compra de las tierras por capitales externos. Los lugareños recuerdan que las empresas forestales ofrecían dos y tres veces más del valor por hectárea que podía ser pagado por un productor tradicional.
En el momento de la transacción, el vendedor hizo entonces un “buen negocio”, que le permitió deshacerse de un campo que le daba pérdidas o en el que estaba endeudado. El pequeño productor no tiene la misma suerte, no puede sacar mucho dinero por su campo y empieza a tener la presión de verse rodeado por la forestación.
Por último, los pequeños poblados entre los límites de esos campos, constituidos por modestas familias que vivían del escaso empleo dado por la agricultura y ganadería tradicionales y que incluso lograban satisfacer necesidades básicas con el cultivo en una huerta no mayor de una cuadra, son los que reciben el golpe mayor.
Nadie sabe exactamente en la zona adónde habrán ido los que vendieron su campo y/o se fueron del lugar. Algunos dicen que están en Paysandú o en Young, el poblado más cercano de cierta importancia, en el departamento de Río Negro, porque Guichón, la segunda ciudad del departamento de Paysandú, está en franco deterioro.
Este proceso no se detiene en donde está. Sobre todo en dirección al sur, dentro del departamento de Río Negro e incluso en Soriano, las empresas de forestación están desatando una nueva campaña de expansión, muy probablemente alentadas por la inminente instalación en la zona de dos plantas productoras de celulosa.
La presión es grande porque los precios que se ofrecen son considerados muy buenos en la zona. En las últimas semanas, por ejemplo, cerca del Arroyo Negro se ofrecieron 1.150 dólares por hectárea en campos con un índice CONEAT de 80 a 90. Las ofertas ignoran el límite fijado por la ley e incluyen tierras claramente productivas.
“No sé hasta cuánto va a seguir este asunto de la forestación, pienso que ya deberían pararlo, con lo plantado alcanza y sobra”, dice un reputado cabañero. “Yo ni que hablar –agrega-, pero creo que la generación de mis nietos sufrirá todo esto. Me han dicho que donde se hizo forestación intensiva se han creado verdaderos desiertos”.
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La declinación de Arroyo Negro
A la colonia agraria de Arroyo Negro, a sur del departamento de Paysandú, en el límite con el departamento de Río Negro, se incorporaron hace unos 78 años un núcleo de emprendedoras familias de inmigrantes valdenses, originarios de los valles del mismo nombre, situados al noroeste de la península itálica.
En relativamente poco tiempo se registró un creciente florecimiento económico y social de la zona, en donde la agricultura y ganadería tradicional se vio enriquecida por la producción de derivados lácteos, embutidos, dulces y vinos, que formaban parte de la cultura productiva de los valdenses en su tierra natal.
Treinta años atrás, el poblado contaba 63 alumnos en la escuela primaria y una intensa vida social, con tres equipos de fútbol y dos de voleibol, éstos entre los mejores de la liga sanducera. Hoy queda poco de ese auge, los alumnos de la escuela se redujeron a casi la mitad y no hay equipos de fútbol ni de voley.
Arroyo Negro no es ajeno a los impactos de la forestación en la zona, que hizo incluso que algunos valdenses vendieran sus campos. En el centro del poblado, los locales de la comisaría y de una cooperativa lechera están abandonados. De las 20 viviendas de MEVIR existentes, sólo ocho se encuentran ocupadas.
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El Jabalí (Sus scofra)
El aspecto del jabalí es similar al del cerdo, con el cuerpo macizo y robusto y las patas fuertes y cortas, al igual que el cuello y la cola, aunque ésta no se enrosca como la del cerdo. La cabeza es grande y se alarga hacia el morro, la jeta, que remata en un hocico plano. En los machos adultos sobresalen dos grandes caninos inferiores que se denominan colmillos o navajas. Su cuerpo aparece recubierto de fuertes cerdas de color pardo oscuro, bajo las que asoma una capa de espesa borra.
El conjunto da una tonalidad muy oscura, casi negra, aunque es variable dependiendo de los individuos y de la edad.
Su capacidad de adaptación a todo tipo de terrenos le permite habitar áreas boscosas o de matorral en las que refugiarse durante el día. Se mantiene activo desde el atardecer al amanecer y descansa durante el día. El macho generalmente lleva vida solitaria, mientras que la hembra permanece con las crías formando una piara, que puede integrar varios grupos familiares.
El incremento de la población de jabalí es relacionado habitualmente con el abandono del campo por la población rural y la reducción de tierras de labor, transformadas en forma paulatina en áreas de monte sucio o matorral. A dicho incremento contribuye la extraordinaria tasa reproductiva del animal y la escasez de predadores naturales. La cuantía de los daños a la agricultura hace necesarias medidas de control poblacional más eficaces que el incremento en la presión de la caza deportiva.
La caza del jabalí ha sido desarrollada como deporte internacional, llegándose a cobrar a los turistas hasta 1.000 dólares diarios por participar de la misma, sin contar costos del traslado hasta el lugar y otros gastos personales. Sin embargo, cuando el jabalí prolifera, ni pagando a los turistas-cazadores se lo puede extirpar. (V.B.)
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Artículo publicado en el diario La República del 16 de agosto de 2004.
(*) Víctor L. Bacchetta realiza una investigación periodística sobre los impactos de la forestación en el Uruguay para el Grupo Guayubira.