El bosque invisible de la costa ¿Dejaremos que desaparezca?
Ricardo Carrere *

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La costa uruguaya es, para la inmensa mayoría de nuestra gente, una franja casi desprovista de árboles nativos, donde reina el pino (europeo) y la acacia (australiana), que fueron plantados para fijar las dunas móviles. Sin embargo, una investigación recientemente concluida muestra una realidad totalmente distinta, que a su vez explica muchas cosas y nos plantea nuevos retos.

Siempre estuvo pero no fue visto

Cuando el renombrado Charles Darwin pasó por estas tierras en 1832-33, cometió algunos errores de apreciación. Entre los mismos se cuenta su observación de que "en la Banda Oriental existen pocos árboles; hasta se podría decir que no hay ninguno" y que aquí "falta por completo el bosque". En su descargo, se puede decir que venía de ver los bosques tropicales brasileños y que, en comparación, nuestros bosques le parecieron "matorrales achaparrados". También se puede decir que en esa época era muy joven ... y bastante arrogante. ¿Pero que decir de las generaciones de uruguayos que tampoco supieron ver un tipo de bosque que siempre estuvo allí?

En su recorrida por Maldonado, Darwin señala que "la ciudad está separada del río por una línea de colinas de arena ... rodeada por los otros lados por un terreno llano, ligeramente ondulado, recubierto por una capa uniforme de hermoso césped...". Nada dice sobre que la ciudad esté amenazada por el avance de las dunas. Sin embargo, hacia finales del siglo XIX, Maldonado pasa efectivamente a correr el riesgo de ser sepultada por las arenas y para contener las dunas se implantan pinos marítimos, acacias y muchas otras especies exóticas que luego son introducidas a lo largo de toda la costa, modificando totalmente el paisaje y los ecosistemas costeros nativos.

Ahora, gracias a un trabajo recientemente concluido por dos investigadores de la Facultad de Química, se ha podido constatar fehacientemente la existencia de un bosque y un matorral espinoso costeros, que siempre estuvieron allí, pero que - quizá por su humildad- nunca fueron vistos. Ambas formaciones eran casi seguramente las que antiguamente aseguraban el funcionamiento armónico de todo el ecosistema costero. A partir de este estudio, comienza a ser posible la elaboración de hipótesis fundadas sobre el porqué de los cambios ocurridos, a cuestionar las soluciones implementadas en aquellos tiempos y a buscar otras más acordes con un presente más conciente de la temática ambiental.

Un proceso concluido

Hasta 1988, ese tipo de bosque no había sido identificado explícitamente como tal. En ese año, Juan Francisco Porcile, de la Dirección Forestal, hace una descripción de los bosques nativos en el área Valizas-Cabo Polonio. Allí identifica un monte de más de 70 hectáreas ubicado en arenales y dunas costeras y sostiene que "su presencia es el indicador de la anterior existencia de una masa más extensa en esa parte del litoral platense y atlántico uruguayo".

En base a ese estudio y complementándolo con observaciones personales realizadas en varias áreas costeras (en particular en el balneario San Luis y en el departamento de Colonia), sostuve que se trataba de una nueva categoría de bosque, con características propias, que denominé "montes asociados a arenales y dunas costeras del litoral sur". Planteamos entonces (1990) que en la actualidad se presentaba en forma de relictos aislados, pero que era probable que en el pasado hubiera ocupado una superficie sensiblemente superior a la actual. Como hipótesis que explicaría lo dicho más arriba sobre el avance de las dunas en Maldonado, señalamos que "este ecosistema, en equilibrio muy inestable debido a las peculiaridades del sitio que ocupa (arenas móviles, fuertes vientos, recalentamiento de la arena, salinidad, etc.), no pudo resistir la acción combinada hombre-ganado resultante de la colonización del hombre blanco, lo que determinó su desaparición en muchos sitios".

Si bien esa nueva categoría fue aceptada por algunos investigadores individuales, la mayoría continuó utilizando la categorización tradicional, que divide a los tipos de bosques en cinco categorías: ribereños, serranos, de quebrada, de parque y palmares. Como este monte de arenales no puede ser incluído en ninguna de dichas categorías, el resultado fue que continuó siendo ignorado ... y destruído.

Ahora, por fin, se completó -y amplió- el proceso de "descubrimiento", gracias a un magnífico trabajo llevado a cabo por dos investigadores de la Cátedra de Botánica de la Facultad de Química: Eduardo Alonso Paz y María Julia Bassagoda.

Investigación vocacional

El trabajo de referencia, fruto de cinco años de trabajo (1994-1999), fue presentado el 23 de junio, en una fría noche de invierno, en el Museo de Historia Natural de Montevideo, ante la presencia de unas 15 personas. Merecía mucho más. El trabajo ha sido publicado en las "Comunicaciones Botánicas" de dicho museo (número 113, Vol VI) y es de lectura obligatoria para todos quienes se interesen en nuestro bosque indígena. Pero en el trabajo publicado están ausentes dos elementos fundamentales que tuvimos la suerte de disfrutar quienes asistimos a la presentación: por un lado, la belleza de esas comunidades vegetales, registrada por los autores en las innumerables fotografías que tomaron a lo largo de la costa y por otro lado, la convicción que ambos transmiten en cuanto a la importancia de conservar estas formaciones.

Pero empecemos por lo académico. Luego de un relevamiento exhaustivo de las dunas costeras del este, desde el arroyo Pando hasta la frontera con Brasil, el trabajo logra en primer lugar confirmar la efectiva existencia de numerosos remanentes de un bosque costero, al que denominan bosque psamófilo (psamos=arena). En segundo lugar, identifican otra formación, vinculada pero distinta, a la que denominan matorral espinoso psamófilo. Es decir, que donde "no había bosque", ahora se confirma no solo la existencia de un bosque, sino además de un matorral espinoso asociado al mismo. Un tercer aspecto a destacar, es que el trabajo ubica exactamente donde se encuentran los principales relictos, lo que permitiría la toma de decisiones políticas para su efectiva y necesaria conservación. En cuarto término, se describen ambas formaciones al detalle, incluyendo especies de árboles, arbustos, enredaderas, tunas, epífitas, parásitas y otras plantas acompañantes.

Pero mezclado con lo académico se encuentra lo otro, lo humano, que aspira a asegurar la conservación de la belleza de estas formaciones "únicas en la región". Si bien el texto del trabajo se limita a constatar que "actualmente estos bosques y matorrales están amenazados de extinción ya que ocupan las zonas costeras del Uruguay con mayor desarrollo turístico", en el mano a mano con ellos se descubre la pasión con la que han buscado idear mecanismos para lograr asegurar la conservación de al menos algunos de estos relictos de un bosque otrora mucho más extenso. Y sólo por casualidad uno luego se entera de que este trabajo largo y arduo fue realizado en forma vocacional, no como parte de sus funciones, sino dedicando gran parte de sus vacaciones veraniegas a llevarlo a cabo.

¿Permitiremos que desaparezcan?

Ha finalizado una etapa: la del "descubrimiento" y de la descripción pormenorizada de estas dos formaciones. Ahora comienza otra: la de la lucha por su conservación. No se puede dejar de reconocer que las soluciones no son fáciles, ya que estos montes se encuentran precisamente en la zona más turística del país. Ello implica que la presión humana es allí extremadamente fuerte en dos sentidos. Por un lado porque, para los numerosos veraneantes estas formaciones son un obstáculo para su llegada a la playa. El hecho de estar compuestas por una mayoría de especies espinosas las convierte en doblemente vulnerables, ya que alguna gente intenta erradicarlas totalmente, en particular a través del uso del fuego. Por otro lado, porque se ubican en terrenos de alto valor económico actual o potencial, por lo que su compra resulta cara para un erario público normalmente flaco y más aún para las cuestiones ambientales.

Sin embargo, el reconocer la dificultad no implica perder la esperanza. Existe al menos un relicto que se encuentra protegido y es el que se encuentra en la Reserva de la Dirección Forestal en Valizas-Aguas Dulces. Hay otros, en particular cerca de la frontera con Brasil, que están relativamente seguros -al menos por ahora- por encontrarse en predios ganaderos y sometidos a una presión relativamente baja. El problema más inmediato radica entonces en hallar soluciones urgentes para aquellas formaciones ubicadas en las zonas costeras más turísticas y soluciones de más largo plazo para las otras.

Si bien gran parte de la tarea debe ser acometida por los organismos competentes del estado (en particular el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente), también se requieren acciones por parte de la población en general. Pero para que ello sea posible, primero la gente debe enterarse de que estas formaciones existen y concientizarse acerca de la importancia de su conservación. Esto no es sólo una tarea del ministerio de Vivienda, sino también de numerosos otros organismos del estado (nacionales y departamentales), de las organizaciones ambientalistas, de los docentes, de los operadores turísticos, de los agentes inmobiliarios, etc. Las intendencias municipales en particular pueden jugar un papel de primera línea, intentando hallar soluciones en sus respectivos departamentos, donde estas formaciones pueden hasta constituirse en parte importante de su oferta turística (como es el caso del monte indígena de la Intendencia de Maldonado).

Pero a su vez también hay tareas posibles a nivel de diseñadores de jardines y arquitectos, que pueden incorporar estas formaciones al entorno de las viviendas e incluso incluir muchas de sus especies -algunas de gran valor ornamental- en los propios diseños paisajísticos. Esto a su vez requiere la producción de plantas por parte de los viveros privados y municipales y la divulgación de conocimiento en cuanto a sus características y forma de utilización.

En definitiva, hay mucho por hacer y son muchos los que pueden -y algunos deben- participar en una búsqueda de soluciones que aún no comenzó, pero que debe empezar. Estas formaciones son únicas y están en peligro de desaparición. ¿Permitiremos que desaparezcan?

* Artículo publicado en Revista Posdata 257, 3 de setiembre de 1999

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