Observaciones hechas por Pérez Castellano en 1813 [1]
En el capítulo dedicado a los “arboles silvestres”, Pérez Castellano hace una descripción muy completa de las características y usos del sauce criollo, incluyendo una muy interesante distinción entre dos variedades distintas: el sauce blanco y el colorado.
“311. – Después de los frutales deben tener lugar los árboles silvestres que adornan nuestras riberas, Abrigan nuestros árboles más delicados; y sirven con su madera para muchos usos. Entre los silvestres debe hablarse primero de los sauces, que son indígenas del país, y los más antiguos del Miguelete. Este árbol sólo se mantiene y crece a las orillas del agua, en la que se suelen ver entrenadando algunos grupos de raíces menudas, que no rematan en punta delgada, como las de otros árboles, sino más gruesa aún que el principio con que arrancan esas raicecillas, las que tienen alguna semejanza con las raíces de las que se llaman plantas tuberosas; y las del sauce parece que lo son, pues se representan como unos tubitos, por cuyo medio el árbol atrae y hace subir el agua para alimentarse. Yo no conozco más que dos especies de sauces entre los del país. Unos que se llaman blancos; porque casi toda su madera es blanca, sin que hacia el corazón se les vea de la roja más que una pequeña parte de muy poco espesor con respecto a la blanca, que compone casi todo el grueso del árbol. Otros se llaman colorados, porque tienen menos madera blanca, y la roja es en ellos de mucho más cuerpo que en los blancos. De las dos especies se tiene por mucho mejor la del blanco que la del colorado; porque el blanco se espiga mucho más y es más derecho que el colorado, y porque las varas y las otras piezas que se sacan del blanco para tijeras y cumbreras de galpones o casas de paja, para timones de arado, para lechos de carruajes, para yugos y para mil otros usos, son de mucha más resistencia y duración que las que se sacan del colorado; pues éstas son más frágiles o fáciles de romperse que las del sauce blanco.
312. – Por las utilidades sin número que se logran en los sauces, además de su verde claro y su desgaire gracioso, con que alegran y satisfacen la vista, deben ponerlos en sus huertas todos los que en ellas tengan agua viva y permanente, o en las orillas del arroyo, o en cualquiera otra parte que la tengan. Así lo practican generalmente los que tienen lugar a propósito donde ponerlos. Se plantan o de estacas de cinco a seis cuartas de largo, y gruesas como lo delgado de la pierna, clavándolas con mazo, y dejando fuera la mitad: o se plantan de varas nuevas y derechas, que suelen echar en los gajos, y mucho mejores en los troncos de los árboles que se cortaron en el invierno anterior. Cuando se ponen de varas, conviene que éstas no sean muy delgadas ni muy cortas, a las cuales se les quitan sólo las ramas laterales hasta cerca de la punta, que no se descuerna, ni es necesario, aunque después de clavadas les queden fuera un par de varas de largo; porque van clavadas profundamente, y ni el viento ni la corriente del arroyo cuando crece les hace impresión. Si el lugar en que se entierran no es muy blando, o se tropieza con raíces de otros árboles o de camalotes, se les abre camino con una barreta, dando con ella algunos golpes rectos en el mismo lugar en que se clavan después. A un vecino mío, que tenía su chácara enfrente de la mía, sólo con el arroyo por medio, le vi poner sauces con varas como las que he dicho, y dentro de pocos años logró un sauzal de los más hermosos que había en el Miguelete; el que arruinaron los que compraron después la chácara; porque en tres épocas diferentes cortaron los sauces, y siempre que los cortaron fue cuando no era sazón, y cuando se hallaban corriendo con viveza. A mí, sin ser míos, me causaba dolor el verlos destrozar de ese modo.
313. – Los sauces, como toda otra suerte de árboles, sólo se pueden cortar desde que empiezan a soltar la hoja hasta que se acerca la nueva vegetación, que es desde principios de mayo hasta fines de julio; no sólo por conservar bueno el tronco que suele perderse cuando le faltan las ramas que lo desahogan del mucho jugo que acude de las raíces; sino también para que la madera que se saca, sea enjuta y de buena calidad. Pero como los compradores de esos sauces eran de los que tenían saladeros de carnes, y necesitaban varas gruesas para sus tendales, y tijeras para sus galpones; y a los dueños les venía bien el dinero que les ofrecían por los sauces, ni los compradores, que iban a salir de la necesidad presente, reparaban en la mala calidad de la madera, cortada fuera de sazón, y por lo mismo sujeta a la polilla, a empeñarse y a torcerse mucho; ni los que la vendían miraban en el daño que iban a padecer sus troncos, y así los perdieron casi todos.
319. – … Y así digo que su verdadero interés consiste en que corten en los meses que se han indicado los sauces que puedan servir para los usos comunes, en que regularmente se emplean, sobre el seguro de que sobrarán compradores para una madera, cortada en buen tiempo; porque nadie ignora que es incomparablemente mejor la que se corta en los meses de mayo, junio y julio que la cortada cuando corren los árboles.
320. – Aunque es muy ventajoso tener a cubierto la madera cortada, ésta se conserva buena muchos años descortezada y puesta sobre polines, aunque se halle a la inclemencia, con tal que se le pongan algunas ramas encima para preservarla de los soles; siendo cierto que por falta de compradores nunca se verán necesitados los dueños a mantenerla sin uso todo el tiempo que puede conservarse, en particular al presente en que falta ya el recurso de los bosques comunes. Cortando los árboles en el tiempo que se ha dicho, lograrán que sus troncos se conserven buenos y en estado de brotar con fuerza cuando vuelve la vegetación, echando nuevas varas y tan multiplicadas, que hay que cortar más al invierno siguiente, dejando sólo las más derechas y las más bien repartidas para que sustituyan con ventaja a la madera que se cortó. Cuando los sauces son tuertos se cortan a su tiempo sólo por mejorarlos, y muy raro es el sauce, que no dé un yugo, un poste para corral, o para otra cosa necesaria; y cuando todo turbio corra para la cocina, pues hace buen fuego, y arde bien aunque esté verde.
321. – Si algunos árboles suben derechos se les deja crecer para pértigos de carruajes, para cumbreras, y aun para vigas de galpones; porque llegan a hacerse tan grandes que yo he visto tirantes de sauce de más de once varas, labrados con escuadra. La primera iglesia Matriz que hubo en Montevideo tenía cincuenta y tres varas luz de largo, y diez varas luz de ancho; toda la madera del techo, que estaba cubierto con teja, era de sauces cortados en Santa Lucía. Tenía el enmaderado de veinte a veinticinco piernas de llave, y los tirantes de ellas eran, y no podían ser menos, de más de once varas. Los carretilleros de mulas para las varas de sus carretillas prefieren las de sauce a las de toda otra madera; porque, sobre ser livianas, no se quiebran tan fácilmente como otras que, siendo duras, son más vidriosas. Por la misma razón se prefieren las varas de sauce para sentar sobre ellas los andamios en los edificios que se hacen. Por todas estas razones los sauces se deben mirar con aprecio, y deben multiplicarlos en sus herederos cuantos tengan sitio oportuno para hacerlo.
322. – El año pasado de 12, por no cortar yo los míos, y no quitar a mis naranjos el abrigo que les daban, compré a un tal Espinosa, labrador en el Miguelete, los sauces que necesitaba para lo que alguna vez se dirá, y le pagué con mucho gusto un peso por cada corte, que yo con mi gente mandé hacer en sus sauces; de suerte que cuando tuve los palos suficientes, no hubo que hacer otra cosa para ajustar la cuenta que contar los cortes, y pagarle un peso por cada uno, y hubo sauce que restándole en pie ramas gruesas, le pagué a su dueño dos pesos por dos cortes que se le dieron, y sobre pagarle le di las gracias; porque me franqueó en su casa con buena voluntad lo que yo necesitaba. Entonces le dije que en solos los sauces tenían un caudal, y así me lo pareció; porque no sólo tenía llena de ellos la ribera del Miguelete, sino también cuantos desangraderos había dentro de su cerco, que abunda de manantiales. Esto prueba que son árboles útiles y de mucho provecho; pero ese bien lo tenía en su chácara el año pasado; porque el presente se puede decir sin hipérbole que en ella no se hallará sauce con que hacer a un fusil una baqueta; pues todos se los han arrasado los que se dicen soldados de la patria y nuestros protectores, como me arrasaron a mí los míos, y arrasaron los de otros muchos que estuvieron a su alcance. Los sauces se propagan también de semilla, que la echan en abundancia y suele caer envuelta en un vilano, blanco como un algodón, con que sobrenada y el viento la arrima a las orillas en que debe nacer. Yo he visto grupos o almácigos de sauces tan espesos como el lino cuándo se siembra, y los he visto recién nacidos; pero los que los ponen se atienen con preferencia a las estacas y ramas del modo que queda explicado; porque éstas agarran bien y crecen pronto.”
Comparando a los sauces con los álamos (324) dice que “Los álamos no llegan a nuestros sauces ni en hermosura ni en utilidad; pero son buenos y se deben poner principalmente en los lugares de mucha humedad; porque en ellos prosperan y crecen más que en los secos; aunque en éstos, si no crecen tanto, se conservan; ventaja que tienen sobre los sauces, que sólo pueden mantenerse en lugares de agua permanente.”
Al describir los problemas causados por el bicho del cesto, dice (61) que “Para destruir los gusanos de cesto basta recoger en el invierno todos los cestos que hay en los árboles, así los que se hallan en frutales, como en los sauces y álamos que hayan dentro de la huerta.”
Refiriéndose a la construcción de un tendal para secar orejones de durazno, para hacer pasas de higo, o para secar otras frutas (156) dice que “Tejido o quinchado el tendal se pone la cumbrera de cañas, o de varas de sauce, si antes no se había puesto, y se pone en las horquetas del medio del mismo modo que se pusieron las soleras en los horcones laterales”. Agrega (157) que “Tanto la cumbrera como las dos soleras conviene que sean de varas de sauce, o de alguna otra madera de más firmeza que las cañas; porque tienen que cargar por todo el día con el peso de todos los cueros.”
Resulta muy interesante los que dice (172) del cura de la parroquia de San Isidro (Buenos Aires) don Bartolomé Márquez, quien le ganó “terreno al Río de la Plata por medio de estacadas de sauce, que detienen la resaca que de toda suerte de vegetales arroja el río en las crecientes, logrando los árboles que ha puesto en ese terreno, nuevamente criado, una vegetación prodigiosa.”
Al detallar la manera de construir viviendas en el campo dice (520) que “Las maderas sobre que se pone la paja a esos techos regularmente suele ser de sauce”. Agrega (521) que “Los horcones tanto del medio sobre que carga la cumbrera, como los laderos en que se sientan las soleras, convendría que fuesen de ñandubay, madera incorruptible de la familia de los espinillos, que se cría de esta banda en la confluencia del Uruguay con el río Negro y en la de otros ríos; pero como no todos tienen facultades para comprarlos, acuden a lo que les parece más fácil y que remedia su necesidad. Así suelen poner horcones de coronilla, o de molle si los hallan en los bosques más inmediatos; y si no recurren al sauce. Cuando por no tener otra cosa ponen horcones de sauce, soy de opinión que no los descortecen; porque descortezados así como duran mucho al aire libre y mucho más debajo de techo, no duran casi nada cuando se entierran; porque todo lo que se entierra se pasma en muy poco tiempo si está descortezado; pero dura algún tiempo más cuando se clava con la corteza; pues ésta los hace brotar y los mantiene con alguna vida; y mientras un vegetal vive, aunque esté moribundo, no da lugar a la total corrupción de su madera. En fin sea por lo que se fuere yo he experimentado que el sauce que se clava descortezado por grueso que sea, apenas dura tres años, pudriéndose en ese tiempo todo lo que esta clavado en el suelo; pero se puede asegurar que con la corteza dura por lo menos otro tanto más. Algunos tuestan al fuego el cabo que entierran, y creen que entonces es de más duración: de lo que no tengo experiencia, porque nunca la he hecho; pero por reflexión juzgo que esa diligencia es de muy poco auxilio; porque o reducen a carbón todo el tronco que entierran, o sólo queman la superficie exterior: Si lo primero – quitan la fuerza al palo, y viene a ser lo mismo que si lo pusieran podrido; y si lo segundo – no adelantan nada, porque la quemadura superficial que le hacen no puede libertarlo de que la humedad penetre a lo interior de la madera y la pudra, cuando se ve que el carbón es un absorbente que se atrae toda la humedad que está a su alcance. Con todo si hay una experiencia segura de lo contrario, no digo nada; porque ya alguna vez he dicho que contra la experiencia no hay razones que valgan.
En la construcción de gallineros (590) informa que las maderas utilizadas para el techo fueron de sauce, cortados por junio en el Miguelete según se dijo en el número 322, los que para ese fin me parecieron suficientes en vista de que no siendo ese techo destinado a recibir y despedir las aguas del cielo, aunque sus maderas tuviesen algún movimiento, que es el vicio que por lo común tiene él sauce, no podía de él resultar inconveniente en una pieza, en que el techo puesto sobre los sauces sólo se destinaba a servir de piso interior.”
Con respecto al corral (598) aconseja que “El que pueda hacer su corral con postes de ñandubay puede contar en que no tendrá nunca que mudar o reparar poste ninguno; pero como el hacerlo con esa madera es dado a pocos, los que no pueden costearla se contentan en las chácaras con postes de sauce sin descortezar, de durazno o de higuera, que son mejores; y clavando los postes de cualquiera madera que sean, tan cercanos unos a otros que no puedan los animales meter la cabeza entre poste, y poste, hasta ponerles por la parte de afuera una cinta, con que se ciñen todos como a dos varas de altura, para que quede el corral con la firmeza que no puedan contrastarla los animales.”
Para trillar habas (409) describe la manera de construir un “mallo” hecho “de una vara de sauce, o de otra madera liviana.”
[1] Texto copiado del libro “Observaciones sobre agricultura” de José Manuel Pérez Castellano. Colección de Clásicos Uruguayos, Biblioteca Artigas, 1968 (dos tomos).