MONTE INDIGENA Mucho más que un conjunto de árboles por Ricardo Carrere |
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Capítulo 3 |
La llegada de los europeos al Río de la Plata significó el inicio de un proceso de destrucción sobre nuestros ecosistemas nativos. Hasta ese momento, el actual territorio del Uruguay había estado poblado fundamentalmente por pueblos indígenas recolectores y cazadores, que interactuaban con los distintos ecosistemas sin llegar a modificarlos sustancialmente y mucho menos a degradarlos. Como es sabido, la introducción del ganado a principios del siglo XV antecedió a la colonización propiamente dicha en alrededor de un siglo. Es decir, que el primer factor que comenzó a modificar a los ecosistemas nativos fue el ganado vacuno, seguido posteriormente por el caballo y mucho más tarde por el ovino. Dadas las características de dichos animales, su impacto mayor fue sobre las praderas de las que se alimentaban y no sobre el monte, que les proporcionaba escaso alimento. De cualquier manera, el ganado tiene que haber impactado en alguna medida también sobre el ecosistema monte, en particular sobre la fauna que lo poblaba y en mucho menor medida sobre la regeneración de sus árboles y arbustos. Sin embargo, todo cambia a partir de la colonización propiamente dicha, que ve en el monte a la vez un recurso y un obstáculo. En efecto, el monte proporciona madera y leña, pero al mismo tiempo dificulta las actividades ganaderas en las que se basaba la economía local, por lo que su progresiva eliminación fue percibida como algo deseable. En los hechos, su utilización como recurso resultó en su paulatina destrucción, puesto que las áreas cortadas fueron ocupadas por los vacunos, que en gran medida impidieron la regeneración de la mayoría de sus especies. Es así que surgen los pseudo montes de parque, sólo integrados por especies más resistentes o poco apetecidas por el ganado como talas, molles, espinillos y coronillas. Bastante más tarde comienzan a llegar oleadas de colonos agricultores para quienes el monte es también recurso y obstáculo y que despejan importantes áreas de montes, en particular en el sur y litoral oeste. Su acción es aún visible en muchos cursos de agua, donde el monte es ancho en una de sus riberas y prácticamente inexistente en la otra, debido a que fue sustituido por cultivos agrícolas, tal como se puede observar fácilmente al cruzar numerosos puentes carreteros. A medida que la población crecía, más retrocedía el monte debido al uso creciente de madera y en particular leña y carbón, no sólo para consumo doméstico (cocción de alimentos y calefacción), sino también como combustible industrial (caleras, ladrilleras) y como insumo en las actividades ganaderas, en particular a partir del alambramiento de los campos que se inició en la segunda mitad del siglo XIX, que requirió una enorme cantidad de postes y piques. Las dos guerras mundiales significaron la tala de gran parte de los montes del país para sustituir la falta de petróleo y carbón de piedra importados por leña y carbón de leña, tanto para consumo hogareño como para uso industrial y de transporte. A su vez, cada una de las cuatro grandes represas hidroeléctricas con que hoy cuenta el país (Rincón del Bonete, Baygorria, Palmar y Salto Grande) significaron la eliminación de extensas áreas de los mejores montes del país, en particular en los casos de Rincón del Bonete y Salto Grande. En la mayoría de los casos, los montes ni siquiera fueron cortados y aún hoy se pueden observar los troncos sin descomponer dentro del agua. El fuego también ha sido una constante en el retroceso del monte, en particular en áreas serranas en las que, asociado a la tala para leña y al pastoreo, lo ha eliminado total o casi totalmente. Los montes que existen en la actualidad no son entonces
más que los remanentes del monte original luego de haber sido
sometido a todos los factores anteriores. La primera pregunta entonces
es: ¿qué superficie ocupaba el monte en Uruguay? La
respuesta no es sencilla y las estimaciones van desde el 6% al 25%
del territorio del país. Si se toma en cuenta que actualmente
los montes ocupan alrededor del 3,5% de la superficie total del país
(670.000 hectáreas incluyendo los palmares), se parte de que
el monte se ha reducido por lo menos a la mitad. En efecto, la mayoría de los pseudo montes de parque están compuestos por una o pocas especies (en particular coronillas, molles y talas) y los ejemplares son añosos (con edades estimadas entre 150 y 300 años). A su vez, en esas mismas áreas es posible observar, contra los alambrados y a la orilla de los caminos, un conjunto de varias especies leñosas mucho más jóvenes. Ambos hechos (la existencia de pocos árboles añosos de pocas especies dispersos en la pradera y la presencia de ejemplares jóvenes de esas y otras especies en las zonas protegidas del ganado), hacen pensar que el área entera estuvo cubierta de monte. Ejemplos de este tipo existen en todo el país e invitamos a todos a hacer la observación. Uno de los tantos casos donde aún es posible diferenciar claramente entre áreas antiguamente cubiertas por montes y áreas que siempre fueron de pradera es la Ruta 28, que va de Treinta y Tres a Tupambaé, pasando por Isla Patrulla. A lo largo de ese trayecto, es posible adivinar lo que hay en el campo simplemente mirando el alambrado. En efecto, cuando entre el alambrado y la carretera existen árboles y arbustos indígenas, en la pradera siempre hay árboles dispersos y añosos. A la inversa, cuando el alambrado está desprovisto de vegetación leñosa, lo mismo ocurre en la pradera circundante. Ello permitiría concluir que casi seguramente en las áreas del primer caso los montes fueron eliminados, en tanto que en el segundo caso nunca estuvieron pobladas por árboles. El estudio más exhaustivo sobre el tema de que tenemos noticia (del Puerto, 1987), sostiene que en Uruguay "la superficie de vegetación leñosa habría superado el 25% del área total del país, e incluiría los ambientes serranos de Lavalleja y Maldonado, la región comprendida entre la ruta 7 y los planosoles del Este, la región de quebradas que bordea el basalto desde Masoller hacia el Sur, las cerrilladas de areniscas en Tacuarembó y Rivera, los campos de bochas basálticos en Tambores, el litoral Oeste y Sur-oeste, la cuenca sur del río Santa Lucía (Margat, 25 de Agosto) y otros sitios de menor extensión como Sierra Mahoma, Aceguá, parte de los palmares, etc. Obviamente no se pretende afirmar que estas zonas fueran bosques, pero sí que fueron áreas con una densidad de bosques significativamente mayor que la actual". En el caso de los palmares, también resulta reveladora la observación de la vegetación entre el alambrado y el camino cuando se la compara con la de los palmares existentes en el campo pastoreado o cultivado con arroz. De inmediato surge la hipótesis muy plausible de que el palmar nunca fue una formación constituida por una sola especie, sino que la palma (de todas las edades) fue un componente (quizá el dominante) de un monte compuesto por numerosas especies, seguramente con distinta composición y densidad, dependiendo fundamentalmente de la humedad en el suelo. En efecto, en las zonas más bajas se percibe (entre el alambrado y el camino) un menor número de especies, fundamentalmente resistentes al exceso de humedad, como el ceibo o el curupí, pero cuando el terreno se vuelve un poco más elevado aparecen las especies típicas del monte como coronillas, arueras, molles, canelones, etc. O sea que si bien resulta difícil determinar con cierta exactitud el área antiguamente ocupada por montes, aún quedan vestigios suficientes como para poder afirmar que, aunque la pradera siempre ha sido el ecosistema predominante en el país, el monte ocupaba una superficie sensiblemente superior a la actual y que muy probablemente cubría el 25% de nuestro actual territorio, tal como sostiene del Puerto. Pero la acción del ser humano no sólo ha hecho disminuir sensiblemente su extensión, sino que además ha modificado negativamente la calidad de los montes remanentes en varios sentidos. Por un lado, son muy escasos los montes que no hayan sido sometidos a operaciones de tala en algún momento. Dado que la mayoría de las especies indígenas rebrotan luego de ser cortadas, lo que se observa en la actualidad es que la mayoría de los montes son de régimen "tallar" (es decir, rebrotes de cepa) y no de régimen "fustal" (o sea, nacidos de semilla). El resultado de este cambio de régimen es que los montes son mucho más bajos y enmarañados que los montes originales. Ese cambio no sólo afecta al ser humano, sino que seguramente también afecta la composición de la flora y fauna que se adapta a ese nuevo ambiente, en el que algunas especies se habrán visto beneficiadas, en tanto que para otras habrá significado un cambio de signo negativo. Al analizar los impactos de la corta de árboles, hay que tomar en cuenta que ésta se realiza de dos maneras: a talarrasa y por corta selectiva. La primera modalidad consiste en cortar áreas enteras de monte para la obtención de grandes volúmenes de madera para leña o carbón. Si bien este sistema prácticamente no se aplica en la actualidad, en el pasado fue la modalidad predominante. Como se dijo, las especies nativas rebrotan de cepa, por lo que la regeneración del monte parecería estar asegurada. Sin embargo, ello no ha sido así por las siguientes razones: 1) En muchos casos la tala ha sido seguida por el fuego y el pastoreo intenso con el objetivo de "ganar campo", con el resultado de la desaparición definitiva del monte o su transformación en pseudo monte de parque. 2) En casi todos los casos, los monteadores no cortan todos los árboles, sino que van dejando en pie aquellos que no son buenos para leña (como canelones, ceibos y ciertos arbustos) o a los que temen por ser capaces de provocar graves alergias (como la aruera). El resultado será un monte con una distinta composición de especies, que a su vez afectará a la flora y fauna previamente existente en el monte. 3) Pero incluso cuando no se dan las dos situaciones anteriores y el monte vuelve a crecer, igualmente se podrán constatar cambios importantes en la composición del mismo. Ello se debe a que no todas las especies se pueden adaptar a una situación de exposición a pleno sol, sometidas a temperaturas extremas, a la acción de los vientos e incluso a la flora y fauna que se instala sobre el monte en regeneración. Como resultado, algunas especies de árboles desaparecen y otras (las más resistentes) pasan a predominar. En los tres casos, el resto de la flora no leñosa del monte (helechos, musgos, gramíneas, epífitas, parásitas, etc.), así como la fauna vinculada al monte (desde la que se desarrolla en el suelo hasta la que vive sobre los árboles), también sufrirán cambios importantes, desde la desaparición de algunas hasta un explosivo desarrollo de otras. En el caso de que la corta se haga selectivamente (es decir, que se corten sólo ejemplares de algunas especies), el impacto podrá ser mínimo o grave dependiendo de los casos concretos, pero siempre implicará un impacto, tanto para la especie en sí como para las especies de flora y fauna que se asocian a la misma. La situación más grave es aquella en que la especie seleccionada no es naturalmente abundante. Tal es el caso del guayubira, que en nuestro país sólo se desarrolla en la cuenca del río Cuareim. Dado que se trata de un árbol alto, de fuste recto y diámetro relativamente grueso y cuya madera es dura, flexible e imputrescible bajo tierra, se lo ha explotado hasta su extinción prácticamente total. Luego de la tala selectiva, algunas especies (como el coronilla), son capaces de sobrevivir y volver a desarrollarse. En cambio, otras especies pueden rebrotar pero luego morir debido a que las condiciones para su posterior desarrollo no son las adecuadas. Por ejemplo, hemos podido observar el caso de un ejemplar de tembetarí, que luego de un rebrote muy vigoroso (de casi tres metros en un año), murió al año siguiente. También hemos recogido versiones orales de isleños del río Uruguay, que aseguran que luego de la corta de numerosos árboles de "amarillo" (cuya madera es utilizada en cestería), se constató la muerte de numerosas cepas poco tiempo después. Pero la corta de árboles no es la única forma en que el ser humano ha modificado la calidad de los montes y los siguientes son algunos ejemplos: 1) La desaparición de franjas enteras en montes ribereños. Tal como se mencionó en el capítulo 2, el mal manejo de las cuencas hidrográficas (desde la deforestación en las cuencas altas hasta las malas prácticas agrícolas), ha llevado a que las barrancas hayan sido erosionadas por las aguas, desapareciendo entonces la franja de especies que se ubican contra el borde del agua. 2) La invasión de especies exóticas. Este es quizá el peligro mayor que ahora enfrentan nuestros montes indígenas. En efecto, numerosos montes del país están siendo invadidos por árboles, arbustos y otras plantas provenientes de distintas partes del mundo. Dado que en su mayoría se trata de plantas muy agresivas y que por no ser nativas no tienen predadores naturales que las puedan controlar, están invadiendo el monte y ocupando el lugar de nuestras especies. Si bien algunas de ellas se limitan a ocupar un espacio más o menos reducido y se integran al ecosistema de manera relativamente benigna (como el caso del sauce llorón, proveniente de Asia), muchas de las demás son extremadamente agresivas. Entre estas últimas se destaca el ligustro, que ha invadido numerosos montes y que es quizá la peor por el hecho de ser de hoja perenne. Pero igualmente agresivas son el fresno, el arce, los pinos marítimo y elliotti, la espina de Cristo, el álamo plateado y el paraíso. A nivel de arbustos se destaca el crategus (cuyas semillas son dispersadas por las aves) y la acacia trinervis, en tanto que las trepadoras invasoras más comunes son la madreselva y la zarzamora. Aunque en forma menos agresiva, hay muchas más especies invadiendo los montes, entre las que se puede mencionar la morera, la palma fénix, la acacia aroma, el laurel comestible, el cotoneaster, el rosal y muchas otras. 3) La desaparición de parte de la fauna. Como ya se ha señalado, el monte no es un mero conjunto de árboles, por lo que la ausencia de parte de la fauna que lo caracteriza constituye también una forma de degradación del ecosistema monte. Las actividades de caza y la proliferación de animales domésticos (gatos y perros) son la principal causa de la desaparición de parte de esa fauna, a la que a veces se suman actividades agropecuarias que la afectan. A su vez, de la misma forma en que la invasión de especies exóticas de flora degradan al monte, también lo hace la invasión de especies de fauna exóticas, tales como el jabalí, que afecta a otros componentes del ecosistema, en particular al carpincho. A esa agresión se suman también los gatos domésticos "asilvestrados", que constituyen un problema para numerosos animales y pájaros del ecosistema monte. En resumen, las actividades humanas no sólo han reducido al monte en extensión, sino que además lo han modificado y empobrecido sustancialmente en muchos sentidos. Si bien algo ya se ha ido señalando al respecto, resulta imprescindible identificar las causas presentes que lo continúan afectando negativamente, con el objetivo de detener y revertir el proceso de deforestación y degradación del monte. En este sentido, lo primero a destacar es que dentro del conjunto de causas, hay algunas que son claramente identificables, en tanto que otras son menos evidentes, pero no por ello menos importantes. A las primeras se las denomina causas directas, en tanto que las segundas reciben el nombre de causas subyacentes. Por ejemplo, en el caso más común de la corta del monte para la extracción y venta de leña, se puede decir que esa actividad es una causa directa de deforestación y/o degradación de montes. Sin embargo, si se analiza la cadena de causalidades detrás de esa aparentemente sencilla causa directa, se ve inmediatamente que el tema es mucho más complejo. En efecto, para que esa actividad sea posible se requiere, por ejemplo, que haya un propietario de monte dispuesto a cortarlo, que alguien pueda luego transportarlo y comercializarlo y finalmente que haya un mercado consumidor de esa leña. Dado que la tala de monte está prohibida (con algunas excepciones), ello por lo menos implica: - una situación de penuria económica por parte del propietario del monte, que le impulse a encarar una actividad que sabe es ilegal; - una similar situación económica de quienes van luego a cortar y transportar esa leña ilegal; - una falta de control de parte de los organismos encargados de velar por el cumplimiento de las leyes; - cierto nivel de corrupción a nivel de los funcionarios públicos encargados de fiscalizar el transporte carretero; - un mercado que prefiere este tipo de leña a la también disponible de eucalipto. Todas esas condiciones se dan en el momento actual, lo que explica el aumento en la comercialización de leña de monte que se viene experimentando en todo el país, sin que la legislación restrictiva vigente parezca tener ningún efecto para detenerla. El ejemplo anterior permite ilustrar el tema central de las causas de la deforestación, cuya identificación clara es imprescindible para detener el proceso de degradación de los montes. Sin pretender hacer un listado exhaustivo de todas las causas directas y subyacentes, las siguientes son quizá algunas de las principales: Entre las causas directas de deforestación y degradación de montes se destacan: - Eliminación de montes para sustituirlos por praderas para ganadería o por cultivos agrícolas y forestales. - Pastoreo excesivo o cultivos de arroz en áreas de palmares. - Tala de árboles para la obtención de madera para leña, carbón y otros usos. - Inundación de áreas de bosques por embalses de represas hidroeléctricas o de sistemas de riego. - Construcciones destinadas al turismo en la áreas ocupadas por el monte psamófilo. - Uso indiscriminado del fuego. - Invasión por especies exóticas. - Caza indiscriminada de especies de fauna del monte. A su vez, las principales causas subyacentes de deforestación y degradación de montes serían: - Políticas agropecuarias que no toman en cuenta sus posibles impactos sobre los montes. - Políticas generales que asignan menos recursos a la protección ambiental. - Legislación forestal inadecuada con respecto al monte indígena. - Políticas presupuestales en materia de remuneraciones al personal encargado de fiscalizar el transporte carretero. - Crisis en el sector agropecuario. - Inexistencia de políticas con respecto a la introducción y utilización de especies exóticas. - Inexistencia de modelos sustentables de manejo del monte. - Carencias en materia de investigación sobre usos del monte. - Malas prácticas agrícolas que degradan cuencas. - Bajo nivel de conocimiento sobre la importancia del monte indígena. - Falta de valoración de los bienes y servicios generados por el monte. - Falta de conciencia y educación a nivel del público sobre el monte indígena. - Paisajismo basado en especies exóticas y falta de legislación prohibitiva con respecto a especies exóticas invasoras. Dicho lo anterior, hay que tener en cuenta lo planteado en el capítulo 2 sobre la existencia de distintos tipos de monte y tratar de identificar cuáles son aquellos cuya supervivencia está más en peligro y cuáles los que corren menos riesgo. De los ocho tipos de monte mencionados (ribereño, serrano, de quebrada, psamófilo, de parque, de mares de piedra, ralo de transición y palmar), los dos que se encuentran en mayor peligro son el monte psamófilo (a punto de desaparecer) y el palmar (que desaparecería a mediano plazo a menos que se asegure su regeneración). Los dos siguientes más amenazados serían el monte de parque (en muchos casos ya desaparecido o transformado en montes cerrados de espinillo), el monte serrano (en particular el pseudo monte de parque que ha quedado del monte original) y el monte de mares de piedra (aunque con áreas protegidas voluntariamente por productores individuales). Finalmente se ubicarían el monte ribereño (más sujeto a degradación que a desaparición), el monte ralo de transición y el monte de quebrada (que es el que se encuentra en mejor condición de todos).
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