MONTE INDIGENA Mucho más que un conjunto de árboles por Ricardo Carrere |
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Capítulo 4 |
El monte ha contribuido, contribuye y puede contribuir
aún más al desarrollo sustentable del país. Persiste
sin embargo en el país una visión economicista estrecha
que sostiene que el monte "no sirve para nada", pese a que
el monte tiene una serie de valores que a lo largo de la historia han
sido consciente o inconscientemente aprovechados por el ser humano.
Un supermercado poco aprovechado En general, muy poca gente es consciente de la amplia gama de productos que es posible obtener del monte indígena, por lo que gran parte de los mismos no están siendo aprovechados ni suficiente ni adecuadamente. Es importante entonces mostrar tanto la oferta real como la potencial de este enorme supermercado, como manera de comenzar a comprender la riqueza que contiene. El monte frutal Cuando se habla de monte indígena, rara vez se piensa en sus varias especies frutales, pese a que algunas de ellas son ampliamente conocidas, tal como la palma butiá o la pitanga. Es importante por lo tanto conocer la gran variedad de especies frutales existente, algunas de las cuales podrían ser incorporadas a la dieta nacional sin mayores cambios, mientras que otras podrían ser objeto de procesos de selección genética tradicional para obtener variedades más atractivas para el consumo. El guayabo del país es quizá una de las especies más interesantes de todas las existentes en el país. Tiene un fruto relativamente grande, pulposo y de sabor muy agradable. Pese a que en otros tiempos era posible encontrarlo en las ferias vecinales, ha prácticamente desaparecido del mercado. Es de fácil cultivo y da fruto a los pocos años, siendo además una especie ornamental por la belleza de sus flores y el colorido de sus hojas. Se lo encuentra en numerosos montes del país y es interesante señalar que existe una gran diversidad en cuanto al tamaño y sabor de sus frutos, lo que abre grandes posibilidades a la selección genética para el cultivo de las variedades más interesantes para el paladar del consumidor. Lo mismo ocurre con la pitanga, cuyos sabores, tamaños y épocas de cosecha varían ampliamente en distintas regiones del país. El arazá es otra especie de gran potencial, siendo su fruto de un sabor muy agradable. Pese a que en el pasado su cultivo hogareño fue bastante común, hoy ha pasado a un olvido del que es necesario rescatarlo. Se trata de un arbusto, que en estado natural puede llegar a los cuatro metros, pero que bajo cultivo es un poco más bajo. Sus frutos de color rojizo tienen un diámetro de unos 2 cms, aunque existe también una variedad de frutos más grandes y de color amarillento. Con los frutos de arazá se pueden preparar dulces. El ubajai, árbol que crece en el norte del país, tiene un problema como frutal. En efecto, sus frutos son grandes y de sabor dulce y agradable, pero tienen un olor nauseabundo cuando están muy maduros. De cualquier manera, debería ser motivo de investigación para buscarle solución a ese problema. El mataojo colorado crece en la cuenca superior del río Uruguay, en particular en Artigas, Salto y Paysandú. Si bien sus frutos silvestres pueden ser consumidos, su cultivo parecería ser difícil, ya que según Lombardo (1979a) fructificaría recién a los 50 años. El guaviyú tiene un fruto de unos 2 centímetros de diámetro, de sabor dulce y agradable, con una semilla dura relativamente grande. Su cultivo, que en el pasado fue bastante común, hoy se encuentra prácticamente abandonado. El aguay o aguaí posee un fruto carnoso, globoso, amarillo y de unos 2 centímetros de diámetro. Sus frutos tienen sabor agradable, pero comidos en exceso pueden provocar irritación bucal. Sin embargo, con él se produce un dulce que no tiene ese problema. El tala (tanto el común como el trepador) tiene un fruto pequeño y dulce, de color amarillento. Aparte de ser comestible para el ser humano, constituye un muy buen alimento para las gallinas. El fruto del chañar, de unos 3 centímetros de largo, es dulce y aromático, siendo consumido en Argentina tanto en forma cruda, elaborada (mermelada) o conservada. En nuestro país se lo encuentra sólo en el litoral del río Uruguay. Finalmente, hay que señalar que el fruto de la palma yatay, que crece fundamentalmente en el departamento de Paysandú, tiene características muy similares al de la butiá. En definitiva, el monte contiene una serie de árboles y arbustos frutales, algunos de los cuales son parcialmente aprovechados, en tanto que en su mayoría no son ni comercializados ni difundidos. Entre los de mayor potencialidad se cuentan las palmas butiá y yatay, pitanga, arazá y guayabo del país, en tanto que otras seis especies (mataojo colorado, ubajai, guaviyú, aguaí, tala y chañar) deberían ser motivo de mayor investigación. El monte melífero La producción de miel se ha convertido en las últimas décadas en una fuente muy importante de ingresos y empleos, en particular a nivel rural, así como de divisas por exportaciones. Sin embargo, también en este caso rara vez se asocia a esta actividad con el monte. Si bien existen excepciones, en general la producción de miel se basa en el uso combinado de varias fuentes de polen y néctar, entre las que se cuentan los frutales, cultivos cerealeros y oleaginosos, plantaciones de eucaliptos, praderas, campo natural y monte indígena. En ese contexto, el monte juega un papel de gran importancia, debido a que se caracteriza por tener una floración temprana, un período de escasa floración en diciembre-enero y una nueva floración en febrero-marzo. Esto hace que el monte resulte muy útil para preparar las colmenas en forma temprana dado que, si las condiciones climáticas son las adecuadas, la floración comienza a partir de mediados de agosto. Durante el período de baja floración del monte, la producción melífera se basa fundamentalmente en las praderas (trébol blanco, lotus, etc.) o en otros cultivos anuales (por ejemplo, girasol) o permanentes (frutales, eucaliptos). A su vez, la floración tardía del monte resulta muy útil a la colmena para almacenar reservas para el invierno. Es decir, que si bien la producción de miel en general no se basa exclusivamente en el monte, éste resulta un elemento fundamental para la misma. En el monte existen al menos 36 especies identificadas como buenas productoras de polen o néctar, con la ventaja adicional de ubicarse usualmente cerca del agua, lo que constituye una gran ventaja para la producción melífera durante los períodos de sequía prolongada. Entre las numerosas especies útiles merece señalarse la importancia de las productoras de polen temprano (sauce criollo, espinillo, envira), aquellas que producen néctar concentrado (algarrobo, espinillo, palo cruz), y las que aportan néctar temprano (congorosa, pitanga, molle). El monte fuente de proteínas Si bien la caza y la pesca se asocian generalmente a formas de turismo depredatorio, concentradas en ciertas épocas del año, no es menos cierto que numerosas personas del interior del país encuentran sus medios de sustento en el monte y en los cursos de agua vinculados al mismo. La pesca en particular constituye un ejemplo en ese sentido, con numerosos pescadores que venden sus capturas en ciudades del interior. A su vez, son muchas las personas que obtienen alimentos de la caza de animales vinculados al monte o que venden la carne o las pieles de los mismos en los centros urbanos. En particular la carne de carpincho es muy apreciada por un amplio número de personas y su piel es utilizada en la confección de prendas de vestir. Algo similar sucede con el lagarto, cuya carne es muy apetecida, así como su cuero para la confección de calzados y otros usos en marroquinería. Otras especies, en particular de aves, son generalmente consumidas in situ o cazadas vivas para ser comercializadas en centros urbanos. Si bien algunas de estas actividades (en particular la caza de especies en peligro de extinción) son insustentables, en su mayoría tienen impactos ambientales menores, en tanto que beneficios sociales elevados, sobre todo en el caso de la pesca artesanal. El monte proveedor de bebidas Varias especies del monte sirven para producir infusiones o bebidas alcohólicas. Entre las primeras se destaca la pitanga, cuyas hojas en infusión son muy aromáticas y se ha incluso planteado que podría ser la base de la producción competitiva de un tipo distinto de té. También la infusión de hojas de arrayán permite la obtención de un té de sabor agradable. A su vez, las semillas de un pequeño arbusto llamado "café taperibá" sirven (previo su torrado) para la preparación de una infusión similar al café, pero de sabor y aroma mucho más atenuados. Un comentario aparte merece obviamente la yerba mate. Este árbol crece espontáneamente en varias áreas de monte y en el pasado se ensayó su cultivo en diversas partes del país. Lamentablemente, no se ha documentado esa experiencia y no disponemos de información acerca de las razones que motivaron el abandono de esos ensayos. En la actualidad toda la yerba que se consume es importada, por lo que parecería lógico priorizar la investigación acerca de las posibilidades actuales para su cultivo. En materia de bebidas alcohólicas la situación es similar a la de los frutales, dado que el uso de la pitanga y la palma butiá es ampliamente conocido a este respecto. Sin embargo, pocos saben que también se pueden preparar bebidas alcohólicas en base a arrayán, arazá, acacia mansa, chal chal, chañar, aruera y algarrobo. Con los frutos de arrayán colocados en bebidas alcohólicas se obtiene un aperitivo de muy apreciado sabor, que además resulta un buen tónico. A su vez, los frutos del arazá macerados en alcohol permiten la obtención de un licor de agradable sabor. En el caso de la acacia mansa, son sus flores las utilizadas para la fabricación de licores. En Argentina se prepara un aguardiente (la aloja o chicha) haciendo fermentar en agua los frutos del chañar. En ese mismo país también se obtiene una bebida fermentada en base a los frutos de la aruera y también de los del algarrobo. El monte como farmacia Sólo en materia de árboles y arbustos el monte tiene 48 especies a las que se asigna algún uso medicinal. A nivel nacional se comercializan algunas pocas, en particular congorosa, sarandí, rama negra y molle. Sin embargo, a nivel local son muchas las empleadas para enfrentar distintos problemas de salud. Entre otras muchas aplicaciones se emplean como febrífugos, digestivos, antidiarreicos, diuréticos, cicatrizantes, purgantes, antitusígenos y muchos otros usos. Si bien algunas de esas propiedades han sido ampliamente demostradas, en otros casos se requiere de mayor investigación. En ese sentido hay un caso que merece particular atención y es el de un pequeño arbusto llamado guazatumba, que crece al norte del río Negro y que se utiliza para la mordedura de víboras venenosas. Dada la escasez crónica de suero antiofídico y la abundancia de serpientes venenosas, en algunas zonas del departamento de Tacuarembó se hace un preparado consistente en unas 5 hojas de ese arbusto (típico de la zona) en un litro de alcohol blanco. En caso de mordedura, se aplica sobre la zona mordida y al mismo tiempo se lo da a beber al paciente. En virtud de la carencia de suero, los médicos de la zona aconsejan llevar este preparado a los acampantes y se afirma que da excelentes resultados. Es claro entonces que, dada la importancia del tema, éste es un caso que merece ser investigado a fondo. Otro caso muy interesante es el del palán palán, especie muy común en Montevideo, que crece fundamentalmente sobre edificios viejos o en terrenos baldíos. Sus hojas frescas machacadas y aplicadas sobre las heridas constituyen un excelente cicatrizante y desinfectante. Pese a ello, es utilizada casi exclusivamente por los llamados "curanderos". El monte y la industria química El monte provee también de una serie de elementos potencialmente utilizables por varios sectores industriales. En un mundo crecientemente preocupado por la utilización de sustancias químicas nocivas para la salud y para el medio ambiente, es interesante señalar que en el monte hay, por ejemplo, varias especies que contienen tanino, utilizable para curtir cueros. Entre ellos destaca el espinillo, cuyo fruto está compuesto por un 33% de tanino. Otras especies contienen ese elemento en su corteza (quebracho flojo, arrayán, cambuatá, ingá, guaviyú, angico, ibirapitá, sauce criollo, molle) o en su madera (anacahuita). Otro componente interesante de varias especies de árboles y arbustos nativos está compuesto por su resina. Por ejemplo, haciendo incisiones en el tronco de la cina cina se extrae una goma similar a la arábiga y lo mismo ocurre en el caso del ñandubay. Del curupí se extrae el látex, con el que se prepara una goma de notable elasticidad, utilizada para cazar pájaros vivos expandiéndola sobre el alambre superior de los alambrados. A su vez de la savia del molle se produce una resina que puede sustituir al incienso. A lo anterior se añade que algunas especies sirven para teñir. Por ejemplo, la corteza del sauce criollo contiene materias colorantes que sirven para teñir lanas y lo mismo sucede con la del chañar, en tanto que en el caso del molle son sus hojas las utilizadas con ese fin. Otros usos químicos identificados incluyen a las flores del espinillo (que constituyen una de las bases más importantes en la preparación de perfumes finos), a los frutos del quebracho flojo (cuyas semillas contienen un elevado porcentaje de un tipo de aceite que podría sustituir al aceite de tung) y a la corteza del palo de jabón, utilizada en la limpieza de trajes debido a su propiedad de disolver las grasas con gran facilidad. El monte como productor de madera Históricamente, la madera del monte ha sido utilizada fundamentalmente para la producción de leña y carbón y para construcciones rurales, tales como viviendas, galpones, postes y piques. Si bien hay una gran experiencia acumulada en cuanto a cuales son las mejores especies para esos usos, en general hay poca experiencia sobre otros posibles usos de muchas de las maderas existentes en el monte y menos aún en cuanto a cómo lograr su uso sustentable. Es importante comenzar por señalar que dentro de los distintos tipos de montes se desarrollan algunas especies que alcanzan grandes dimensiones y que por tanto podrían ser industrializadas a nivel de aserradero. Tal es el caso del timbó, sauce, ceibo, canelón, palo de jabón, azoita cavalo, varias especies de laureles, tarumán, tembetarí, etc., que en total componen un grupo de más de 30 especies. Al mismo tiempo, otras 30 especies, de dimensiones más pequeñas, producen maderas de alta calidad para distintos usos. Dejando de lado a las especies muy escasas o en peligro de extinción, quedarían unas 60 especies (algunas abundantes en todo el país y otras restringidas a algunas regiones), que podrían teóricamente ser la base de una industria de la madera, pero siempre y cuando la misma se adaptara a la realidad de nuestros montes. En efecto, una de las razones por las cuales los montes han sido siempre utilizados fundamentalmente para producir leña y carbón es que están en general compuestos por una mayoría de especies poco aptas para un uso industrial tradicional, en el sentido de contener pocos árboles de fustes largos y diámetros gruesos por hectárea. La corta selectiva de esos pocos árboles resulta casi imposible sin cortar el resto del monte y en general (con escasas excepciones), su uso rentable se justifica sólo cuando son utilizadas dentro del propio establecimiento. Sin embargo, la amplia gama de maderas de alta calidad para distintos usos, desde cabos de herramientas hasta tornería y ebanistería, parecería prestarse a su utilización en el sector artesanal, que a su vez podría vincular su producción al incremento del turismo en las distintas zonas del país. Dicho enfoque permitiría que el monte fuese utilizado simultáneamente para leña y para el abastecimiento de madera al sector artesanal, simplemente seleccionando las maderas más útiles para este último y destinando el resto al uso energético. Por el momento ello no es más que un planteo teórico, ya que aún no existe experiencia verificada sobre el manejo sustentable del monte, condición previa ineludible para encarar una producción de ese tipo. Si bien existe hoy un amplio comercio de leña de monte, la mayor parte del mismo es ilegal y la corta es hecha sin aplicar métodos de manejo que aseguren la regeneración del monte. El monte ornamental El monte no sólo tiene un elevado valor paisajístico en su conjunto, sino que además contiene un conjunto importante de especies (tanto leñosas como no leñosas), que se prestan para el cultivo en vivero y venta como ornamentales. A las más conocidas como el ceibo, la anacahuita, los plumerillos y el timbó, se suman muchas otras, tales como el palo de fierro, la pezuña de vaca, el espinillo, el tarumán, la espina amarilla, la palma pindó y muchas más. El monte también incluye varias especies de tunas, helechos, cañas, epífitas y parásitas de alto valor ornamental. Algunas de las especies se caracterizan por la belleza de su floración, en algunos casos (como el espinillo o la parásita yerba de pajarito) acompañada de un exquisito aroma que impregna el área adyacente. En otros casos se trata de la belleza de su forma, como puede ser la cina cina, caracterizada además por el color oscuro de su corteza agrietada. El tarumán es a su vez apreciado por sus grandes racimos de frutos rojizos, mientras que la palma pindó destaca por la elegancia de su forma y el tembetarí por los gruesos aguijones presentes en su tronco. Por supuesto que, como en toda actividad paisajística, no todas las especies se adaptarán a las características del sitio y habrá que hacer una selección adecuada teniendo en cuenta ese y otros factores. Por ejemplo, la belleza del ombú sólo podrá ser apreciada en grandes espacios y lo mismo es aplicable al enorme timbó. Para crecer y florecer bien, el espinillo demandará un espacio con mucha insolación y lo mismo es aplicable a muchas otras especies. Pero se puede asegurar que para todo ambiente habrá varias especies nativas que se adaptarán al sitio y lo embellecerán. Pese a ello, no existe una oferta amplia de este tipo de plantas a nivel de los viveros, debido a varias causas. Por un lado, existe una realidad cultural que no se puede desconocer, que aún continúa asignando mayor valor a las especies exóticas que a las nativas. Por otro lado, no existe una promoción activa de nativas, ni a nivel oficial ni a nivel del sector privado, por lo que el público en general desconoce la belleza de nuestras especies. A su vez, esa falta de promoción implica la inexistencia de una oferta de semillas y por ende una escasez de plantas a nivel de vivero. Sin embargo, este sector tiene una gran potencialidad, ya que las especies indígenas se han vuelto "exóticas" debido a la amplia predominancia de las especies no nativas sobre las nativas. Ello es particularmente aplicable a la población que habita Montevideo y los balnearios del este, para quienes un tembetarí, un chañar o un carobá resulta mucho más exótico que un paraíso, un eucalipto, una acacia aroma o un pino marítimo. El monte como proveedor de servicios La función del monte indígena no se agota en la producción de la amplia gama de bienes que se acaban de reseñar, sino que además brinda una serie de servicios vitales, tanto en lo local como en lo global. El monte y la producción agropecuaria Como se vio en el capítulo 3, en términos generales la producción agropecuaria se hizo históricamente a expensas del monte. Pese a ello, tanto la producción ganadera como la agrícola siguen obteniendo beneficios de los remanentes de monte. El primer beneficio es la provisión de abrigo y sombra al ganado. Esto es particularmente obvio en las zonas en las que han quedado árboles centenarios aislados en la pradera, que constituyen verdaderos galpones donde los vacunos y lanares se refugian para protegerse de las inclemencias del tiempo. En las zonas serranas, los remanentes de monte ofrecen un abrigo inmejorable contra el viento, al que desvían casi por completo con su intrincado follaje. Un caso aparte es el del monte de parque en el litoral del río Uruguay. Aquí el monte se presta naturalmente para la explotación ganadera, brindándole una serie de beneficios muy importantes. Por un lado, porque los árboles están espaciados en la pradera, conjugándose entonces el abrigo y la sombra con el desarrollo de los pastos. Por otro lado, los propios árboles (algarrobo, ñandubay) aportan forraje de alto valor nutritivo al ganado a través de sus frutos. Al mismo tiempo, la predominancia de árboles de la familia de las leguminosas implican la fijación de nitrógeno en el suelo, mejorando así su rendimiento forrajero. Finalmente, muchas de las especies proporcionan postes de alta calidad para el alambrado de los establecimientos. Es importante añadir que muchas especies del monte constituyen una reserva forrajera estratégica a la que recurrir durante los períodos de sequía. En efecto, si bien en épocas normales el ganado se alimenta fundamentalmente de gramíneas, el follaje de muchas de las especies arbóreas es consumido cuando las pasturas resultan insuficientes. Entre muchas otras, el canelón constituye una de tales reservas y muchos animales han logrado sobrevivir crisis forrajeras en base al follaje cortado de éste y otros árboles. Un aspecto poco comprendido es la importancia del monte en el mantenimiento del equilibrio ecológico y como esto contribuye a la producción agropecuaria. En efecto, la aparición de plagas es un síntoma de un desequilibrio ecosistémico, que hace que la población de alguna especie aumente en forma explosiva y afecte a la producción agrícola o ganadera. La existencia de montes poco intervenidos, con la más amplia diversidad posible, permite un control casi automático de muchas plagas potenciales. Si bien insuficiente para el control de todas las plagas (lo que requeriría un manejo más racional de la propia actividad agropecuaria), el monte brinda así un servicio de gran importancia a la producción. El monte, el agua y el suelo Como se vio en el capítulo 2, el monte se instala normalmente en las cercanías del agua, ya sea superficial o subterránea. Sin embargo, el monte no es simplemente un consumidor de agua, sino que es uno de los principales responsables de la conservación de las cuencas hídricas. Como es sabido, los cursos de agua nacen en las zonas serranas y esa es una de las áreas en las que se desarrolla el monte. El monte cumple allí dos funciones vitales: por un lado, porque impide que el agua escurra rápidamente por las laderas, permitiendo su infiltración en el suelo. Parte de esa agua será utilizada posteriormente por el monte, pero otra parte se infiltrará hasta la napa subterránea de agua. Estas napas subterráneas constituyen verdaderos cursos de agua, pero que fluyen muy lentamente. Ello hace que puedan alimentar durante todo el año a las cañadas, arroyos y ríos, lo que explica que éstos continúen fluyendo aún durante períodos de sequía. En segundo lugar, el monte ayuda a proteger al suelo de la erosión, evitando así la sedimentación de los cursos de agua. Debido a que lo anterior no ha sido tomado adecuadamente en cuenta, hoy nos encontramos con un monte serrano muy disminuido en extensión y sustituido por pasturas (que no pueden cumplir con esas funciones) o por plantaciones de eucaliptos (que no sólo no cumplen con esa función, sino que a la vez son grandes consumidoras de agua). Todos los demás tipos de monte también contribuyen a la conservación de las cuencas hídricas, ya sea permitiendo el abastecimiento de agua a la napa subterránea, ya sea protegiendo las márgenes de los cursos de agua o ya sea protegiendo al suelo de la erosión. Pero también en todos estos casos, los procesos de deforestación, sumados a prácticas agrícolas y ganaderas insustentables, han llevado a la degradación de muchas cuencas hídricas del país. El monte y el paisaje El concepto de belleza depende mucho de las pautas culturales predominantes. En materia paisajística, una visión eurocentrista implicó que se intentara modificar sustancialmente nuestro paisaje nativo, incorporando especies exóticas ornamentales e intentando recrear bosques al estilo europeo. Afortunadamente, dicha visión está actualmente cambiando y se comienza a percibir la belleza de nuestros paisajes naturales, entre los que el monte indígena es uno de sus componentes esenciales. La pradera, el monte, el humedal y la costa son los principales ecosistemas en el país, que se complementan del punto de vista paisajístico. A su vez, se integran perfectamente al paisaje ondulado predominante y a las zonas más quebradas del norte y este del territorio. El monte en particular no sólo no esconde (como lo hacen las plantaciones de eucaliptos o pinos), sino que realza la belleza de las formas de relieve del territorio. La belleza de ese paisaje que se ve desde las rutas y caminos aumenta a medida que el observador se acerca al monte. En ese momento se comienzan a percibir los contrastes de colores y formas que componen la gran diversidad de especies presentes en cualquier monte. Los colores oscuros del canelón o el mataojo contrastan con los plateados de la murta y grisáceos del carobá o con los brillantes del sombra de toro y la congorosa. Los rectos tarumanes o sauces se mezclan con los retorcidos coronillas y talas trepadores. Las flores rojas del plumerillo y el palo de fierro destacan contra las blancas de la pezuña de vaca. La diversidad de formas, tamaños, disposición y color de los frutos se entremezcla con musgos, helechos y epífitas que se desarrollan sobre y bajo los árboles. En cuanto el observador se adentra en el monte el paisaje cambia nuevamente. Ahora se perciben los aromas del monte y es posible conocer la presencia del sauce o del mataojo o de la yerba de pajarito sólo mediante el sentido del olfato. El aire es también sustancialmente distinto al de la pradera desde la que se accede al monte, lo mismo que el sonido. Todo cambia y se vuelve más misterioso. También cambia la fauna y es posible comenzar a encontrar insectos, batracios, mamíferos, aves y muchas otras especies (y sus ruidos, cantos, huellas, nidos y madrigueras) que se desarrollan al amparo del monte. Las plantas trepadoras y las lianas constituyen carreteras por las que se desplazan numerosos insectos. Movimiento, color, aroma, sonido diferencian claramente este paisaje de otros. En muchos tipos de montes, su belleza se incrementa por la presencia de grandes piedras, de cursos de agua, de pequeñas cascadas o rápidos, de cerros o quebradas que otorgan aún más variedad visual y acústica a la propia del monte. Ese paisaje es a la vez muy cambiante a lo largo del año y cada primavera aporta nuevas formas y coloridos por la brotación de las especies de hoja caduca, cuyo follaje va luego cambiando de color. La floración de las distintas especies, así como su fructificación aportan aún más elementos al variante panorama. Todo ello tiene un enorme valor estético que a su vez le otorga un valor turístico medible incluso en términos monetarios. En un mundo cada vez más artificializado, lo natural adquiere un elevado valor para la recreación y el disfrute de la naturaleza. En nuestro país por fortuna aún existen muchas áreas de monte poco intervenidas que se prestan admirablemente para ese tipo de actividad, que ya está siendo aprovechada económicamente por algunos establecimientos agropecuarios que ahora incorporan a su actividad una oferta turística de tipo natural. El monte y la diversidad biológica Independientemente de todos los posibles usos económicos y no económicos, el ecosistema monte es depositario de una gran diversidad biológica. El ser humano no tiene el derecho de hacer desaparecer especies que fueron surgiendo a lo largo de millones de años de evolución. Es por eso una obligación ética asegurar su conservación. Al mismo tiempo es una obligación legal, dado que Uruguay es uno de los países firmantes del Convenio sobre Diversidad Biológica, por el cual se comprometió a asegurar la conservación de los hábitat, especies y genes existentes en el país. En Uruguay ya han desaparecido especies y varias otras se encuentran en vías de extinción o seriamente amenazadas. Una de las principales causas para la desaparición de especies es la destrucción o modificación sustancial de los hábitat en los que se desarrollan. En nuestro país, el ecosistema más modificado y degradado es la pradera, pero ello no significa que no haya habido modificaciones importantes en otros ecosistemas como la costa, el humedal y el monte, que ponen en riesgo nuestra biodiversidad. Como se vio en el capítulo 3, en el país
hay varios tipos de montes muy degradados o en vías de desaparición
(como el psamófilo o el de parque) y a la vez algunas de sus
especies arbóreas también se encuentran en peligro, tales
como la guayubira, un tipo de timbó (Arthrosamanea polyantha),
el lapacho. La conservación de la diversidad biológica,
compromiso tanto ético como legal, obliga entonces a tomar medidas
urgentes para asegurar la supervivencia de esos tipos de montes y de
todas las especies de flora y fauna que los componen.
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