MONTE INDIGENA Mucho más que un conjunto de árboles por Ricardo Carrere |
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Capítulo 5 |
El futuro de nuestros montes depende de la remoción del conjunto de causas que llevan a su desaparición y degradación. Entre ellas, quizá la más profunda sea el divorcio entre el monte y amplios sectores de nuestra sociedad, por lo que el punto de partida debería ser el logro de un cambio diametral de mentalidad a su respecto. Cambio de mentalidad El monte indígena es generalmente descrito en forma negativa, comparándolo con formaciones boscosas propias de otros ambientes. Por ejemplo, algunos de los mejores montes del país han sido catalogados como "selvas empobrecidas"; el crecimiento del coronilla ha sido descrito como "desprolijo y desproporcionado"; se enfatiza que nuestros árboles son bajos, achaparrados, de fuste corto y tortuoso, de escaso valor maderero, de lento crecimiento. Más allá de la falsedad de algunas de esas afirmaciones, dicha forma de ver al monte se enmarca en una visión extranjerizante de nuestra realidad, quizá explicable en el caso de los primeros europeos que colonizaron estas tierras, que llegaron munidos de un bagaje cultural adaptado a otras realidades. Sin embargo, dicha visión resulta enajenante para sus descendientes nacidos en esta tierra, muchos de los cuales aún no logran adaptarse a su propio entorno ambiental. En el caso de los montes, una manifestación de esa manera de ver la realidad predominó hasta la década de los años sesenta, incluso en la enseñanza forestal, que pregonaba el "mejoramiento" del monte indígena a través de la paulatina sustitución de sus especies por otras consideradas "más nobles", tales como robles, fresnos, arces, álamos, etc. Si bien dichas posiciones afortunadamente han sido superadas, lo cierto es que para muchos uruguayos el monte todavía constituye algo más exótico que los pinos implantados en la costa oceánica o que los eucaliptos plantados en la pradera. Lo primero entonces es adaptar nuestra cultura a nuestros ecosistemas en vez de intentar modificar los ecosistemas para adaptarlos a una cultura europea que ya no es más la nuestra. En ese sentido, el primer paso consiste en conocer y apreciar los montes en todo su valor, sin apelar a comparaciones, ni positivas ni negativas, con ecosistemas de otras regiones. En ese sentido, es importante señalar que nuestros montes constituyen formaciones únicas en el mundo, que a lo sumo se extienden parcialmente hacia la mesopotamia argentina o hacia el extremo sur de Brasil. Los palmares de butiá son formaciones únicas en el mundo. También lo es el monte psamófilo. Compartimos los palmares de yatay y el monte de parque exclusivamente con Argentina. Nuestro país alberga los más extensos montes de ombúes. El típico monte ribereño sólo se extiende hacia una pequeña parte de Argentina y Brasil. Nuestros mares de piedra constituyen formaciones boscosas muy poco frecuentes. La mayoría de las especies vegetales que pueblan nuestros montes tienen un área de distribución muy restringida y adaptadas a nuestro clima y suelos. El hecho es que nuestros montes son distintos. Ni mejores ni peores, ni más ni menos hermosos, ni de mayor o menor valor. Simplemente son nuestros, y en consecuencia nos corresponde velar por su conservación. La llamada ley forestal La legislación forestal vigente es de alguna manera un reflejo de esa larga tradición de menosprecio hacia el monte, puesto que asigna mucho más importancia a las plantaciones (a las que denomina "bosques") que a los montes nativos. En efecto, el objetivo central de la llamada ley forestal no es la conservación y uso sostenible del monte, sino la promoción de plantaciones a gran escala de eucaliptos y pinos. Es así que la mayor parte de su articulado se centra en ese tipo de plantaciones y recién en el artículo 24 se refiere explícitamente al monte diciendo: "Prohíbase la corta y cualquier operación que atente contra la supervivencia del monte indígena, con excepción de los siguientes casos: A) Cuando el producto de la explotación se destine al uso doméstico y alambrado del establecimiento rural al que pertenece. B) Cuando medie autorización de la Dirección Forestal basada en un informe técnico donde se detallen tanto las causas que justifiquen la corta como los planes de explotación a efectuarse en cada caso". Y eso es prácticamente todo: la prohibición de la corta no autorizada. El tema se vuelve incluso más claro en la implementación de la propia ley, cuando se destina prácticamente la totalidad de los recursos económicos y humanos a lograr la mayor superficie posible de plantaciones, en tanto que no se hace prácticamente nada respecto de la conservación del monte. Es más, el inciso B de dicho artículo ha servido para "legalizar" una enorme cantidad de camiones que transitan las carreteras con leña de monte extraída ilegalmente. De investigación o reforestación con especies indígenas, nada. De promoción tampoco. Simplemente se declara (pero sin el imprescindible control) que los montes no pueden ser explotados. La otra referencia explícita sobre nuestras formaciones nativas se refiere a los palmares, cuando en el artículo 25 se plantea la prohibición de "la destrucción de los palmares naturales y cualquier operación que atente contra su supervivencia". También a ese respecto la ley se limita a prohibir, cuando lo que se requiere son medidas eficaces para resolver el principal problema del palmar, que no es la corta, sino la regeneración. Incluso si se interpretara estrictamente ese artículo, resultaría en la prohibición del pastoreo o el cultivo del arroz en toda esa zona, puesto que son esos los factores que realmente atentan "contra su supervivencia". Sin embargo, poco ha hecho la Dirección Forestal al respecto. Incluso algún artículo que podría resultar útil, tal como el 12, que establece la obligatoriedad de "la plantación de bosques protectores en aquellos terrenos que lo requieran para una adecuada conservación o recuperación de los recursos naturales renovables..." nunca ha sido interpretado como referido a la plantación de especies nativas (como sería necesario para la protección de las cuencas hídricas), sino sólo referido a la de especies exóticas. Resulta imprescindible por tanto que el Parlamento elabore una verdadera ley forestal, centrada en nuestro único recurso forestal nativo: el monte indígena. Dicha ley debería promover todas las actividades vinculadas al uso sustentable del monte, asegurando no sólo su conservación sino también la rehabilitación de áreas deforestadas o degradadas. Entre otras, debería promover las actividades de conservación, manejo adecuado, control de especies exóticas invasoras, recolección y distribución de semillas, producción de plantas, reforestación, reintroducción de especies de fauna, investigación, usos madereros y no madereros, educación y capacitación, entre otras. El uso sustentable Si bien lo anterior es necesario, al mismo tiempo resultaría insuficiente. Desde el punto de vista del país en su conjunto y de los propietarios individuales, el monte es un recurso del que se espera obtener beneficios de algún tipo. Como ya se señaló en el capítulo 4, el monte brinda al país una serie de servicios de un valor incalculable, entre los que la conservación de los recursos hídricos constituye uno de los más destacados. Al mismo tiempo, también se señalaron otra serie de beneficios y usos actuales y potenciales tales como la producción melífera, medicinal, industrial, alimenticia, etc. Sin embargo, muchos de esos posibles usos no están siendo aprovechados a plenitud y en numerosos otros casos ni siquiera se ha encarado su empleo. Ello resulta en muchos casos en una visión de que el monte "no sirve para nada", lo que constituye un escollo para la aceptación de la necesidad de su conservación. La actual legislación, que prevé la exoneración impositiva a las áreas cubiertas por montes, resulta por ello insuficiente para asegurar su conservación, y el país sigue asistiendo a la corta ilegal de los montes. Quizá uno de los mejores ejemplos en materia de fomento a la conservación lo constituyan los establecimientos turísticos, en los que el monte juega un papel preponderante en los servicios que se brindan a los clientes. El monte adquiere así un valor económico superior al de la posible venta de su madera o sustitución por actividades agropecuarias. Resulta importante entonces encarar el estudio de todos los posibles usos, tanto del monte en su conjunto como de las especies de flora y fauna que lo componen, apuntando a la obtención del mayor número de beneficios posible dentro del marco de su conservación y rehabilitación. En la medida en que el monte sea conscientemente integrado al aparato productivo y de servicios del país, mayor será la posibilidad de asegurar su conservación. Lo mucho por hacer En resumen, debe partirse de la base de que en materia de montes recién se está en las primeras etapas de su conocimiento y de que es mucho lo que queda por hacer en todos los órdenes. Siendo un ecosistema complejo, su conocimiento depende del trabajo conjunto de una amplia gama de disciplinas, abarcando desde las biológicas hasta las sociales. Al mismo tiempo, su posible utilización requiere el compromiso de otra serie de disciplinas, tales como la física y la química, así como el del sector empresarial, tanto industrial, como agropecuario y de servicios. El sistema educativo nacional tiene a su vez un papel preponderante a cumplir impartiendo una enseñanza vinculada a nuestra realidad, en la cual el monte es uno de los ecosistemas más importantes. Pero eso a su vez requiere la formación previa de los educadores, gran parte de los cuales tiene gran motivación en la materia, pero no recibe los conocimientos necesarios para ser impartidos al alumnado. Las organizaciones de la propia sociedad civil (en particular las ambientalistas), se han contado hasta ahora entre las más activas defensoras del monte indígena. Se requiere sin embargo que muchas otras organizaciones incorporen esta temática a su accionar para lograr los cambios necesarios que vuelvan viable su conservación. El sector político tiene un rol muy relevante en esta temática. Por un lado, porque a nivel parlamentario puede elaborar una legislación forestal adecuada a nuestra realidad y a nivel de presidencia velar por su cumplimiento. Por otro lado, porque los organismos del Estado (y en particular los ministerios) tienen a su frente representantes de los partidos políticos que pueden poner en práctica políticas nacionales o departamentales de defensa del monte indígena. Pero si bien todos esos y muchos otros actores relevantes tienen
la potencialidad de lograr un cambio de rumbo en materia de la conservación
de los montes, son a la vez de alguna manera representantes de un
sentir nacional que hasta ahora ha vivido de espaldas a nuestra realidad.
Hasta tanto la mayoría de los uruguayos no se decida a mirar
hacia adentro de nuestra realidad y "descubra" al monte,
todo lo que se pueda hacer seguirá siendo insuficiente. Lo
central sigue siendo entonces el necesario cambio de mentalidad. Que
nuestros niños conozcan primero al carpincho y luego al elefante,
al coronilla antes que al eucalipto, a los cerros antes que los volcanes.
Que los adultos tengan la oportunidad de conocer y disfrutar la maravilla
de nuestros montes. Y de allí comenzarán a salir las
soluciones.
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