El bosque natural uruguayo:
sus funciones ambientales.

Ricardo Carrere

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Al intentar analizar las funciones ambientales del monte natural, se tropieza inmediatamente con la limitante de la insuficiencia de estudios científicos básicos nacionales al respecto. Si bien existe unanimidad a nivel técnico en cuanto a la importancia del monte en este sentido (que incluso ha determinado la sanción de una legislación restrictiva en cuanto al aprovechamiento de este recurso), es muy poco lo que se ha avanzado en la constatación científica de las funciones ambientales que se le asignan.

En razón de ello, el presente trabajo tiene carácter de ensayo y su objetivo es reunir, ordenar y comentar el conocimiento actual en la materia, a fin de presentar una visión global de las funciones ambientales del monte natural, que se constituya a su vez en punto de partida para investigaciones científicas detalladas al respecto.

La información que se analiza a continuación, se ha basado fundamentalmente en la bibliografía nacional existente, complementándola con entrevistas a técnicos en diversas disciplinas y con observaciones personales del autor.

Una segunda aclaración previa tiene relación con el alcance que se dará en el presente trabajo a la definición de "monte". El monte natural no es sólo una asociación de árboles y arbustos con determinadas características. Cada tipo de monte conforma ecosistemas distintos, donde interactúan elementos físicos y biológicos (energía, agua, suelo, clima, flora, fauna etc.). Por consiguiente, cada uno de los elementos del ecosistema cumple un papel fundamental en el equilibrio del mismo.

Sin embargo, al analizar las funciones ambientales del monte, nos centraremos en el componente arbóreo y arborescente que caracteriza al ecosistema, en primer lugar, por entender que su presencia determina la existencia del propio ecosistema. En segundo lugar, porque la cubierta arbórea brinda una serie de beneficios muy importantes, tanto hacia adentro del ecosistema como hacia otros ecosistemas relacionados y al país en su conjunto.

Por lo tanto, entendemos que se justifica analizar por separado algunos de los valiosos servicios que el componente arbóreo (al que nos referiremos al hablar del monte) brinda al ambiente en general.

I. VALOR CONSECUENCIA DEL MONTE.

La oferta ambiental del monte se puede agrupar en bienes (valor producción) y servicios (valor consecuencia). Es decir, que el monte tiene, por un lado, un potencial económico directo, que se traduce en la producción de bienes tangibles tales como la leña, a la que se agregan otros productos y materias primas tales como postes, maderas, frutos, materias primas para la industria química (taninos, esencias), farmacéutica (productos medicinales), polen y néctar (apicultura), etc. Este es el denominado valor producción del monte.

Por otro lado, el monte brinda otra serie de beneficios, derivados de la influencia de la masa boscosa sobre otros recursos naturales o construidos. Como se verá, el monte cumple importantes funciones en la conservación de cuencas hídricas, suelos, protección de fauna, etc., que directa o indirectamente benefician diversas actividades o cubren determinadas necesidades del ser humano (agricultura, ganadería, agua potable, energía hidroeléctrica, recreación, etc.).

Estas funciones poseen evidentemente un valor, pese a que el mismo resulta difícilmente cuantificable en términos monetarios y que se denomina valor consecuencia del monte.

Pese a lo poco que se ha avanzado en esta área en nuestro país, existe cierta acumulación de conocimientos básicos que estarían demostrando la importancia de las funciones ambientales del monte, entre las que se destacan las siguientes:

1) Conservación de cuencas hídricas.
2) Conservación de suelos.
3) Protección de fauna indígena.
4) Influencias microclimáticas beneficiosas para el ganado, las pasturas, los cultivos y el propio ser humano.
5) Valor paisajístico, recreativo y cultural.
6) Conservación de la diversidad biológica.

1. CONSERVACION DE CUENCAS HIDRICAS.

Si bien en el Uruguay no se han llevado a cabo estudios específicos acerca de la influencia del monte natural sobre la conservación de cuencas hídricas, existe consenso a nivel técnico acerca de su importancia y de los mecanismos a través de los que ejerce su influencia. Es así que Cayssials (1984) entre otras medidas, recomienda "proteger al máximo las masas boscosas indígenas, así como propiciar la forestación en las partes altas de la cuenca, a los efectos de construir barreras biológicas, que minimicen los daños de las lluvias". Barbat (1989) señala que el monte indígena "tiende a homogeneizar el régimen hídrico del cauce, reduciendo los valores extremos de los escurrimientos (en especial los picos de las crecidas)..."

Con el objetivo de comprender los mecanismos reguladores del monte, comenzaremos analizando el llamado "ciclo del agua", que se puede esquematizar de la siguiente manera:

EL CICLO HIDROLOGICO Y EL MONTE NATURAL

La precipitación (1) puede ser interceptada por la vegetación (2), caer al suelo y escurrir superficialmente (3), infiltrarse en el suelo (4) o caer directamente sobre cursos o espejos de agua. El agua infiltrada en el suelo puede a su vez circular interiormente hacia los cursos de agua (5) o ser evapotranspirada (6), ya sea directamente o luego de ser utilizada por los vegetales. A este proceso de evapotranspiración se suma también el agua interceptada por la biomasa. (Ven te Chow 1964, Cayssials 1984, Barbat 1989).

1.1 El bosque y el régimen hídrico de las cuencas.

El comportamiento del agua puede ser estudiado a nivel de cuenca hídrica, entendiéndose por tal a un área delimitada por una divisoria de aguas y un punto de salida común fijado en forma arbitraria. Se denomina régimen hídrico al comportamiento del agua en dicho punto de salida, el cual dependerá de las proporciones relativas de los escurrimientos superficial y profundo del agua de lluvia. Cuanto mayor sea el escurrimiento profundo, menor será el nivel alcanzado por las crecientes, dado que se producirá un desfasaje entre la precipitación y el escurrimiento al cauce, lográndose también una mayor regularidad en el caudal (Barbat, 1989).

Los distintos tipos de vegetación inciden de diferente forma en el régimen hídrico, siendo las formaciones boscosas más eficientes que la pradera en la regulación del mismo (Ven te Chow, 1964), lo que a su vez se relaciona directamente con el control de la erosión y por ende con la calidad del agua y la conservación de las cuencas.

Debido a sus características, los montes ribereños y serranos poco intervenidos pueden cumplir muy eficientemente con sus funciones de regulación. En efecto, estos montes se caracterizan por ser relativamente bajos (4-8 mts. de altura), densos, heterogéneos (numerosas especies arbóreas y arbustivas), discetáneos (todas la edades), con un elevado porcentaje de especies perennifolias y con presencia de otras plantas acompañantes (epífitas, parásitas, helechos, etc.).

Estas características tienen gran importancia en las distintas etapas del ciclo del agua en la cuenca:

1) En la intercepción.

Todas las características anotadas hacen que la intensidad de caída de la lluvia se uniformice en la etapa de intercepción. Las gotas finas de las lloviznas se combinan en gotas mayores que caen de las hojas, y las gotas gruesas de las lluvias fuertes son rotas por el follaje, reduciendo su tamaño y velocidad de caída. En general, las gotas que caen de las hojas son más grandes que las gotas de lluvia y en estudios realizados en Norteamérica (Ven te Chow, 1964) se determinó que las gotas que caen desde alturas superiores a los 8 metros alcanzan una fuerza de choque superior a la de la lluvia al caer directamente al suelo. Es por eso que los distintos estratos de nuestros montes densos, bajos, heterogéneos y discetáneos pueden jugar un importante papel en la intercepción. A ello se agrega la presencia de una mayoría de especies de hoja perenne, hecho de gran importancia por el hecho de que los mayores excesos de humedad ocurren en invierno.

2) En la infiltración.

La intercepción facilita la infiltración, a lo que se suma la presencia de hojarasca y mantillo en el suelo, que no sólo protegen al suelo de la erosión, sino que además aumentan su capacidad de almacenamiento de agua. El nivel de infiltración de los suelos forestales es superior al de los suelos con pasturas naturales, que por otro lado también se ve favorecida por las raíces muertas de los árboles, que permiten una mayor penetración del agua en el suelo (Ven te Chow 1964). La infiltración tiene gran importancia, dado que permite que parte del agua de lluvia alimente subterráneamente los cursos de agua, favoreciendo la distribución del agua caída durante un lapso de tiempo mayor, colaborando así con la regulación del curso de agua. (Barbat 1989)

3) En la evapotranspiración.

Los árboles son en general grandes consumidores de agua. Por consiguiente, al extraer grandes cantidades de agua del suelo, se crean oportunidades para el almacenaje de agua de las lluvias siguientes, disminuyendo así el escurrimiento superficial (Ven te Chow 1964, Barbat 1989)

1.2 Funciones de los distintos tipos de montes.

En el esquema siguiente se señalan los tres tipos básicos de formación boscosa, cada uno de los cuales ejerce una influencia diferente en lo referente al régimen hídrico de una cuenca.

TIPOS DE MONTES EN UNA CUENCA HIDRICA
(esquema en construcción)

1) El monte serrano.

Este tipo de formación tiene una enorme importancia por su ubicación en las cabeceras de la cuenca y en las divisorias entre cuencas hídricas, caracterizadas por una topografía de pendientes pronunciadas. La presencia de este tipo de monte determina fundamentalmente una reducción del escurrimiento superficial (intercepción, infiltración, evapotranspiración) en la zona donde tienen su origen los afluentes de la cuenca. Debido a ello se ha llegado a plantear la conveniencia de no explotar este recurso, considerando que su valor consecuencia resulta muy superior a su valor maderable (Bastón, 1983). A la reducción del escurrimiento superficial se suma la acción mecánica de las raíces en la contención de los suelos, evitando así el inicio de procesos erosivos (Barbat 1989).

2) El monte ribereño.

La ubicación de este tipo de monte también reviste gran importancia, puesto que se encuentra marginando los cursos de agua. Dentro de las funciones de intercepción, infiltración y evapotranspiración, esta última se destaca frente al monte serrano, puesto que las especies que componen el monte ribereño (en su mayoría hidrófilas) consumen mayor cantidad de agua que las mesoxerófilas del monte serrano. Por otro lado, el sistema radicular de las especies ubicadas contra el curso de agua cumple una importantísima función en la fijación de márgenes. Se ha comprobado que las especies indígenas (sarandí, mataojo, etc.) cumplen este papel mucho más eficientemente que algunas especies exóticas implantadas con ese fin (eucaliptos) (Erramuspe, W., com. pers.). En cuanto a las crecientes, los órganos vegetativos de los árboles ejercen un efecto importante en la reducción de la velocidad del agua, limitando así el riesgo de erosión (Barbat, 1989).

3) El monte de parque.

Tanto el monte de parque natural (algarrobal o espinillar) como el monte ralo generado a partir de la acción humana directa (tala) o indirecta (pastoreo), cumplen funciones en la regulación de los cursos de agua, aunque en menor escala que los dos tipos de montes descritos anteriormente. El monte de parque contribuye a aumentar la evapotranspiración y por ende la infiltración y la disminución del escurrimiento superficial (Barbat 1989), aunque esta función la cumple imperfectamente en caso de tratarse de montes en suelos con pendientes pronunciadas (monte serrano ralo).

1.3 Erosión y cuencas hídricas.

Los procesos erosivos tienen un efecto negativo importante sobre las cuencas hídricas y, lo que es m s grave aún, dicho efecto es acumulativo.

El agua que arrastra sedimentos bloquea los poros del suelo, reduciendo entonces la infiltración, por lo que se genera una mayor erosión por escurrimiento superficial (Ven te Chow, 1964). Por otro lado, el material sólido en suspensión alcanza los cauces, donde va siendo decantado, modificando así los niveles y pendientes de los cauces. Estos se elevan y las crecientes alcanzan entonces niveles cada vez más altos. La disminución de la pendiente debida a los depósitos de sedimientos disminuye a su vez la velocidad del agua, favoreciendo así una mayor decantación de sólidos. Las aguas alcanzan niveles y extensiones de inundación cada vez mayores a fin de compensar la falta de pendiente del cauce. El proceso se agrava aún más con la erosión de márgenes, con lo que el curso de agua busca ensanchar su cauce para compensar su menor profundidad (Maissonave, 1984).

La erosión se constituye entonces en un importante factor de deterioro, no sólo en lo referente al recurso suelo, sino también en cuanto a las cuencas hídricas. La misma se origina fundamentalmente a partir de dos tipos de intervenciones antrópicas:

1) La falta de manejo conservacionista del recurso suelo, particularmente las malas prácticas agrícolas.

2) El retroceso y degradación del monte natural (en particular del monte serrano) debido a acciones de tala, pastoreo o roturación de suelos forestales.

No nos vamos a referir al primer punto, que escapa al objetivo de este trabajo. En cuanto al segundo, entendemos que el estado actual de muchos de nuestros montes hace que no puedan cumplir cabalmente con sus funciones de conservación de cuencas hídricas. Por consiguiente, se impone la necesidad de conservar y ampliar la superficie boscosa, particularmente en la parte superior de las cuencas. Debido a razones técnicas y económicas, es probable que la ampliación del área boscosa sólo pueda encararse a partir de especies exóticas, fundamentalmente eucaliptos y pinos, aunque cuidando que su explotación posterior se realice aplicando prácticas conservacionistas en cuando a los recursos suelo y agua. En lo referente al monte ribereño, sólo se justificaría la implantación de bosques artificiales con el objetivo de ampliar lateralmente su superficie, dado que este tipo de monte resulta más adecuado que el artificial para cumplir con estas funciones, aunque a menudo ocupa una franja demasiado angosta y por ende insuficiente para poder hacerlo eficientemente.

En síntesis, la conservación de cuencas hídricas requiere la adopción de una serie de medidas en materia de prácticas de uso de suelos, manejo de bosques y reforestación complementaria. Sin embargo, sin ser la única solución, el monte natural juega evidentemente un papel central en esta materia, por lo que su conservación resulta de vital importancia.

2. CONSERVACION DE SUELOS.

Como se vio en el punto anterior, el papel del monte como conservador de cuencas hídricas está estrechamente relacionado a la conservación de suelos y por consiguiente con la calidad del agua, cuya carga de partículas sólidas estará en relación directa con el nivel de erosión en la cuenca.

En materia de conservación edáfica, la biomasa forestal cumple diversas funciones, que se pueden agrupar en directas e indirectas.

2.1 Funciones directas.

Las principales serían las siguientes:

Protección de suelos: En la etapa de intercepción de la lluvia, la cubierta forestal reduce la fuerza cinética de las gotas de lluvia, evitando la desagregación del suelo y disminuyendo por consiguiente el riesgo de erosión debido al escurrimiento superficial (Porcile, 1987; Barbat, 1989). El mantillo, la hojarasca y la vegetación herbácea proveen a su vez protección adicional al suelo.

El monte disminuye también el volumen de agua que escurre superficialmente. Los procesos erosivos se generan a partir de la desagregación del suelo y su posterior arrastre por escurrimiento superficial. El monte interviene positivamente al interceptar la caída libre de las gotas (menor desagregación), al incrementar la capacidad de infiltración y al evapotranspirar parte del agua caída en la cuenca (menor escurrimiento superficial). Por consiguiente, el monte reduce la posibilidad de erosión.

Además, la trama radicular de los árboles constituye un factor importante en la retención de suelos, particularmente en sitios de pendientes pronunciadas (monte serrano) y en las márgenes de los cursos de agua (monte ribereño) (Porcile 1987, Barbat 1989).

Retención de arrastres: El uso inadecuado del recurso suelo en las explotaciones agropecuarias da lugar a procesos erosivos de distinto grado de intensidad. La lluvia arrastra las partículas de suelo hacia los desagües naturales desde donde desembocan en los cursos de agua. El monte retiene parte de estos suelos y evita además las consecuencias negativas ya señaladas sobre las cuencas hídricas.

Mejoramiento de suelos: El monte mejora la estructura de los suelos a través de la descomposición de volúmenes importantes de materia orgánica generada por la biomasa forestal, que se incorpora al suelo. Por otro lado, Lombardo cita para el Uruguay 45 especies de leguminosas arbóreas o arborescentes, hecho de gran importancia dada la capacidad fijadora de nitrógeno de esta familia. Este hecho reviste particular importancia en el monte de parque del litoral del río Uruguay, compuesto fundamentalmente por tres especies de leguminosas: espinillo, algarrobo y ñandubay. Este tipo de monte admite explotaciones de tipo silvopastoril, donde el árbol estaría no sólo brindando abrigo y sombra al ganado, sino también protegiendo a las pasturas y proveyéndolas de nitrógeno.

2.2 Funciones indirectas.

La acción del monte como regulador de cuencas tiene también importancia en cuanto a la conservación de suelos, estando ambos procesos estrechamente interrelacionados. Su función reguladora del régimen hídrico, disminuye la amplitud de las crecientes y la divagación del cauce, evitando así los daños que estos fenómenos pueden ocasionar a los campos cultivados o a los suelos ocupados por pasturas. También incide directamente en la conservación del suelo sobre el que se asienta el propio monte, dado que, como ya vimos, el curso de agua compensa en parte la disminución de la profundidad y pendiente de su lecho con la socavación de las márgenes del curso.

3. PROTECCION DE FAUNA.

Las actividades productivas del ser humano han modificado los ambientes naturales, provocando distorsiones, tanto en el hábitat de las diversas especies de la fauna nativa como en sus cadenas alimenticias (FUCCYT, 1986). A ello se suma la competencia de la fauna introducida (bovinos, ovinos, equinos, etc.) y la caza indiscriminada de numerosas especies autóctonas por razones de seguridad (puma, víboras ponzoñosas), por la real o supuesta competencia con la producción agropecuaria (zorro, comadreja, cuervo, ñandú, etc.), por razones de habitabilidad (zorrillo, murciélago), por motivos económicos (carpincho, nutria, lobito de río, yacaré, lagarto, gato montés), por actividades de caza deportiva (venado, carpincho, aves), por alimentación (mulita, lagarto, carpincho), etc.

Todas estas intervenciones han generado numerosos desequilibrios ecológicos, que han llevado a la extinción de algunas especies (puma, oso hormiguero, jaguar, etc.), han diezmado las existencias de otras (guazubirá, coendú, coatí, etc.) y han transformado a otras en plagas (cotorra, paloma, isoca, hormiga, etc).

Si bien la desaparición de algunas especies puede ser considerada deseable a nivel predial por su real o supuesta competencia con las actividades productivas, debe tenerse en cuenta que el desconocimiento de las consecuencias del desequilibrio que ello genera puede convertir en plagas a especies que eran controladas por la especie desaparecida.

Quizá un ejemplo típico de este tipo de proceso (Hatchondo 1980) lo constituya la paloma, que anida en montes naturales y se alimenta en gran medida de granos, provocando grandes pérdidas económicas en los cultivos. La paloma es una típica plaga generada por el ser humano:

1) Por un lado, porque los cultivos agrícolas le proporcionan una abundante alimentación durante todo el año.

2) Por otro lado, porque el hombre caza a sus enemigos naturales (comadreja, zorro, gato montés, mau pelada, coatí, etc.), favoreciendo indirectamente su propagación.

Es decir que en su afán de lograr una mayor rentabilidad en algunas de sus actividades (ganadería, avicultura), el ser humano ha generado un desequilibrio que perjudica en mucho mayor medida a otras de sus producciones (agricultura).

A esta actitud se agrega el escaso avance logrado en cuanto al conocimiento del funcionamiento de los ecosistemas, por lo que no se dispone de elementos suficientes como para poder prever los efectos que las distintas intervenciones humanas sobre la fauna y su habitat pueden acarrear a sus actividades productivas.

Por consiguiente, resulta vital la conservación de la mayor diversidad biológica posible, entre otras razones de utilidad más generales, para poder adquirir un conocimiento profundo de los ecosistemas y de sus interacciones con la actividad humana, a fin de que ésta pueda ser encarada en forma racional.

En este sentido, la conservación del monte natural se constituye en un importante factor para la conservación de numerosas especies de la fauna nativa. Si bien no se han realizado estudios sobre este ecosistema como tal, existe unanimidad entre los técnicos consultados en materia forestal y faunística en cuanto a que el monte sirve como refugio para una amplia gama de especies animales (mamíferos, anfibios, reptiles, aves, insectos, etc.). Algunas de ellas cumplen su ciclo completo dentro del monte, mientras que para otras, éste constituye parte de un ecosistema más amplio que puede abarcar la pradera, los espejos de agua, los humedales, etc.

Es decir, que se destaca en primer lugar la función del monte como refugio, en particular para las especies perseguidas por el hombre y para aquellas que requieren vegetación arbórea para cumplir algunas de sus funciones vitales, en particular para la reproducción o para defenderse de sus depredadores. Es poco lo que se sabe en lo referente a la capacidad alimenticia directa del monte para la fauna (frutos, hojas, semillas), salvo en lo referente a los insectos, donde existe una cierta acumulación de conocimientos. Existe un gran vacío en cuanto a las cadenas alimenticias dentro del ecosistema, aparte de la caracterización general en carnívoros, herbívoros y omnívoros y algunos conocimientos con respecto a hábitos alimenticios de algunas especies puntuales.

Tampoco existen estudios en cuanto a los distintos animales que forman parte de este ecosistema. Algunas especies típicas del monte natural mencionadas en comunicación personal por técnicos de la Facultad de Humanidades y por el Ing. Agr. F. Quadros son las siguientes:

1) Mamíferos:

Zorro (Pseudalopex gymnocercus, Cerdocyon thous).
Gato montés (Felis geoffroyi).
Comadreja mora (Didelphis albiventris): duerme en el monte, pero se alimenta fuera del mismo.
Ratón silvestre (varias especies)
Tatú (Dasypus novemcinctus): se alimenta en el monte, pero hace su cueva afuera del mismo.
Mau pelada (Procyom cancrivorus)
Coatí (Nasua nasua): poco frecuente.
Coendú (Coendu spinosus): poco frecuente.
Guazubirá (Mazama gouazoubira): monte serrano.
Murciélagos (Varias especies)
Hurón (Gallictis cuja)
Carpincho (Hydrochoeris hydrochaeris)

2) Aves:

Palomas y torcazas (Columba sp., Columbina sp.,
Zenaida auriculata).
Pava de monte (Penelope obscura)
Boyero (Cacicus chrysopterus)
Benteveo (Pintangus sulphuratus)
Martín pescador (Ceryle torquata, Chloroceryle sp.)
Chimango (Milvago chimango)
Numerosas otras aves.

3) Reptiles:

Culebras (varias especies)
Víboras (varias especies)
Yacaré (Caiman latirostris): norte del país.

4) Anfibios:

Ranas (varias especies)
Sapos (varias especies)

Como especie introducida muy importante se debe mencionar al jabalí (Susáscrofa), que no sólo se ha convertido en depredador de cultivos y animales, sino que ha provocado cambios en el propio ecosistema, ahuyentando, por ejemplo, al carpincho.

En el caso de los montes ribereños y en menor medida los serranos, existe otro tipo de fauna que forma parte del ecosistema, ubicándose en el curso de agua bordeado por el monte. Se trata fundamentalmente de peces, moluscos y crustáceos, que forman parte de las cadenas alimenticias de parte de la fauna del monte.

En cuanto a la fauna entomológica del monte natural, su estudio reviste importancia en varios sentidos: 1) su función como polinizadora, 2) Su importancia en las cadenas alimenticias de otros animales, 3) Su papel en el control biológico de otros insectos que constituyen plagas para el hombre, 4) Sus hábitos alimenticios. Esto último puede tener gran importancia en caso de ensayarse la implantación artificial de árboles indígenas con fines de producción, lo que requeriría la investigación previa de los insectos fitófagos que podrían atacar a especies promisorias como los laureles, timbó, ibirapitá, sauce, angico, azoita cabalho, tarumán, lapacho, etc.

De un trabajo realizado sobre las especies fitófagas del monte natural (Morey, 1989), resulta que de un total de 242 especies arbóreas y arborescentes nativas del Uruguay, sólo para 54 de ellas (22,3%) se ha citado algún insecto fitófago hospedero de ellas.

Ello no significa que el monte indígena no contenga un mayor número de insectos ni que las únicas fitófagas sean las citadas. De una lista de A. Ruffinelli, de 1967, se citan 314 especies de 9 órdenes de insectos que pueden ser fitófagos, como se detalla en el cuadro siguiente:

Fauna entomológica fitófaga del monte natural:

Orden

especies

1. Coleoptera

126

2. Lepidoptera

115

3. Homoptera

48

4. Hemiptera

9

5. Hymenoptera

9

6. Orthoptera

3

7. Diptera

2

8. Ysoptera

1

9. Thysanoptera

1

  TOTAL

314

En su trabajo, Carlos Morey señala que en distintas listas sistemáticas se enumeran especies de insectos "cuya relación con la flora arbórea es evidente", aunque no pueden incluirse en la fauna del monte natural por desconocerse sus hospederos, y concluye diciendo que "la mayor dificultad está relacionada con la definición de la asociación entre especies de insectos y especies de hospederos", por lo que todo estudio posterior va a depender de la profundización en el conocimiento de las relaciones entre insectos y flora arbórea y arbustiva.

El monte natural es entonces el refugio de parte importante de la fauna indígena, cuya composición y frecuencia son muy variables a nivel nacional, debido tanto a factores zoogeográficos como a los desequilibrios generados a partir de la acción antrópica.

Llama la atención, sin embargo, el escaso número de animales que se observan al transitar por el monte. Esto se debe a que numerosas especies de la fauna mayor son de hábito crepuscular o nocturno, por lo que sólo personas expertas están en condiciones de detectar su presencia. Por otro lado, la acción humana atemoriza a la fauna, que huye o busca refugio ante la presencia del ser humano. Esto último ha llegado a modificar el hábito de algunas especies, que, debido a la persecución de que son objeto, llegan a pasar de un hábito diurno a uno nocturno y de zonas abiertas a zonas más enmarañadas y por ende mejor protegidas (com. pers. Fac. Humanidades, cátedra Vertebrados). Esto último resulta particularmente notorio en el caso del carpincho. En establecimientos donde su caza no se realiza, es posible observarlos en zonas abiertas cercanas al monte a la luz del día, mientras que en otros sitios, donde son perseguidos, resulta muy difícil llegar a verlos en absoluto.

En síntesis, el monte indígena cumple importantes funciones en cuanto a la protección de la fauna asociada al mismo. Si bien en algunos casos esta fauna puede causar algunos perjuicios a las actividades agropecuarias, estos son superados por los beneficios que brinda, entre los que se pueden citar (Hatchondo 1980):

1) Valor ecológico en el mantenimiento del equilibrio biológico.
2) Valor económico por la provisión de carne, pieles, plumas, huevos, etc.
3) Valor recreativo: observación, caza, pesca.
4) Valor cultural, como parte de la naturaleza que nos rodea.

Por consiguiente, se justifica plenamente el destacar el valor consecuencia del monte natural en cuanto a protección de fauna.

4. INFLUENCIAS MICROCLIMATICAS BENEFICIOSAS PARA LA GANADERIA Y EL BIENESTAR HUMANO.

Dada la relativamente exigua superficie ocupada por el monte natural, opinamos que sólo puede hablarse de influencias sobre el clima a nivel local. Si bien no se han llevado a cabo estudios científicos al respecto, se constata empíricamente que el monte influye sobre el microclima de diversas formas. La masa boscosa reduce las temperaturas máximas y mínimas, disminuyendo en consecuencia la insolación excesiva y la intensidad de las heladas. Las características del monte natural hace que también resulte muy eficiente en la reducción de la velocidad del viento, constituyendo barreras casi impenetrables por el mismo. Ejerce asimismo influencia en cuanto a la humedad atmosférica, siendo ésta en general superior dentro del monte (com. pers. técnicos Jardín Botánico)

Debido a dichas influencias microclimáticas, el monte constituye un beneficio importante para el ser humano y sus producciones agropecuarias, puesto que disminuye los rigores del clima, brindando abrigo y sombra, tanto para el ganado como para el propio ser humano.

Los diferentes tipos de monte poseen características distintas en ese sentido. La baja densidad del monte de parque permite pastorear al ganado dentro del mismo, por lo que los animales obtienen abrigo y sombra bien distribuida en todo el predio. A ello se agrega que los árboles protegen a las pasturas de los excesos de temperatura, asegurando a los animales una mayor fuente alimenticia (Rolfo 1970).

El monte serrano constituye un excelente abrigo frente a las inclemencias climáticas, destacándose en explotaciones ganaderas el monte serrano ralo, donde grupos de árboles se constituyen en verdaderos corrales techados, donde los animales se refugian del viento, del frío y del calor.

El monte ribereño a su vez, por sus características y ubicación, generalmente brinda buen abrigo y sombra, aunque con algunos problemas de manejo (ocasionales pérdidas de animales por crecientes súbitas) y sanitarios (mosquitos, tábanos).

En cuanto al ser humano, el monte también le sirve de abrigo en invierno pero es fundamentalmente en verano cuando se aprecia mejor su efecto refrescante. Mucha gente busca entonces refugio en el monte, particularmente en el ribereño, donde además resulta posible sumergirse en las aguas generalmente claras de los cursos de agua.

5. VALOR PAISAJISTICO, RECREATIVO Y CULTURAL.

El monte natural posee destacados valores plásticos, recreativos y culturales, en nuestra opinión aún no suficientemente valorados ni explotados de acuerdo con sus méritos.

5.1 Valor paisajístico.

Las pautas europeizantes, predominantes en numerosos sectores sociales de nuestro país, han llevado a que no se aprecie en su justo valor el importante papel que juega el monte indígena como componente de nuestro paisaje. Tal es así, que en la parquización de áreas naturales en general se recurre a especies exóticas, no obteniéndose en muchos casos una armonización con el ambiente natural e incluso distorsionándolo en algunos casos.

Se pueden citar algunos ejemplos en cuanto al uso inadecuado de especies exóticas, tales como el del parque de Santa Teresa (Rocha), donde la plantación de especies exóticas de alto porte (eucaliptos, pinos) descontextualizó totalmente la fortaleza, quitándole su carácter de punto central y dominante entre la costa y la laguna, que era lo que le otorgaba su importancia militar estratégica (Arana & Panario 1983).

Otro ejemplo en el mismo sentido (Daniel Panario, com. pers.) lo constituye el parque de la Piedra Pintada en Artigas. Se trata de un pequeño cerrito de piedra colorada que se destaca en una planicie. El mismo fue rodeado de eucaliptos y álamos, cuyo fuste supera la altura del cerrito. Panario nos señalaba que la plantación con espinillos, coronillas u otras especies de ese tipo habría realzado la importancia del cerrito, en lugar de cubrirlo con árboles que van a superar los 40 metros de altura.

No se trata de contraponer el valor de las especies indígenas al de las exóticas con un enfoque nacionalista estrecho del tema. Es indudable que en muchas zonas del país se han logrado efectos paisajísticos descollantes en base a especies importadas como pinos, álamos, acacias, eucaliptos, etc. De lo que se trata es de apreciar en sus justos términos el valor de nuestros montes naturales, que en numerosos casos conforman paisajes de un valor plástico difícilmente superable con otras especies, como es el caso de los montes de quebrada. Lo mismo sucede con gran parte de los montes serranos y ribereños no intervenidos, donde los accidentes geográficos (sierras, cursos de agua, cascadas, etc.) y la masa boscosa conforman un paisaje armónico de elevadas cualidades escénicas.

Por otro lado, nuestras especies indígenas poseen cualidades ornamentales destacadas, que las hacen muy adecuadas para su utilización en áreas verdes. Debido a las pautas culturales mencionadas al principio, en general no se ha sabido apreciar la belleza de los árboles y arbustos nativos por lo que, salvo excepciones, su uso ornamental ha sido muy restringido. Sin embargo, existen numerosas especies ornamentales por su porte, flores, frutos, corteza, hojas, etc., entre las que se pueden citar los plumerillos, lapacho, tembetarí, timbó, ibirapitá, tarumán, ceibo, espinillo, cina cina, congorosa, pezuña de vaca, guayabo, higuerón, etc. Las características de algunas de estas especies son analizadas en detalle en el trabajo de Muñoz citado en la bibliografía.

Dado el carácter eminentemente subjetivo de los criterios de belleza, tanto las plantas nativas como las exóticas poseen cualidades que las hacen aptas para su utilización ornamental. El resultado final va a depender de la armonización entre las diversas plantas y de las mismas con el medio en el que se las implanta. Es probable que en algunas zonas del país, caracterizadas por una topografía plana donde predomina la pradera, el paisaje se pueda realzar con la implantación de especies exóticas de alto porte. Por el contrario, en regiones de relieve ondulado, las mismas especies podrían "achatar" el paisaje, restándole una cualidad natural importante.

En definitiva, no existe contradicción entre especies indígenas y exóticas. Sin embargo, en vista del relegamiento a que se ha condenado tanto al monte indígena como a sus especies individuales en materia paisajística, se pretende rescatarlos y colocarlos en el sitial que les corresponde.

5.2 Valor recreativo.

Las características y ubicación de gran parte de nuestros montes naturales los convierten en un recurso turístico de primer orden. El monte en sí posee cualidades muy pintorescas y generalmente se encuentra marginando cursos de agua o en zonas serranas. Esta ubicación determina la presencia de elementos recreativos adicionales de gran valor como ríos, quebradas, cerros, cascadas, etc. A esto se agrega la presencia de una fauna indígena compuesta por aves, mamíferos, anfibios, reptiles, peces, etc.

Lo anterior determina una potencialidad en materia turística, hasta ahora subutilizada por diversos motivos (propiedad de los montes, carencias en materia de infraestructura, etc.). Sin embargo, este valor es muy apreciado por un elevado número de uruguayos, que acceden a los montes, conformando un turismo no comercial de gran significación en algunas épocas del año (semana de turismo, fin de año, carnaval) (Nebel, J.P., com. pers.).

Por otro lado, el monte podría ser parte de un recurso turístico más amplio, que incluyera actividades de equitación, navegación, natación, pesca, etc., en sitios seleccionados por la amplitud de la oferta turística natural.

En definitiva, se trata de un recurso básicamente inexplotado, que, en la medida en que se lo pusiera al alcance de los usuarios y se lo dotara de la necesaria infraestructura, podría convertirse en uno de los recursos turísticos más importantes del país.

5.3 Valor educativo y cultural.

Los pueblos se definen por una historia y un ámbito comunes. En nuestro caso, la gestación de nuestra nacionalidad posee características peculiares debido a que la inmensa mayoría de los uruguayos somos fruto de la amalgama de razas y culturas de los más diversos orígenes. Al colonizador español se fueron sumando portugueses, africanos, italianos, francesos, suizos, alemanes, ingleses, árabes, europeos del este, etc. De las razas indígenas sólo quedaron algunos vestigios y prácticamente nada de su cultura.

El inmigrante, con su bagaje cultural tecnológico, observó las ventajas del país desde su óptica extranjera y buscó desarrollar aquellas actividades productivas de su país de origen que mejor se adaptaran a la realidad. No analizó las posibilidades productivas del carpincho, sino que trajo cerdos. Las plantas fueron consideradas buenas o malas según que sirvieran al ganado o fueran malezas para sus cultivos. Trajo consigo gallinas, trigo, ovejas, frutales, pinos, etc., sin priorizar en ningún momento la investigación del posible aprovechamiento racional de la flora y fauna nativas.

En síntesis, todos los esfuerzos fueron encaminados a modificar el ambiente con el fin de poder aplicar una tecnología agropecuaria importada.

Dado que los uruguayos de hoy ya no somos un pueblo de inmigrantes, estas pautas culturales, que en su momento tuvieron su explicación, se constituyen actualmente en una traba para un desarrollo ecológicamente sustentable y hasta es posible que tengan una incidencia negativa en nuestra propia afirmación nacional. Nuestra actual dependencia no es sólo económica sino que -más grave aún- es cultural.

Gran parte de nuestro pueblo desconoce el medio ambiente de su país. El caballo y la vaca les son más cercanos que el carpincho o el venado; el eucalipto más que el coronilla; la higuera más que el guayabo; los pinares del este más que los montes del río Negro.

La creación de parques nacionales de flora y fauna nativas, que incluyeran las principales asociaciones vegetales del país (pradera, monte, chircal, palmar, vegetación de bañados, de arenales, de ambientes salinos) y los principales accidentes geográficos, cumplirían con el objetivo cultural de integrar al uruguayo a su entorno geográfico nativo. Dichos parques cumplirían también funciones educativas y científicas en cuanto al conocimiento de los ecosistemas y de su manejo conservacionista.

Los distintos tipos de montes detentan ese valor cultural y educativo. Para mucha gente del interior rural, el monte ya es parte de su cultura, aunque muchas veces posee un conocimiento parcial del mismo. Dentro de los sectores urbanos, la gente del interior está mucho más familiariada con el monte que el montevideano, pero incluso el interior urbano desconoce en gran medida la realidad del monte.

Si bien es probable que muchos compatriotas descarten la importancia de este valor cultural y educativo del monte, también es cierto que otros muchos se interesan en el tema, aunque en general no tienen posibilidades de satisfacer plenamente esta necesidad. Como excepción, se puede señalar -y aplaudir- el curso de flora indígena que viene realizando el Jardín Botánico de Montevideo desde hace varios años, donde los cupos de inscripción son siempre superados por el número de interesados en asistir al mismo. De contarse con parques indígenas con personal especializado en flora y fauna, se podrían encarar actividades culturales, educativas y recreativas destinadas a miles de personas de todas las edades, que les ayudaría a integrarse m s plenamente con el ambiente que nos sustenta.

6. CONSERVACION DE LA DIVERSIDAD BIOLOGICA.

Por diversidad biológica se entiende la totalidad de genes, especies y ecosistemas diferentes existentes en el planeta, en un momento dado. La importancia del mantenimiento de la diversidad biológica radica principalmente en que la pérdida de cada gen, especie o ecosistema reduce las opciones de la naturaleza (y por tanto del ser humano) para adaptarse a los cambios ambientales, sean estos naturales o generados por la acción antrópica (Icun et al, 1990).

El desarrollo científico y tecnológico en general y de la biotecnología en particular, vuelven particularmente importante la conservación genética, puesto que especies hasta ahora poco o nada valiosas para la satisfacción directa de las necesidades humanas, pueden convertirse en el futuro en importantes recursos, ya sea a través de nuevos procesos de utilización o mediante su manipulación genética. Es decir, que su conservación implica dejar abiertas opciones al futuro.

En este contexto, el monte natural constituye el hábitat de numerosas especies animales y vegetales en estado natural, colaborando así con el mantenimiento de la diversidad biológica. Si bien ya se han extinguido especies animales (puma, jaguar, etc.) y sufrido un deterioro genético algunas especies vegetales, aún existe un número importante de montes no intervenidos (particularmente en el norte del país) que deberían ser conservados como áreas silvestres para asegurar el mantenimiento de esta diversidad.

Sin embargo a nivel general se constata el retroceso o la desaparición de algunas especies arbóreas como consecuencia directa de prácticas de explotación desmedida del recurso. Tal es el caso de árboles de gran valor maderero como el lapacho, guayubira, ibirapitá, timbó, etc. En otros casos, la acción antrópica empobrece y/o modifica sustancialmente la composición florística de los bosques, con las consiguientes repercusiones sobre la fauna integrante del ecosistema. Si bien no existen estudios concretos al respecto en nuestro país, se ha planteado que "la desparición de una planta puede significar la extinción de 10 a 30 especies que dependen de ella, tales como insectos, animales superiores e incluso otras plantas" (Eckholm, 1978).

El escaso nivel de investigación en materia de aprovechamiento sostenido de especies animales y vegetales nativas vinculadas al monte natural, hacen que esta función conservacionista revista una importancia particular, puesto que en nuestro caso aún existen numerosas opciones de futuro no exploradas, que podrían convertirse eventualmente en importantes recursos para el desarrollo del país.

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Serie "Investigaciones" Nº 72 de CIEDUR Mayo de 1990.

 


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