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Campaña Plantaciones

El papel del Sur. 
Plantaciones forestales en la estrategia papelera internacional

Ricardo Carrere y Larry Lohmann

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Capítulo 10

Sudáfrica: un país con escasos bosques que exporta fibra de madera

Los bosques nativos de Sudáfrica, que probablemente nunca ocuparon más del 1% de la superficie total del país (Cooper 1990), se redujeron significativamente luego de la llegada de los colonizadores europeos, fundamentalmente debido a su explotación excesiva durante el siglo XIX. Hoy sólo quedan entre 200.000 (Bethlehem 1994) y 300.000 hectáreas (Dudley 1992), que continúan siendo degradadas (pese a que en su mayoría están incluidos en áreas protegidas), por malas prácticas de uso del suelo (Dudley 1992).

Pese a no contar con extensos bosques naturales, Sudáfrica se ha convertido en un importante exportador de productos forestales, basado en extensas plantaciones de pinos y eucaliptos, como resultado de un largo proceso de intervención estatal. Las primeras plantaciones datan de 1890 (Bethlehem 1994), aunque el eucalipto ya había sido introducido en 1807 (FAO 1981). Entre 1890 y 1900, la mayoría de estas plantaciones eran pequeñas y apuntaban a satisfacer las necesidades de las comunidades locales.

A partir del presente siglo, comenzaron a surgir plantaciones grandes, establecidas fundamentalmente por el estado, destinadas a la producción de madera para industria. La escasez de madera resultante de los problemas de abastecimiento durante la primera Guerra Mundial, impulsaron al gobierno a embarcarse en programas más intensos de plantación de árboles, cuyo objetivo inicial fue el de lograr la autosuficiencia en maderas. La depresión de la posguerra, unida a la desocupación en sectores pobres de la población blanca y de soldados que retornaban de los campos de batalla, constituyeron un incentivo adicional para que el gobierno se embarcara en grandes proyectos de forestación (Bethlehem 1994). Las principales especies adoptadas fueron exóticas: pinos (en particular los pinos patula y radiata), eucaliptos (fundamentalmente E. globulus) y acacias australianas. Ya en 1923, el país contaba con 140.000 hectáreas de acacias, 65.000 de eucaliptos y 35.000 hectáreas de pinos (van der Zel 1990).

Desde 1920 hasta 1960, el estado se convierte en el principal forestador del país, mientras que la industria privada ocupa una posición secundaria en la materia (Bethlehem 1994). A partir de la década de 1960, la industria comienza un proceso acelerado de plantación de cultivos forestales. En la actualidad, el país cuenta con casi 1,5 millones de hectáreas de plantaciones, divididas por partes casi iguales entre coníferas y latifoliadas. El 73.5% de las mismas son de propiedad privada, dentro de las cuales el 58% es propiedad de empresas forestales. A su vez, las tres principales empresas (Mondi, Sappi y Hunt, Leuchars & Hepburn), son respectivamente propietarias del 35%, 30% y 20% del total del área en manos del sector empresarial.

El estado es por su parte propietario del 26.5% de la superficie plantada, compuesta principalmente de pinos (el 44% del total de plantaciones de pinos del país) y en menor escala de eucaliptos y otras latifoliadas (9% del total). Las plantaciones, tanto privadas como estatales, están concentradas en tres áreas: Transvaal (49%), Natal (40.6%) y el Cabo (10.4%) (Bethlehem 1994).

En los últimos años se ha producido un cambio significativo en las especies plantadas, pasando a predominar las latifoliadas (fundamentalmente eucaliptos) sobre los pinos, adaptándose así a la tendencia mundial de realizar plantaciones destinadas a la fabricación de pulpa de fibra corta para exportación (ver Cuadro 10.1). Es así que el porcentaje de plantaciones de eucaliptos creció de 31 a 40% entre 1982 y 1992. En 1989-90 los eucaliptos (fundamentalmente E. grandis) ocupaban un área de 538.000 hectáreas. El crecimiento medio anual por hectárea se estimaba en 1986-87 en 19,3 m3/há/año para E. grandis y en 11,9 m3/há/año para otras especies (Pandey 1992).

CUADRO 10.1
Nuevas plantaciones en Sudáfrica (hectáreas)

Año coníferas latifoliadas
1973-74 15.265 7.098
1974-75 25168 13.770
1975-76 22.350 8.954
1976-77 15.223 6.845
1977-78 10.078 4.154
1978-79 11.095 4.790
1979-80 7.987 5.721
1980-81 8.585 1.581
1981-82 8.051 1.983
1982-83 5.745 2.516
1983-84 6.544 2.434
1984-85 10.489 4.210
1985-86 6.294 10.310
1986-87 4.584 17.308
1987-88 5.511 17.759
1988-89 7.212 22.845

Fuente: van der Zel 1990

Las plantaciones sudafricanas se clasifican de acuerdo con el destino final de la madera. El 38% producen madera para pulpa, el 35% madera para aserrado y el 22% madera para minas. Sin embargo, dado que la madera para minas constituye un mercado decreciente, se plantea destinar un porcentaje importante de estas plantaciones a la fabricación de chips para exportación (Bethlehem 1994). Tomando en cuenta que la mayoría de las plantaciones para abastecer a la industria del aserrado están en manos del estado, se concluye que la mayor parte de las plantaciones industriales privadas tienen como objetivo el mercado de la pulpa, tanto nacional como extranjero. En consecuencia, las plantaciones privadas son las principales responsables de haber convertido a Sudáfrica en un importante exportador de fibra para pulpa (Shell/WWF 1993).

Durante la década de 1980, el país pasó a ser un exportador neto de productos forestales. Mientras que en 1981 exportaba por valor de 300 millones de rands (moneda sudafricana) e importaba por 410 millones de rands, en 1988 dichas cifras pasaron respectivamente a 1500 y 650 millones de rands (Edwards, 1990). En ese año, la producción forestal ocupó el cuarto lugar en las exportaciones no minerales del país (University of Natal 1990). En 1991, el 56% del total de madera rolliza comercializada se destinó a la fabricación de pulpa y las exportaciones de pulpa y papel constituyeron el 40% de la demanda total de madera para pulpa (Bethlehem 1994).

La exportación de chips (astillas) para pulpa hacia países asiáticos, en particular Japón, Taiwán y Corea del Sur, se ha incrementado notablemente desde sus inicios en 1970. En 1993 se exportaron 1,2 millones de toneladas (más del 97% a Japón) y en caso de lograrse la meta de 2 millones de toneladas hacia fines de esta década, el país pasaría a ser uno de los tres principales exportadores de chips a escala mundial (Bethlehem 1994, FAO 1994). En 1993 el país también exportó entre 340.000 y 550.000 toneladas de pulpa (FAO 1994, PPI 8.1995), en su gran mayoría a los países del Norte, dentro de los que se destacan Japón, Austria y los Estados Unidos.

La industria sudafricana se publicita a si misma como habiéndose establecido a partir de su propia iniciativa y recursos, con escaso o ningún apoyo del estado (Edwards 1990). Lo cierto es que el estado no sólo jugó un rol pionero en el establecimiento de plantaciones y en el desarrollo de la industria del aserrío, sino que además "favoreció al sector forestal comercial a través de la asistencia que le brindó en materia de planificación del uso de la tierra, capacitando a extensionistas y aportando apoyo financiero, así como en lo referente a servicios en las áreas de investigación y desarrollo" (Fakir 1994). A su vez el estado ya se está planteando un proceso de privatización del sector y ha dado los primeros pasos en ese sentido (Bethlehem 1994). La industria, aprovechando al máximo estos cimientos subsidiados, se embarca ahora en un proceso de expansión.

Sappi y Mondi, las dos principales empresas sudafricanas, también están incursionando en el exterior. Sappi adquirió la empresa alemana Hannover Papier y la estadounidense S.D.Warren (el principal productor de papel coteado sin lignina), así como a cinco plantas de papel en el Reino Unido. También es propietaria del 49% de las acciones de la Usutu Pulpwood Company en Swazilandia, cuyas plantaciones de pino y planta de pulpa kraft cubren más de 50.000 hectáreas (la británica Corporación para el Desarrollo de la Mancomunidad y el gobierno de Swazilandia controlan el resto) (Beer 1995, Shell/WWF 1993). Sappi también participa en una empresa conjunta con el gobierno de Mozambique y dos empresas locales, para implementar una gran plantación de eucaliptos en la frontera entre ambos países (Pollett &Mander 1995). Por su parte, la empresa Mondi posee intereses en el Reino Unido y en Portugal (PPI 7.1995).

Escasez de leña en un mar de árboles

La increíble paradoja es que este "exitoso" modelo de desarrollo forestal no atiende las necesidades de la tercera parte de la población del país, que utiliza la leña como principal fuente de energía. Se estima que alrededor de 12 millones de personas que habitan áreas rurales, consumen más de 7 millones de metros cúbicos de leña anualmente (University of Natal 1990). A raíz de la escasez creciente y grave de leña, la población rural se ve obligada a extraerla de los bosques y arbustos nativos, con la consiguiente degradación de las escasas masas boscosas restantes en el país.

Incluso algunas comunidades, rodeadas por enormes plantaciones, a menudo no disponen de leña para satisfacer sus necesidades básicas en materia de energía. Los árboles son de la empresa y están protegidos por una policía forestal, por lo que sólo se puede recoger de allí algunas ramas caídas y aún ello en forma ilegal. En una comunidad rural en una zona de Natal, donde la empresa Mondi realizó grandes plantaciones en 1990, cada dos o tres días, las mujeres y sus hijas mayores caminan kilómetros, atravesando el valle y las colinas, hasta las granjas de la zona para juntar leña, que luego acarrean a sus casas balanceada sobre sus cabezas. "Algunas de las colinas son tan empinadas que mis rodillas tiemblan al subirlas. Y en el camino de vuelta, siento que mis huesos suenan por el cansancio", dice una mujer. "Ya no queda leña para cocinar. La gente de la forestación ha quemado nuestros bosques y ahora tenemos que caminar muy lejos para conseguir leña. Pero se está acabando", dice otra. "Hoy es un día frío, pero puede ver que no tenemos un fuego encendido. Simplemente ya no hay suficiente leña", agrega una tercera (Hornby 1994a). Como sostiene Bethlehem, "Esta situación es inaceptable, tanto en términos de desarrollo rural como en lo referente a protección ambiental. Existe una necesidad urgente de un tipo de desarrollo forestal sustentable, que sea capaz de producir leña para la población rural".

Más poder a los poderosos

La aparición en la escena rural de las grandes empresas forestales, ha implicado un cambio sustancial en las relaciones de poder y de control sobre los recursos naturales, en particular la tierra. Históricamente, "la forestación comercial a menudo ha actuado en detrimento de la gente de color en las áreas rurales, dado que las plantaciones en general han implicado la expulsión forzada de la gente" (ANC 1994). En la actualidad, vastas áreas de tierras agrícolas están siendo compradas por las grandes empresas forestales para la plantación de especies comerciales de árboles, a precios que a veces duplican los de mercado (Schulze 1990).

Al parecer, tales compras se originan, en primer lugar, en el deseo por parte de las grandes empresas de lograr el control sobre un recurso escaso (la tierra) y en segundo lugar, asegurarse el suministro constante de materia prima para sus industrias (Dobson 1990). Esta urgencia por parte de las grandes empresas por adquirir tierras a cualquier precio, también debe ser vista a la luz de la caída del sistema del apartheid. En la "nueva Sudáfrica", los reclamos por tierra de la mayoría hasta ahora reprimida, van a implicar que puede haber menos tierra disponible para forestación, por lo que las grandes empresas se apresuran a adquirirla y a plantarla con árboles lo más rápidamente posible. Esta estrategia es no sólo seguida por la industria forestal, sino que también un creciente número de terratenientes la están adoptando, puesto que de esta forma aspiran a incrementar el valor de su tierra y por ende hacer más difícil su expropiación por parte del gobierno, dado que la constitución establece que las expropiaciones deben ser justamente compensadas (Fakir 1994). Esto por supuesto reduce la disponibilidad de tierra a ser redistribuida por el estado en el marco de su programa de reforma agraria y por lo tanto repercute negativamente sobre la población rural pobre del país.

Empleo, trabajo y migración

Si bien las cifras difieren, en general se sostiene que el sector forestal genera, por unidad de tierra, menos empleo que el sector agrícola. Por ejemplo, Fourie (1990) aporta datos provenientes de encuestas, donde surge que los agricultores generalmente emplean a un trabajador por cada 20-25 hectáreas de tierra, mientras que el sector forestal sólo emplea a uno cada 35 hectáreas. Los productores de caña de azúcar por su parte sostienen que emplean a un trabajador por cada 5 hectáreas, mientras que la actividad forestal emplea a uno por cada 18 hectáreas de plantaciones y acusan a las grandes empresas forestales de crear "desiertos socioeconómicos" (Hudson 1990).

El desarrollo de las empresas forestales también ha dado lugar a cambios en el bienestar de la población y en la vida de las comunidades. Por ejemplo, la Asociación de Cultivadores de Arroz afirma que por cada 150-200 hectáreas dedicadas a este cultivo, hay una granja familiar que emplea a unas 40 personas, proveyéndolas de alojamiento, escuelas, asistencia médica y beneficios de retiro. Tales unidades forman la base del funcionamiento coherente de las comunidades rurales en su conjunto, puesto que apoyan al comercio, a las aldeas y pueblos, a las instituciones educativas, la seguridad, la asistencia médica y otros servicios sociales. Las empresas forestales, en cambio, consolidan un conjunto de predios bajo una sola administración y las posibilidades de empleo disminuyen en un 70%. Ello conduce a un proceso de migración hacia las ciudades, que a su vez resulta en una disgregación de las comunidades rurales y en la disminución en calidad y cantidad de los servicios que brindan a quienes permanecen en el medio (Hudson 1990, Fourie 1990).

Los campesinos de subsistencia, también perciben una caída de la calidad de vida a partir de la implantación de los grandes monocultivos forestales. El caso más común es aquel en el que la gente vivía en una granja y aportaba su trabajo al granjero blanco a cambio de poder criar sus animales y realizar algunos cultivos (Hornby 1994). Si bien muchos eran descendientes de los habitantes originales del área antes de la llegada del hombre blanco, no tenían títulos de propiedad sobre la tierra. Cuando el granjero vende su propiedad a la empresa forestal, la situación cambia dramáticamente para ellos. En efecto, la empresa compra tierras para plantar árboles e intenta expulsar a las familias que han habitado la misma durante generaciones. En algunos casos, se han logrado acuerdos entre la empresa forestal y los ocupantes de tierras, pero este tema sigue siendo uno de los problemas más conflictivos del desarrollo forestal en el plano social (Hornby 1994b). Es muy probable que estos conflictos se vean exacerbados cuando las víctimas del apartheid, que fueron expulsados de sus tierras, intenten recuperar tierras ahora cubiertas por cultivos forestales (Bethlehem 1994).

En materia de condiciones de trabajo, la situación también presenta numerosos aspectos negativos. Por un lado, el sector se caracteriza por un bajo nivel de sindicalización y muchos empresarios aún no aceptan la idea de tener que tratar con trabajadores organizados. La mayor parte de las plantaciones "están localizadas en áreas rurales conservadoras, donde a menudo prevalece una cultura racista y autoritaria. En las plantaciones estatales en particular, es común la existencia de un estilo de administración coercitivo". (Zikalala 1992, citado en Bethlehem 1994). Por otro lado, el tratarse de una actividad muy dispersa en el país, genera grandes problemas de organización para los sindicatos existentes.

A lo anterior se suma el hecho de que las grandes empresas han optado últimamente por reducir su personal permanente y fomentar el surgimiento de pequeñas empresas subcontratistas para realizar la mayor parte de los trabajos, desde la plantación hasta la cosecha. La industria argumenta que esto se basa en su "deseo de asegurar el establecimiento de un poderoso y viable sector informal al servicio de la industria y en el abandono del concepto del 'paternalismo' hacia los trabajadores" (Edwards, 1990). En realidad, lo que las grandes empresas buscan es abaratar el costo de la mano de obra, en una actividad donde el nivel de mecanización es muy bajo y donde el 45-50% del costo de la madera, antes de su transporte, está constituido por los salarios. En la actualidad, se estima que alrededor del 30% de las tareas forestales están siendo ejecutadas por subcontratistas y que en materia de cosecha el porcentaje asciende al 60% (Bethlehem 1994).

Estos trabajadores perciben salarios mucho más bajos que los que reciben los trabajadores empleados por las empresas y además reciben menos beneficios en materia de alojamiento, asistencia médica, enseñanza y seguridad social. En un caso, los trabajadores fueron despedidos por una empresa y empleados por subcontratistas, con el resultado de que su salario descendió un 33% y su horario de trabajo se incrementó en un 20%. Se han denunciado rebajas salariales de hasta un 75%. El trabajo de este tipo es también mucho más zafral y con menos seguridades que el trabajo normal (Bethlehem 1994).

Pero incluso para los empleados permanentes de las grandes empresas, las condiciones de trabajo y el nivel de remuneración (con excepciones) deja mucho que desear. Los salarios son bajos y en promedio se trabajan nueve horas diarias, realizando tareas agotadoras. La empresa provee a los trabajadores de alojamiento en unidades familiares o para solteros. Las condiciones de alojamiento para solteros han sido descritas como "desastrosas" (Zikalala 1992, citado en Bethlehem 1994). El personal femenino es asignado a las tareas peor remuneradas, muchas de las cuales (como el descortezado, la plantación y el desmalezado) son agotadoras y están asociadas a una amplia gama de problemas de salud (Bethlehem 1994). La pulverización con Paraquat (un conocido herbicida producido por la empresa del Reino Unido Zeneca Agrochemicals, que ha sido prohibido en numerosos países), es considerada una tarea "liviana" y en general es dejada en manos de las empleadas más jóvenes (EJNF 1955).

Algunos observadores sospechan que la industria forestal va a utilizar a las "agri-aldeas", que van a ser financiadas por el nuevo programa de reforma agraria del gobierno, como "vertederos" para la mano de obra excedentaria. Por lo tanto, de la misma forma que durante el régimen del apartheid los bantustanes absorbieron el excedente de mano de obra de la agricultura, resultante de su transformación en una actividad más comercial y capitalizada, ahora las agri-aldeas pueden convertirse en villas miseria rurales creadas, en parte, por la expansión del sector forestal (Hallowes 1995).

Cambios en el estilo de vida rural

La plantación a gran escala de árboles para pulpa ha tenido en Sudáfrica efectos de largo alcance en lo referente al sustento y el estilo de vida de la población rural:

• el impacto sobre los sistemas pastorales tribales, que se ven privados de amplias áreas de pastoreo, incluyendo el área de KwaZulu (University of Natal 1990).

• la conversión de praderas en plantaciones ha vuelto más difícil la cría de animales para carne, leche o venta, a la vez que desaparece el material esencial para el quinchado de los techos de las viviendas

• el desecamiento de pequeños cursos de agua ha resultado en la consiguiente desaparición de plantas acuáticas utilizadas en la fabricación de esteras, cuerdas para asegurar los techos, bandejas, etc.

• la expulsión de los trabajadores de las granjas, los priva de la posibilidad de continuar realizando sus cultivos y criando otros animales domésticos como gallinas, lo que incrementa la pobreza y la desnutrición. Como dice una persona entrevistada: "Lloramos porque nuestros niños no tienen ropa ni zapatos. La vida se ha vuelto muy difícil desde la llegada de los árboles" (Hornby 1994a).

• la gente se ha vista forzada, contra su voluntad, a vivir en un ambiente nuevo y amenazador. En las zonas más forestadas, casi todos los caminos pasan, en algún momento, por las plantaciones y ese ambiente genera en la gente miedos sobre la existencia de peligros desconocidos, personificados en "animales salvajes" como víboras, cerdos salvajes, leones y otros (Hornby 1994a).

• el peligro de incendios en las grandes plantaciones, crecientemente pone en peligro la vida y las formas de sustento de los habitantes de las zonas rurales (Dobson 1990).

El agua: un recurso escaso y disputado

En tanto que el presidente de la Asociación de Propietarios de Bosques de Sudáfrica declara, al igual que sus contrapartes de todos el mundo, que no desea enredarse en el tema "emotivo" de la conservación ambiental (Edwards 1990), los impactos de las plantaciones sobre el agua y la biodiversidad están generando una preocupación creciente en muchos sudafricanos. Es así que los grandes monocultivos de árboles han comenzado a recibir los adjetivos de "cáncer verde" y "desierto biológico" (Dobson 1990, Edwards 1990).

Tradicionalmente, el agua constituye el área de mayor preocupación ambiental. Sudáfrica es probablemente el único país del mundo, donde tanto los promotores como los opositores de la plantación de árboles, aceptan que éstos tienen un impacto importante sobre el agua. Este consenso se origina fundamentalmente en el hecho de que, debido a la relativa aridez del país, con una precipitación media anual de sólo 444 milímetros (van der Zel 1990), se han llevado a cabo numerosos estudios científicos sobre el tema. Esta situación llevó a que ya en 1923 se iniciaran estudios sobre los posibles impactos de la forestación sobre este recurso y que a partir de 1940 se establecieran los primeros experimentos a nivel de cuencas, sobre las modificaciones provocadas por las plantaciones de Pinus radiata sobre el régimen hidrológico. Los resultados de ésta y otras experiencias iniciadas en 1945, 1955 y 1970 en otras cuencas, que se han continuado hasta la fecha, llevaron a que Sudáfrica se convirtiera en líder mundial en materia de hidrología forestal.

Un resultado de investigación de particular importancia, dice que en Sudáfrica las plantaciones industriales a gran escala consumen una mayor cantidad de agua que la vegetación de porte más pequeño como arbustos, hierbas y pastos (Le Roux, 1990). En una experiencia concreta, se constató que los pinos consumen 1080 mm de agua, mientras que las pasturas consumen 850 mm (van der Zel 1985, citado por Le Roux 1990). En 1982, van der Zel comprobó que en un área de pasturas con 1000 mm de precipitación anual y un escorrimiento superficial anual de 200 mm, la forestación reduce este último a la mitad. Es decir, que el establecimiento de 6 hectáreas de plantación significaría una reducción en la escorrentía equivalente a la cantidad de agua requerida por una hectárea de un cultivo de trigo bajo irrigación (Le Roux 1990).

Por otro lado, hay que tener en cuenta que el impacto no se limita al agua superficial, sino que también afecta al agua subterránea. En comparación con las pasturas, los árboles pueden extraer agua de niveles más profundos del suelo y luego la dispersan como evapotranspiración (Fourie 1990). Bajo condiciones de pastura, esta agua es la que alimenta a los manantiales y humedales y por lo tanto, las plantaciones ponen en peligro la viabilidad de esos ecosistemas.

La investigación llevada a cabo en materia de hidrología de cuencas vinculada a cultivos forestales, dio eventualmente lugar al establecimiento del Sistema de Permisos de Forestación en 1972 (van der Zel 1990). Este sistema establece limitaciones al área que puede ser forestada en cada cuenca, a partir de la experiencia acumulada en materia de modificaciones del ciclo hidrológico provocado por las plantaciones. Se asigna una categoría a cada cuenca y subcuenca y se define así qué porcentaje de las mismas puede ser forestado. En aquellas designadas como categoría I, no se permite la forestación. En las de la categoría II (donde ya existen problemas de escasez de agua), sólo se autoriza forestar una superficie limitada, que no dé lugar a una disminución en la escorrentía media anual superior al 5%. El resto del país se categoriza como III y en este caso, la superficie forestada no puede superar aquella que genere una disminución superior al 10% de la escorrentía media anual (van der Zel 1990). Con este sistema, se buscó que los impactos comprobados en cuanto a la disminución en la cantidad de agua a nivel de cuencas, se repartieran más homogéneamente en varias subcuencas.

Es interesante señalar, que incluso con la aplicación de este sistema, continúa habiendo problemas y otros usuarios de agua (en particular el sector agrícola), exigen que el sistema sea mejorado. Por ejemplo, la Unión Agrícola de Natal está exigiendo la modificación del actual sistema de permisos, planteando que "la forestación a gran escala de las cuencas hídricas está teniendo un efecto perjudicial sobre el ciclo hidrológico de muchos de los ríos de Natal y que está generando problemas a los agricultores que viven aguas abajo" (Fourie 1990). El presidente de la Sociedad de Vida Silvestre declara que:

"Cañadas que antes de la forestación tenían agua durante todo el año, se han secado o han pasado a tener un régimen errático. . . Los usuarios de aguas abajo han sido adversamente afectados por tales programas. Las especies dependientes de estos cursos de agua han desaparecido" (Cooper 1990).

Otros críticos destacan que el sistema fue elaborado a partir de experiencias de 1972 y que dichos datos han dejado de ser válidos. Se están plantando nuevas especies, así como nuevas variedades y clones de crecimiento mucho más rápido y que consumen más agua (Bethlehem 1994). Por otro lado, también se ha recomendado afinar el sistema dentro de cada cuenca, para evitar la concentración de impactos. Esto implicaría la prohibición de la plantación de árboles, cuando se estime que reducirán la escorrentía en más de un 10%, pero no sólo en cuencas en su conjunto sino también en sus subdivisiones (Fourie 1990). Se exige además, que el sistema tome en cuenta otros impactos de la forestación sobre la biodiversidad, la belleza escénica, los suelos, etc. Se denuncia también que en numerosos casos, las disposiciones vigentes son violadas por falta de controles efectivos, en particular por las propias empresas estatales (Bethlehem 1994).

La diversidad biológica en peligro

Las plantaciones industriales afectan a la biodiversidad de Sudáfrica de muchas formas, que van desde los impactos más o menos localizados generados por los propios árboles, a los impactos derivados de su manejo y de la dispersión natural de sus semillas. Los estudios llevados a cabo en Natal, señalan que 236 especies de aves, 97 de reptiles, 57 de anfibios, 55 de mamíferos y 13 especies de peces se verán afectados, en mayor o menor escala, por el futuro desarrollo de las plantaciones. Entre ellas, ya hay algunas en peligro de desaparición, constituidas por 24 especies de aves, 10 de mamíferos, 6 de reptiles, 2 de peces y 1 de anfibios (Porter 1990). Ninguno de estos impactos ha sido tomado en consideración en la reglamentación vigente, que sólo toma en cuenta el impacto de las plantaciones sobre el agua.

Una de las mayores amenazas que las plantaciones implican para la biodiversidad, está constituida por la forma en que alteran la relación entre el ambiente natural y el fuego. En primer lugar, los incendios forestales resultan casi imposibles de controlar una vez que estallan en las extensas masas forestales. Tales incendios no sólo matan a las especies que han logrado adaptarse a la plantación, sino que además afectan a otros componentes del ecosistema, como la capa orgánica del suelo, su microfauna, la infiltración y el escurrimiento del agua, etc. Con la intención de prevenir la ocurrencia de incendios, las empresas forestales llevan a cabo anualmente incendios controlados en las fajas cortafuego, generalmente ubicadas en áreas botánicamente sensibles, con ocurrencia de especies endémicas en peligro de extinción (Porter 1990).

Dado que la ley prohibe las quemas controladas durante el período de julio a octubre, por el peligro de que el fuego pueda escapar de control, las quemas son realizadas durante los meses más húmedos de primavera y verano. Estos incendios controlados tienen efectos adversos, tanto sobre la flora como sobre la fauna indígenas, ya que coinciden con la estación de crecimiento de las plantas y de reproducción de la fauna, particularmente a nivel de invertebrados, aves y roedores. En esta época del año, el fuego destruye las fuentes de alimentación de los animales (hojas, pastos, flores, semillas, néctar, polen, etc.), los nichos donde viven y se reproducen y el refugio contra sus predadores (Porter 1990).

Los agroquímicos utilizados en las plantaciones también generan graves impactos sobre la biodiversidad. Entre los mismos se incluye una amplia gama de herbicidas tales como Garlon (triclopir, producido por Dow Chemicals), Tordon (picrotam, también un producto de Dow), Gramoxone (producido por ICI) y Roundup (glifosato, de Monsanto), que son generalmente aplicados durante los tres primeros años de la plantación y vuelven a ser aplicados luego de la corta final. Además, se utilizan productos químicos para combatir insectos (gusanos, áfidos, hormigas cortadoras) que atacan a las acacias y los pinos. Completando el cóctel de venenos industriales utilizados en las plantaciones, se cuentan productos para el control de los roedores como Storm, Finale y Rattex.

También es común que los encargados de las plantaciones cacen al antílope gris y al gamo y que utilicen trampas para el puercoespín y el mono de Samango, especie ésta que se encuentra amenazada de extinción (Porter 1990).

Además de los impactos ya mencionados, las plantaciones industriales a gran escala afectan a la biodiversidad en ecosistemas tales como praderas, humedales y bosques nativos.

La pradera

Las praderas contienen una amplia variedad de especies de la flora y fauna nativas y constituyen un hábitat indispensable para numerosas especies animales. Allí vive, por ejemplo, la golondrina azul, que es la especie de ave más amenazada de extinción del país y cuyas áreas de reproducción coinciden frecuentemente con las principales áreas de plantación. Otras especies, como el antílope Oribi, la avutarda de Stanley, la grulla azul, el ibis calvo y muchas otras especies amenazadas, dependen para su supervivencia de amplias áreas de pasturas naturales, que están desapareciendo por el avance de las plantaciones (Cooper 1990).

Las plantaciones afectan a especies menos carismáticas, pero igualmente importantes para la salud de los ecosistemas, como por ejemplo los saltamontes. Estos son importantes además, como especies indicadoras, puesto que son bastante especializados a nivel de micro hábitat. En estudios llevados a cabo en Natal sobre 26 especies de saltamontes de la región, se constató que las plantaciones de pinos exóticos afectaban a estas comunidades, incluso hasta distancias bastante alejadas de las plantaciones (Sanways & Moore 1991, citado en Barnett & Juniper 1992).

Varias especies de plantas de pradera se encuentran en peligro de extinción, incluyendo a algunas que son utilizadas localmente para fabricar techos de paja o con fines medicinales. Dado que las plantaciones industriales no han sido precedidas por los estudios correspondientes, muchas especies ya pueden haber desaparecido sin que nadie se haya dado cuenta de ello (Bainbridge 1990).

Los humedales

Los sistemas acuáticos en general y los humedales en particular, son afectados indirectamente por las plantaciones a gran escala, que reducen, como ya se dijo, el agua de escorrentía y el agua subterránea, por su consumo de agua superior al de la praderas naturales. En consecuencia, el abastecimiento de agua se ve afectado (particularmente durante la estación seca o en períodos de sequía prolongada), por lo que aquellas especies que dependen de un medio acuático para su supervivencia, pueden verse así privadas del mismo y desaparecer (Porter 1990).

Entre las aves amenazadas se encuentra una especie de grulla, que requiere de amplias áreas de humedales para anidar y de extensas praderas adyacentes para el desarrollo de sus crías. Las plantaciones (que ocupan la pradera e impactan simultáneamente sobre los humedales), han sido responsables de la desaparición de varias áreas de anidamiento de esta especie, por lo que el peligro de extinción de la especie ha aumentado. La flora y fauna acuáticas se ven además afectadas por la incorporación a los cursos de agua de los residuos de las cortas, que liberan compuestos orgánicos tóxicos como el tanino. En otros casos, los árboles cortados y los residuos de las cortas bloquean los cursos de agua, eliminando así especies que no se adaptan al cambio (Porter 1990).

Los bosques nativos

Los escasos bosques existentes están siendo afectados negativamente por las plantaciones por varios motivos, el principal de los cuales resulta de la implantación de los árboles exóticos hasta el borde mismo del bosque nativo. Esta práctica resulta en la destrucción del ecotono (la zona donde el bosque y la pradera se encuentran), que constituye un hábitat de enorme importancia, tanto para la fauna del bosque como para la de la pradera. Además, la corta de los árboles plantados contra el borde del bosque, se realiza de tal forma, que éstos caen sobre el mismo, produciendo extensos daños sobre los árboles. A ello se suma la competencia de los árboles exóticos, que elimina a los árboles indígenas del borde, a causa de la sombra que proyectan sobre el bosque (Cooper 1990). Finalmente, las plantaciones a menudo resultan en la invasión de especies exóticas fuera de las áreas de plantación. Especies tales como el pino patula, la acacia negra y sus especies acompañantes, pueden llegar a sustituir a ecosistemas enteros (Bainbridge 1990, Porter 1990).

La degradación de los suelos

El impacto de las plantaciones sobre los suelos no ha recibido hasta ahora mayor atención en Sudáfrica. La legislación vigente parece partir de la hipótesis de que las plantaciones mejoran los suelos, puesto que, mientras los cultivos agrícolas que impliquen la roturación de tierras vírgenes, deben solicitar permiso a la oficina estatal pertinente, los cultivos forestales están explícitamente exentos de dicho requisito (Le Roux 1990). Sin embargo, se han constatado importantes pérdidas de suelos durante la etapa de la implantación de los cultivos forestales que se continúa durante los primeros años, hasta que el dosel superior llega a cubrir el suelo. Estas pérdidas se han agudizado durante los últimos años, a raíz del resultado de investigaciones realizadas, que concluyen que cuanto más intensiva sea la preparación del suelo, mayor será el crecimiento de los árboles. Esto ha llevado a laboreos intensos en suelos muy erosionables, práctica que finalmente dio lugar al establecimiento de lineamientos para la aplicación de normas de conservación durante la etapa de plantación. Sin embargo, estos lineamientos aún distan de abarcar la totalidad del problema y su cumplimiento sólo se requiere para suelos con pendientes superiores al 20% (Le Roux 1990).

Por otro lado, también se señalan problemas de erosión en los caminos internos de la plantación y en los métodos empleados para la extracción de troncos de la plantación. Por lo tanto, las pérdidas de suelo por erosión ocurrirían al término de cada rotación y se continuarían durante la etapa subsiguiente de plantación (Porter 1990; Le Roux 1990). A lo anterior se suma el tratamiento de los cortafuegos, que, sin tomar en cuenta la fragilidad de los suelos, son mantenidos limpios de vegetación y carpidos para cumplir con los requerimientos de las compañías aseguradoras (Le Roux 1990, Porter 1990).

Conclusiones

Sudáfrica constituye un excelente ejemplo de un tipo de desarrollo forestal que prioriza los intereses de los poderosos sin tomar en cuenta las necesidades de las mayorías y que al mismo tiempo degrada el medio ambiente. Amplios sectores del pueblo sudafricano requieren tierra, leña y agua para su supervivencia. ¿Qué aportes hace la forestación para la satisfacción de estas necesidades básicas? Los grandes monocultivos forestales ocupan amplias extensiones de tierra y simultáneamente expulsan de la misma a la población rural, que pierde así el acceso a los recursos de los que dependía para su subsistencia. La remoción forzada y la migración rural-urbana constituyen una consecuencia de este tipo de "desarrollo".

El caso de la leña es quizá el ejemplo más claro para demostrar que la política forestal sudafricana ni siquiera aspira a satisfacer las necesidades de las mayorías. Como vimos, la tercera parte del pueblo sudafricano consume leña como combustible. El sentido común parecería indicar que la satisfacción de esta necesidad debería constituir el eje central de una política de plantación de árboles. Sin embargo, luego de años de intensa actividad forestal y habiendo forestado 1,5 millones de hectáreas, la gente dispone ahora de menos leña que antes.

Además, para un país cuya vida depende de un recurso tan escaso como el agua, parecería que la conservación de la misma debería ser de prioridad absoluta. Si bien el estado ha tomado esta variable en consideración, la elección de una actividad como ésta, que genera tan poco valor por hectárea y que consume vastas cantidades de agua, no parece ser la elección más inteligente desde un punto de vista nacional. Incluso si se asume que los cultivos monoespecíficos de árboles exóticos son necesarios, existen dos opciones posibles: la forestación a gran escala o la incorporación de la plantación de árboles a las actividades agropecuarias. Lamentablemente, la que actualmente predomina es la primera, que constituye la peor opción en cuanto a ser la que genera mayores impactos negativos en lo social, económico y ambiental.

Sin embargo, aún hay esperanzas. La política forestal del Congreso Nacional Africano establece claramente que:

"No se han tomado en cuenta los beneficios potenciales en términos de abastecimiento de leña, manejo de cuencas hídricas y prevención de la erosión, así como el estímulo que la plantación de árboles podría significar para el desarrollo de otras industrias. La investigación forestal no se ha centrado en variedades de árboles que podrían ser utilizados en programas de forestación social . . . El Congreso Nacional Africano considera que la forestación puede jugar un papel esencial en el desarrollo rural a través de programas de forestación social. El diseño y la implementación de éstos sería elaborado en colaboración con las comunidades rurales y buscaría satisfacer sus necesidades sociales, económicas y ambientales" (ANC 1994).

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