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Campaña Plantaciones
El
papel del Sur. Capítulo 6 De la misma manera en que la industria del papel necesita de subsidios para poder expandirse, también requiere capacidad para manejar la oposición. La publicidad negativa sobre deforestación, dioxinas, enterrado de residuos tóxicos, etc. (sin mencionar los enfrentamientos con las comunidades locales sobre el uso del suelo y el agua), pueden amenazar tanto a las inversiones como a la demanda, el crecimiento, la participación en el mercado y las ganancias. Por consiguiente, la búsqueda de mecanismos que permitan tomar la ofensiva en los temas sociales y ambientales constituye una preocupación casi unánime en esta industria. También en esto resulta de gran ayuda el alcance global de la industria. De la misma forma en que utiliza la infraestructura, las burocracias y las influencias culturales a nivel mundial para hallar fuentes y canales para los subsidios que atrae, también actúa a través de amplias distancias geográficas y culturales destinando una amplia variedad de recursos para enfrentar a sus oponentes y para intentar dividirlos entre sí de manera más efectiva. Desde el punto de vista de los industriales, si bien la oposición a las plantaciones o a las plantas de pulpa y papel resulta siempre fastidiosa e inconveniente, en algunos casos resulta relativamente fácil de eliminar o neutralizar. No amenaza sus intereses fundamentales, ya sea por estar dispersa o localizada, o porque los desafíos que presenta pueden ser eliminados sin sacrificios abrumadores, simplemente a través de la redistribución de recursos de una parte de la corporación a otra. En tales casos, la industria tiende a adoptar una o varias de las siguientes estrategias: Desatar una guerra económica o cultural sobre los bolsones de opositores hasta que abandonen la lucha. Los pequeños campesinos que no acepten integrarse a los proyectos de plantación o a los contratos de plantación, pueden encontrarse rodeados por árboles de rápido crecimiento y cortados sus caminos de salida. Los dirigentes religiosos o funcionarios de gobierno pueden ser inducidos a hostigar a los opositores a las plantaciones o a sus familias. Donde lo habiliten las circunstancias políticas, los opositores también pueden ser aislados tildándolos de "comunistas", "traidores" o "anti desarrollo". En Tailandia, en algunas áreas codiciadas por especuladores que esperaban vender tierras a la compañía Shell para una plantación a fines de los 80, se llegó incluso a establecer sistemas de apuestas, con el objetivo de que los opositores a la plantación se endeudaran y se vieran impulsados a abandonar la lucha. Sobornar a potenciales escépticos u opositores con dinero, tierra, bienes, empleos o estatus social, con recursos provenientes de las operaciones de la empresa en otros lugares. Se puede distribuir dinero para sobornos, construir campos de deportes o clínicas, otorgar títulos oficiales, distribuir empleos temporarios, organizar cursos de capacitación o viajes, o hacer donaciones de insumos agrícolas. El proyecto Al-Pac, por ejemplo, estableció premios y otros programas de estudio para los pueblos indígenas en su zona de operaciones en Alberta. En Tailandia, los agentes de la industria a menudo ofrecen contratos o propuestas lucrativas a determinados individuos y no a las comunidades en su conjunto, a fin de fragmentar la posible oposición. Intentar demostrar a los opositores cómo sus motivos de preocupación pueden ser solucionados dentro del propio sistema industrial sin apelar a la aceptación de sobornos. Esta estrategia consiste en invitar cortesmente a los opositores, a que acepten "traducciones" de sus objeciones al lenguaje de la propia industria, donde dichas objeciones pueden ser solucionables. Un ejemplo de tal estrategia es el de los contratos de plantación en los predios agrícolas, donde la objeción generalizada de que las plantaciones para pulpa usurpan los predios individuales parece ser así eliminada (ver capítulos 12-13). Otro ejemplo es el de la promesa de que el sufrimiento que hoy implica la expansión de las plantaciones, será visto mañana como un simple "costo" de los mucho más importantes "beneficios del desarrollo económico". Ayudar a asegurar que los opositores sean aplastados por la fuerza. Esta opción a menudo debe ser elegida contra aquellas comunidades rurales, cuya subsistencia es totalmente dependiente del mantenimiento de sus derechos consuetudinarios sobre la tierra o los recursos de uso comunitario, que son sentidos localmente como derechos morales. Dado que la lógica de tal estilo de vida, es a menudo incompatible con la de la economía convencional, tales comunidades a menudo no son susceptibles a la estrategia anterior (The Ecologist 1993, Lohmann 1995). En particular, son difíciles de ser compradas, porque no están dispuestas a aceptar "concesiones mutuas" o a renunciar a sus hogares, recursos o salud a ningún precio y a menudo no reaccionan favorablemente ante los llamamientos que apelan al "interés nacional". Sin embargo, para ser candidata a la represión inteligente, la oposición debe estar aislada, ser de pequeña escala, estar pobremente coordinada, fuera de la vista del público y acompañada de una imagen pública desfavorable. Además, para que esta opción funcione, las burocracias estatales deben decidir que el financiamiento de las operaciones militares va a resultar beneficioso para sí mismas (ver capítulos 12-13). Es así que las operaciones para la producción de pulpa en las Islas Exteriores de Indonesia, tienen a menudo el único objetivo de tomar por la fuerza miles de hectáreas de tierra de grupos étnicos no dominantes, con la esperanza de que el aislamiento de la gente local y su temor al gobierno la mantendrá en silencio (Kuroda 1995); en forma similar, se ha afirmado que las primeras tierras obtenidas en Brasil por Aracruz Celulose fueron obtenidas por la violencia. Sin embargo, en la India, donde las tierras comunales bajo jurisdicción estatal fueron tomadas en los años 80 por Karnataka Pulpwood Ltda., una serie de marchas y manifestaciones ampliamente publicitadas, en las que se arrancaron árboles jóvenes de eucaliptos y se los reemplazó con plantas de árboles productores de alimentos y forraje, resultó en que la industria se vio obligada a retroceder (SPS 1989; JV 9-12.1990, 3.1991). Un programa elaborado en 1991-92 por el gobierno militar de Tailandia para expulsar a millones de personas de las tierras forestales estatales, para dar lugar a plantaciones para pulpa del sector privado, fue también bloqueado por una oposición con alto perfil y a gran escala. Evitar que ciertas formas de oposición sean escuchadas, mediante el recurso de plantear todas las discusiones sobre las plantaciones en el idioma de la economía neoclásica y de la "demanda global", en vez de hacerlo en el lenguaje de los campesinos comunes o el de la política usual. Esta estrategia, que tiene cierta analogía con la supresión física, intenta negar a los opositores la oportunidad de formular sus objeciones en el marco conceptual de su elección. El objetivo es el de evitar que se planteen temas tales como el derecho a la tierra, las formas no económicas de supervivencia, etc., dado que a la industria le resulta muy difícil ganar discusiones formuladas en estos términos. Por consiguiente, la discusión se restringe a los términos del lado derecho del Cuadro 6.1. Para mayor conveniencia, la puesta en práctica de esta estrategia puede ser a menudo "asignada" a tecnócratas convencidos y a otros ideólogos no directamente vinculados a la industria. Muchos economistas y expertos forestales académicos, por ejemplo, incluso sin mediar previa consulta con la industria, van a rehuir toda discusión acerca de la forma en que se crea la demanda de papel: tales discusiones necesariamente cuestionan su premisa de que los seres humanos, como Homo economicus, se caracterizan por el principio de las necesidades infinitamente crecientes. Los ejecutivos de la industria, que tienen un conocimiento más ajustado de la realidad y que reconocen que la industria del papel necesita "luchar por nuestro futuro y crear nuestro propio crecimiento" pueden así permanecer fuera de escena (Clark 1994). CUADRO
6.1
Aceptar, en caso de ser necesario, ciertas exigencias de los opositores. Esta se constituye en una alternativa atractiva cuando (i) los opositores no pueden ser comprados o persuadidos de modificar sus demandas; (ii) la supresión es contraproducente o imposible debido a la escala, la coordinación, la intensidad, la inaccesibilidad o la visibilidad pública de la resistencia y (iii) la aceptación no resulta en la destrucción de la industria o de las empresas involucradas. En este sentido, las empresas occidentales están lentamente capitulando con respecto a la fuerte y extendida oposición a la utilización de cloro en los procesos industriales, encarándola como una razón "económica" para invertir en nueva tecnología (haciéndolo, de hecho pueden ser capaces de dejar fuera del mercado a empresas rivales con menores recursos). Tampoco preocupa mayormente a la industria el llamamiento a incrementar el reciclado, puesto que ha estado acostumbrada desde hace mucho a la utilización de papel de desecho como materia prima. Al contrario, esta demanda es fácilmente incorporada en las ecuaciones globales de oferta/demanda y los responsables de relaciones públicas ven en la capacidad de reciclaje una oportunidad bienvenida para reclamar un estatus "verde". Irse de un área donde la resistencia local no es doblegable. Esta se convierte en una opción estratégica en las mismas circunstancias que las mencionadas en el punto anterior, pero cuando otras regiones parecen ser más maleables a la explotación empresarial. Por lo tanto, a menudo resulta una opción rentable para aquellas empresas con el suficiente alcance global. Por ejemplo, la industria papelera japonesa ha debido aceptar la resistencia ambientalista en Norteamérica occidental como un dato "económico" sin solución política y por lo tanto desplazar su búsqueda de materia prima hacia otras regiones, incluyendo los países del Sur. De la misma forma, la compañía Shell debió abandonar sus planes de plantaciones para pulpa en Tailandia a fin de concentrarse en proyectos similares en otros países. Formas de resistencia más difíciles de manejar Algunos obstáculos a la expansión de la industria de la pulpa y el papel presentan amenazas más graves. Ninguna empresa papelera, enfrentada a una coordinada y públicamente visible oposición al desarrollo de nuevas fuentes de fibra maderera industrial en amplias áreas del planeta, puede ser capaz de comprarla en todas partes, destruirla totalmente o desplazar su búsqueda de materia prima a otro planeta. Si, como lo señala Ronald A. Duchin, de la empresa norteamericana de relaciones públicas Mongoven Biscoe & Duchin, los grupos locales que creen que "deberían tener poder directo sobre la industria" son "difíciles de tratar" (PRW 10-12.1993), mucho más lo serán las alianzas de tales organizaciones. Tampoco ninguna empresa papelera puede aceptar llamamientos para la reducción de la demanda de todos sus productos. Por ello a la industria le resulta muy difícil lidiar con movimientos que muestran señales de ir más allá del cuestionamiento de una empresa o de uno u otro producto (tales como los blanqueados con cloro o los tipos de papel no reciclados) y se plantean el cuestionamiento ético del propio incremento permanente del consumo de papel per cápita. Al igual que otras, la industria de la pulpa y el papel depende para su crecimiento de la supresión de la noción de "suficiente" y del oscurecimiento de la distinción entre necesidad y demanda excesiva. La desigual distribución del consumo expuesta en los cuadros 2.4 y 2.5 demuestra, para los ejecutivos de la industria del papel, no que los grandes consumidores están consumiendo demasiado, sino que otros están consumiendo demasiado poco. El hecho de que la demanda de papel es potencialmente frágil, pese a los esfuerzos por introducir cada vez más intensamente el consumo de papel en la vida cotidiana (durante las recesiones económicas, por ejemplo, la publicidad comercial puede disminuir rápidamente, sin que los consumidores se alcen indignados por verse privados de páginas de avisos en las revistas o de nuevos empaquetados a cuatro colores), lo que pone a la industria muy a la defensiva al respecto de críticas a la infinitamente creciente demanda (Price 1995). Recientemente David Clark, de la Confederación de Industrias Europeas del Papel, dijo a sus colegas que "la cuestión importante es la de si el papel mantendrá la misma relación con el desarrollo económico como lo ha hecho en el pasado": "Los consumidores ya no son lo que eran . . . [ellos] desean conocer el origen, el contenido, el método de fabricación del papel que utilizan . . Su comportamiento . . . es menos predecible de lo que fue . . . Nuestra industria está siendo acusada, muy injustamente, de . . . crear montañas de basura. Esta preocupación . . . podría . . . reducir la demanda de papel a largo plazo [tal como] ya ha ocurrido con el empaquetado, donde en gran parte de la legislación la principal prioridad es la de usar menos . . . Muchos productores de papel y cartón en el sector de empaquetado creen que el requerimiento de usar menos empaquetado y que éste sea más liviano, se traduce en el fin del crecimiento en el sector. Preocupaciones similares se pueden observar en otros sectores (avisos de correo, publicidad innecesaria, etc.). Al igual que el empaquetado, el papel mismo, que fuera sinónimo de civilización y cultura, podría ser ahora visto como un material innecesario y ambientalmente dañino. Si creen que estoy siendo exageradamente pesimista e influenciado por unos pocos ambientalistas extremistas, sólo visiten cualquier escuela primaria o secundaria, para conocer a la próxima generación de consumidores. Nuestra industria ya no puede darse el lujo de dar por descontado el crecimiento a largo plazo. Más y más vamos a tener que luchar por nuestro futuro y crear nuestro propio crecimiento. En este sentido, el propio papel se convierte crecientemente en un producto de consumo, cuya demanda total debe ser estimulada. La alternativa, no hacer nada, podría dar lugar a una demanda estable o incluso decreciente, con serias implicancias para la industria, su reputación, su tecnología y la calidad de personas que atrae . . . Hasta el momento en que la industria del papel y sus aliados se unan para . . . convencer al público sobre el valor social y ecológico del papel, nuestra industria va a continuar siendo vulnerable a más y crecientemente dañinos ataques ambientalistas. En relación con esto, tenemos algo que aprender de otras industrias, tales como las químicas" (Clark 1994). Para la industria, constituye una pérdida de tiempo el intentar cultivar relaciones con críticos con los que tiene conflictos irreconciliables en relación con la tierra o la creación de demanda. Lo mejor para ella es romper con los mismos y concentrarse en aislarlos de aliados potenciales con distinta experiencia y provenientes de diferentes clases sociales. Incapaz tanto de aplastar a tales críticos como de acomodarlos o conciliarlos suficientemente, la industria adopta la vieja estrategia de dividir y conquistar. Esto implica trabajar en dos sentidos. Al respecto de aquellos que resisten tenazmente la apropiación de tierra o agua por las plantaciones, o que cuestionan la demanda infinitamente creciente, la industria debe romper con ellos y resignarse a correr los riesgos asociados a mostrar indiferencia o a apelar a prácticas de evasivas, negación, represión o engaño. Al mismo tiempo, debe cultivar activamente sus relaciones con los gobiernos y con las no comprometidas pero poderosas clases medias urbanas del Norte, incluyendo a consumidores o ambientalistas que viven a cierta distancia de las plantas fabriles y de las plantaciones. En ese sentido, los sectores de la pulpa y el papel en Indonesia, han apelado internamente a la represión, los abusos e intentos de dividir a las comunidades unas de las otras, mientras que al mismo tiempo contratan a empresas de relaciones públicas para ofrecer una imagen más simpática a los consumidores y legisladores occidentales. También la empresa finlandesa Enso, mientras se beneficia de la apertura de Indonesia a las inversiones involucrándose en una "joint venture" para la producción de madera para pulpa en Kalimantan occidental, ha dado a conocer que nada menos que el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) le brindará su asistencia para "evaluar el impacto ambiental del proyecto", para el caso de que algún observador internacional plantee interrogantes sobre el proyecto (PPI 3.1995). De forma similar, los consultores de Jaakko Pöyry prácticamente abandonaron los esfuerzos por ponerse a los ambientalistas de su lado, cuando promediaba la elaboración por parte de la compañía del plan maestro para Tailandia, difamándolos y rompiendo las promesas hechas, mientras canalizaba dinero hacia ONGs seleccionadas y hacia la burocracia y preocupándose de asegurar que la naturaleza y la amplitud de la oposición al plan maestro en Tailandia, no se convirtiera en noticia importante en Finlandia (ver capítulo 12). En el mismo sentido, cuando el principal ejecutivo de Pöyry, Henrik Ehrnrooth y uno de sus principales consultores, Jouko Virta, fueron criticados en Finlandia por el involucramiento de Pöyry en un proyecto de plantación en la República Dominicana, simplemente negaron públicamente haber estado jamás en ese país, pese a que se les mostró una noticia aparecida en un periódico dominicano, que además contenía una fotografía de Virta estrechando la mano a un funcionario de ese país, en un entorno claramente dominicano (Wallgren 1994). Si bien resulta esperable que tal mentira provoque indignación en la República Dominicana, lo mismo no importa demasiado en tanto sea creído en Finlandia, dado que la táctica radica en evitar que las denuncias de los oponentes dominicanos a las plantaciones sean tomadas en serio por el público finlandés. Prácticas similares son también utilizadas en Japón. Por ejemplo, cuando un reportero del Servicio de Noticias Kyodo descubrió la ilegal explotación y astillado de manglares de Bintuni Bay en Indonesia por parte de Marubeni, la empresa habló con su jefe para impedir la publicación de la noticia. La cobertura periodística japonesa de la gigantesca protesta nacional australiana sobre las exportaciones de astillas de madera hacia Japón también fue virtualmente inexistente (Kuroda 1995). La industria de la pulpa y el papel tiende a evitar, hábilmente, todo debate que no pueda fácilmente ganar, tal como el debate sobre la demanda excesiva del Norte. Por el contrario, intenta evitar que tales debates lleguen a oídos del público en general. Una forma de hacerlo consiste en intentar marginalizar a los oponentes que intentan iniciar tales debates. En los casos en que el "ambientalismo" se ha convertido en una fuerza principal, se ha vuelto más difícil hacerlo tildándolos de "comunistas", "fascistas", "traidores" o "antidesarrollo" como parte de una estrategia de supresión. En su lugar, la industria intenta redefinir y adherirse al "ambientalismo", de forma tal que dichos oponentes queden implícitamente aparte, como radicales o irresponsables (PRW 4.94, 1.93). Más aún, promoviendo en el Norte el uso de un lenguaje que identifica crecimiento económico con calidad de vida, consumo de papel con alfabetismo y a las grandes empresas como apenas otro grupo de "ciudadanos interesados", la industria busca crear una atmósfera en la que la resistencia a nivel de base en el Sur aparezca como algo excéntrico o, mejor aún, como inconcebible. Los ejecutivos de Arjo Wiggins Appleton, O. Fernández Carro y Robert A. Wilson, resumen bien tales estrategias cuando urgen a sus colegas a no enfocar el ataque sobre la "oposición aparente" si esto significa "olvidar a las amplias masas entre ambos bandos (el público)" y a no "responder a la agenda cambiante de otros", sino más bien a "elaborar la agenda y volver difusos los temas negativos". La política, continúan diciendo, "proporciona el empaquetado y el vehículo para alcanzar los objetivos de la industria. El éxito se mide a través de la libertad para plantar cultivos para fibra, tomando en consideración la suma total de todas las fuerzas políticas (en su más amplia acepción). Hay dos elementos en el subsistema político [dentro de la totalidad del sistema de calidad de la silvicultura industrial]: el mensaje y el objetivo. El mensaje debe ser corto, no técnico y básico: por ejemplo, 'Los árboles son buenos. Se necesitan más y no menos árboles'. Nuestro objetivo debe ser el de crear y movernos dentro de un círculo siempre creciente de opinión pública favorable (1992)". La empresa estadounidense de relaciones públicas Mongoven, Biscoe and Duchin (MBD) lleva el consejo de Wilson y Fernández Carro un paso más adelante, planteando que para lidiar con los ambientalistas y otros activistas, las empresas industriales pueden dividirlos en cuatro categorías: oportunistas, idealistas, realistas y radicales. MBD plantea que para tratar a los "oportunistas", interesados en agregar una serie de triunfos profesionales a su propio curriculum vitae, se les debe proveer con "al menos la percepción de una victoria parcial". Los "idealistas", que "aspiran a un mundo perfecto" y que pueden detentar una considerable autoridad moral a nivel del público por no tener ningún interés personal visible ante el tema, pueden ser neutralizados si se les puede convencer de que su posición está causando daño a otros. Los llamados "realistas", por su parte, resultan aún más fáciles para llegar a un acuerdo. Dado que tienden a ser relativamente inexperientes sobre el funcionamiento de los mecanismos de poder fuera de los corredores de las empresas y de las ONGs, tales "realistas" son fácilmente convencidos por la pretensión de la industria de ser el único interlocutor válido. También son inocentemente crédulos en cuanto a aceptar la postura de la industria, de que la única forma de lograr su atención para el propósito de controlar el mayor número de impactos posible, consiste en aceptar su lenguaje, aprender a "vivir en base a concesiones mutuas" y a renunciar a los cambios radicales. La empresa MDB concluye que el grupo capaz de plantear el mayor y más efectivo desafío a los intereses empresariales es el de los "radicales", interesados en la "justicia social y el empoderamiento político", a los que no se los puede restringir a temas técnicos individuales. Dada esta taxonomía, la estrategia empresarial de dividir y conquistar es obvia: aislar a los "radicales", cultivar a los "idealistas" y educarles para que se conviertan en "realistas" y luego cooptar a los "realistas" para que lleguen a un acuerdo con la industria. La MBD sugiere que, las posiciones "radicales" y "oportunistas", si no cuentan con el apoyo de los "idealistas" y "realistas", comenzarán a ser "vistas por el público como superficiales y vinculadas a intereses personales". Desaparecerá así la credibilidad de los "radicales" y se podrá entonces contar con la participación de los "oportunistas" para formar parte de la "decisión política" final (PRW 4.94). Relaciones públicas, servicios de inteligencia y pseudoverdes El pensamiento de Fernández Carro y Wilson, así como el de MBD, dejan muy claro cuan profundamente entrelazada está la estrategia de la industria de dividir y conquistar con la mecánica contemporánea de las relaciones públicas. Es probable que el futuro de las industrias de la plantación, la pulpa y el papel dependa en gran medida, no sólo de la publicidad, del soborno de expertos y otros métodos clásicos de "la ingeniería del consentimiento", sino también del espionaje, la contrainteligencia, la infiltración, la división y el financiamiento de ONGs, la cooptación de ambientalistas, la subversión y provocación políticas y la creación de falsos movimientos de base. También resultan cruciales dos artes contemporáneas relacionadas entre sí, que restringen o reemplazan a la democracia, conocidas como encuestas de opinión y análisis de costo-beneficio (Stauber & Rampton 1995, Carey 1995, Adams 1994, Hitchens 1994). Algunas empresas consultoras de la industria forestal llevan a cabo por sí mismas tales actividades. Por ejemplo, en 1993 Jaakko Pöyry comenzó a publicar un informe confidencial trimestral, con información sobre el pensamiento y las actividades de los ambientalistas, dirigido a una clientela de acaudaladas empresas. Los editores del informe, denominado EcoDigest, recogen parte de su información a través del monitoreo de publicaciones de ONGs, del seguimiento de las conferencias electrónicas de los ambientalistas y formulando preguntas a los grupos ambientalistas. Una de tales solicitudes de información, enviada a un grupo canadiense, buscaba determinar si "su organización tiene una política con respecto a las plantaciones forestales. En caso afirmativo, si las ven como Algo Bueno (p.ej., porque hacen disminuir la presión sobre los bosques primarios) o como Algo Malo (p.ej., porque reducen la biodiversidad). Además: ¿cuáles son sus argumentos?"(Ikonen 1994, Orton 1994). Por su parte, la Asociación Sueca de la Pulpa y el Papel ha comenzado a distribuir regularmente "informaciones de prensa" sobre las bondades ambientales de las plantaciones de árboles y PaperInfo también publica noticias sobre grupos ambientalistas en su sección Environews. Otros importantes actores de la pulpa y el papel contratan a empresas de relaciones públicas y de publicidad. Preocupada acerca de su imagen ambiental entre los consumidores británicos de papel, la Federación Finlandesa de las Industrias Forestales, por ejemplo, paga a la empresa londinense Jackie Cooper PR, para que disemine información en la que se detallan sus compromisos ambientales; la empresa canadiense MacMillan Bloedel ha contratado a Pielle y la finlandesa United Paper Mills continúa trabajando con EIBIS International para llevar a cabo tareas similares. La industria finlandesa se volvió particularmente asidua en invitar a periodistas y ambientalistas a recorrer sus bosques en 1994, luego de un artículo crítico sobre las prácticas forestales finlandesas aparecido en el periódico alemán de circulación masiva Der Spiegel. La industria forestal indonesia, por su parte, ha contratado a empresas occidentales de publicidad de primer nivel, entre las que se cuenta Grey/MediaCom, para preparar publicidad impresa y televisiva, en la que se afirma falsamente que la práctica de la corta a talarrasa no está permitida en Indonesia, que áreas que en realidad están por ser cortadas son dejadas como "bosque permanente" y que el manejo forestal del país es "sustentable". Entre los clientes de la empresa de relaciones públicas más grande del mundo, la estadounidense Burson-Marsteller (B-M) (que ostenta más de US$200 millones anuales por concepto de honorarios, 2.071 empleados, 62 oficinas en 29 países y su propio Grupo de Prácticas Ambientales), se cuentan Kimberly-Clark, Asea Brown Boveri, Dow Chemical, TetraPak, Alliance for Beverage Cartons and the Environment, Shell, y el Gobierno de Indonesia (Stauber & Rampton 1995). Durante más de una década, B-M ha asistido a empresas forestales que encaraban reducciones de personal, a vanguardizar una novedosa combinación de quiebre de sindicatos y antiambientalismo. Por ejemplo, durante un período en el que fue asesorada por B-M, la empresa norteamericana Louisiana-Pacific liquidó el sindicato obrero y construyó plantas de fabricación de pulpa en México, donde pudo pagar a los trabajadores menos de US$2 por hora para procesar troncos de los EEUU. Al mismo tiempo, alentó a los trabajadores a culpar a los ambientalistas por su difícil situación y los transportó a manifestaciones orquestadas para contrarrestar a los movimientos de protección de los bosques y también fomentó el crecimiento de grupos "de base" en favor de la corta de los bosques. Luego de ayudar a sembrar similares sentimientos antiambientalistas a lo largo y ancho de las regiones forestales de Canadá occidental, B-M aconsejó a sus clientes de la industria forestal la creación de la Alianza Forestal de la Columbia Británica, un grupo financiado en un 75% por 16 empresas forestales, para que se ubicara como una organización "moderada" sobre los temas ambientales (Nelson 1994). Es esperable que otras empresas multinacionales de relaciones públicas que están comenzando a actuar en el frente verde (ver Cuadro 6.2), se involucren crecientemente en el apoyo a las industrias de plantación, pulpa y papel. CUADRO
6.2
Fuente: PRW 4.94, 1.95. Entre los servicios que pueden ser provistos a la industria de la pulpa y el papel por los "equipos verdes" de tales firmas, se cuentan los siguientes: Cabildeo a parlamentarios locales o extranjeros o a altos funcionarios de gobierno, a menudo utilizando a antiguos parlamentarios, ex ambientalistas o ex reporteros, a fin de lograr la aprobación de legislación favorable sobre comercio, medio ambiente u otros temas. Diseminación de propaganda en apoyo a las posiciones de la industria, incluyendo pruebas "científicas" emanadas de seudoeruditos u organismos de investigación, financiados por la industria y colocando publicidad y "editoriales" en órganos de prensa de circulación masiva y otros periódicos, así como comerciales en televisión. Ejercicios de relaciones públicas, disfrazados como noticias o comentarios desinteresados, están crecientemente alcanzando las páginas de las más respetables publicaciones y a menudo son también reproducidos por las más importantes casas editoriales y académicas de libros. Eliminación de libros de ambientalistas antes de que sean impresos, mediante el sabotaje de giras promocionales, contratando a personas para que hagan llamadas en programas promocionales orales o convenciendo a periodistas de que el contenido de los libros no está corroborado. Infiltrar las reuniones de los ambientalistas con personas que se hacen pasar por activistas o amas de casa, con el objetivo de recolectar información o "guiar" las discusiones. En el Reino Unido existe amplia evidencia de que los teléfonos de los ambientalistas están intervenidos, tanto por el gobierno como por empresas privadas de seguridad. Posar como periodistas, a fin de obtener adelantos de resultados de investigación que puedan ser perjudiciales para la industria. Crear falsas ONGs "ambientalistas" con una agenda favorable a la industria, aunque sin ningún claro interés financiero (en los EEUU se los ha llamado grupos "astroturf", que es el nombre del pasto artificial que se usa en algunos estadios deportivos norteamericanos) (PRW 10.94). Algunas empresas forestales, como Weyerhaeuser están también creando "grupos asesores comunitarios" y llevando a cabo "foros comunitarios abiertos", con el objetivo de regular y cooptar la crítica hacia la industria (Weyerhaeuser 1995). Ayudar a las elites del Sur a ganarse a los consumidores del Norte a través de publicidad y otros medios. Mantener a los clientes informados sobre calentamiento global, empaquetado, bosques tropicales, partidos políticos verdes, semillas, pesticidas, cloro, biotecnología, mercadeo ecológico y certificación. Monitorear y reunir información sobre periodistas ambientales y sobre sus intereses y debilidades, para así poder manipularlos mejor. Reunir y archivar información sobre grupos activistas, su dirigencia, métodos de operación, reacciones anticipadas frente a nuevos productos, fuentes de financiamiento y "potencial para relacionamiento con la industria", apuntando a descubrir "qué es lo que los motiva, cuan serios son y qué es lo que considerarán un 'éxito'" (PRW 1.93, 4.94). Asesorar a las empresas sobre cómo ofrecer apoyo financiero a ONGs con grandes necesidades de financiamiento y "respetabilidad". Resulta revelador que los auspiciantes empresariales de grandes organizaciones con sede en los Estados Unidos, tales como el Fondo Mundial para la Naturaleza (World Wide Fund for Nature) y el Fondo para la Defensa Ambiental (Environmental Defense Fund), también han financiado a alrededor de la cuarta parte de las 37 organizaciones descritas en la Guía de Greenpeace sobre Organizaciones Anti Ambientales (PRW 1.95). Asesorar a las empresas sobre cómo colocar en su planilla de sueldos a ambientalistas individuales con posiciones críticas o a ex reguladores gubernamentales. Por ejemplo, uno de los autores de este libro recibió una oferta de Shell para hacer una consultoría luego de su involucramiento en una campaña contra la participación de Shell en un proyecto de plantación en Tailandia. Dada la convergencia metodológica entre organizaciones de relaciones públicas y organismos de inteligencia o policiales, unido al creciente interés de ambos en manejar temas "ecológicos", es dable esperar que las organizaciones críticas de la expansión de plantaciones para pulpa, sean objeto de una creciente variedad de sofisticados trucos políticos. Serán diseminadas cartas o literatura falsas y se inventarán o provocarán incidentes, ya sea con el objetivo de enfrentar a los ambientalistas los unos contra los otros, o para desprestigiarlos frente a la opinión pública. Agentes provocadores colocados en movimientos ambientalistas ya han sido responsables de importantes situaciones de violencia en los EEUU, en particular en la Costa Occidental (Helvarg 1994) y la empresa Hill & Knowlton distribuyó un memorandum falso, utilizando papel membretado de la organización ambientalista Earth First, haciendo un llamamiento a realizar actos de violencia "para joder la máquina del poder" (PRW 1.95). Tales tácticas se basan en la experiencia del FBI norteamericano, que con frecuencia ha intentado destruir movimientos políticos internos, no sólo a través del asesinato, los atentados, los ataques con bombas, el hostigamiento y la publicación subsidiada de libros, sino también sembrando falsos rumores para volver a los grupos disidentes suspicaces de que algunos colegas están vinculados a organizaciones de derecha o son espías de las empresas, o volverlos paranoicos sobre la vigilancia estatal o empresarial (Churchill & van der Wall 1988). Además, es probable que la práctica de cultivar la hostilidad pública hacia los activistas, acusándolos falsamente de variados ultrajes (táctica muy empleada históricamente por los aparatos de seguridad del Sur contra los ambientalistas y otros, por el FBI contra los movimientos de liberación y de derechos civiles en los EEUU y por el británico MI5 contra los sindicatos), sea utilizada en el futuro más ampliamente también contra los ambientalistas del Norte. Condiciones favorables para la industria Los intentos de la industria por dividir a los opositores a las plantaciones de los potenciales aliados, se ven facilitados por una serie de factores culturales. En primer lugar, el lenguaje preferido por las empresas para desarrollar las discusiones (un lenguaje que tiende a asimilar las columnas de la izquierda y de la derecha en el cuadro 6.1), ya ha sido aceptado por gran parte del público al que ambas partes desean convencer. En particular, órganos de prensa ampliamente conocidos como The Economist, The New York Times y la revista Time aún sostienen regularmente que la tecnología que los gobiernos y empresas del Norte instan a que sea adoptada por el Sur es neutra, políticamente desinteresada y universalmente beneficiosa para la calidad de vida. Desde esta perspectiva, la cólera de las personas del Sur, que ven los efectos perjudiciales de la intervención de tales "expertos" en su vida cotidiana, incluso en las contadas ocasiones en que dicha cólera es reflejada en la prensa del Norte, a menudo resulta desconcertante, irracional e incluso ininteligible. Lo que para muchos activistas del Sur resulta de sentido común (que el "desarrollo económico" está destruyendo ocupaciones y volviendo a la gente hambrienta) a menudo es visto en el Norte como una contradicción de términos. Resulta enormemente útil para los intereses de la globalización de la pulpa y el papel, que existan muy pocos canales a través de los que los finlandeses, por ejemplo, puedan entender el estilo de vida de los tailandeses, o que los norteamericanos puedan entender la cultura brasileña. Resulta entonces que protestas que tienen fuerza en un contexto del Sur, pierden mucha de su potencia al ser transpuestas a un contexto del Norte, lo que ayuda a mantener a los opositores de las plantaciones en el Sur divididos de sus potenciales aliados en el Norte. La cultura popular autohalagadora predominante en el Norte sostiene, por ejemplo, que existe una secuencia predeterminada de etapas de desarrollo, por la que deben pasar todas las sociedades hasta que hayan alcanzado el "éxito" del Norte. Las opiniones de los oponentes del Sur a las plantaciones, que rechazan esta creencia, son a menudo descartadas por asombrados observadores del Norte como totalmente desbocadas. Por ejemplo, cuando se informó a un experto forestal sueco, sobre la oposición de las ONGs tailandesas a las plantaciones para pulpa en Tailandia y pese a no tener ningún interés personal o institucional en el tema, se mostró francamente desconcertado y señaló que "como sueco no puedo aceptar eso, ya que casi toda Suecia está cubierta por plantaciones" (Usher 1994). A través del fortalecimiento desproporcionado de actores con alcance global, tales brechas de comprensión ayudan a impulsar el proceso de globalización. En tercer lugar, el sector de las plantaciones, la pulpa y el papel disfruta en muchas de sus acciones del apoyo tácito de varios expertos nominalmente independientes (algunos pocos incluso asociados a ONGs tales como el World Resources Institute y el International Institute for Environment and Development), que no reciben necesariamente ni el apoyo financiero de la industria, ni constituyen el objetivo de empresas de relaciones públicas, ni están directamente asociadas con empresas privadas. Tales expertos, ya sean forestales, biólogos o economistas, ni siquiera tienden a considerar la posibilidad de hacer alianzas con disidentes locales, incluso de su propia nacionalidad. Uno de los resultados, como se señaló en el capítulo 4, ha sido la emergencia de "dos bibliotecas" distintas, claramente contradictorias e igualmente extensas, donde se detallan los efectos de las plantaciones comerciales de árboles, una de las cuales es citada por los defensores y otra por los opositores a las plantaciones. Dividiendo a los expertos de los oponentes a las plantaciones ¿A qué se debe que tantos profesionales, aparentemente independientes, a menudo trabajen de forma tal que resulte en oposición con los habitantes rurales perjudicados por las plantaciones para pulpa? Parte de la explicación, como se sugiere en el capítulo 4, radica en el enfoque reduccionista de tales expertos con respecto al conocimiento. Sin embargo, detenerse aquí implica dejar muchas preguntas difíciles sin responder y por ende arriesgarse a ser políticamente ineficientes. ¿Por qué, por ejemplo, tantos científicos, economistas y ONGs, quienes aceptan gran parte de la crítica a las plantaciones para pulpa y que no tienen una mayor aversión a colocar sus propios campos de trabajo en una perspectiva interdisciplinaria, aún actúan de forma tal que apoyan los abusos de la industria? ¿Cuáles son las raíces psicológicas, culturales y políticas de tal postura? ¿Si el "reduccionismo" es un problema, pueden los opositores de las plantaciones hacer algo para impulsar a tales intelectuales a abandonarlo? La lealtad de muchos expertos hacia la idea de que la industria y el capitalismo son quienes tienen las respuestas a los problemas que generan, es de una clase y grado que requiere una explicación que aún no ha sido formulada. Muchos expertos, por supuesto, frustrados por tener que trabajar para organizaciones que saben que no pueden actuar sobre sus recomendaciones más importantes, han aprendido, como forma de autodefensa psicológica, a moderar tales recomendaciones y a apartar la vista del significado político de tales acciones. Algunos son llevados a negar que sus acciones siquiera tengan un significado político. Como lo señala un eminente especialista forestal de la Universidad de Yale, "Hay tantos forestales acostumbrados a aceptar órdenes de arriba, que no hacen preguntas. Simplemente siguen cobrando, diciendo que la culpa no es suya". (Vail 1993). Otra parte de la explicación de las limitaciones y lagunas en el pensamiento de muchos científicos, economistas y personal de ONGs, radica en el perfil de clase, social o educacional que tienden a compartir entre sí y con las personalidades de la industria (Dove 1992, Frossard 1995). Esto los tienta a buscarse y a escucharse entre sí y con la industria, en vez de ahondar demasiado profundamente en hechos o medios sociales desconocidos. Nunca debe subestimarse la simple falta de conocimiento por parte de muchos expertos, sobre las numerosas alternativas sociales existentes frente a la de "trabajar con la industria". La noción corriente de que ciertos "paradigmas" científicos ejercen una hegemonía sobre la imaginación de los expertos, también ayuda a explicar la omnipresencia de las actitudes pro industria entre intelectuales que, aparentemente, no tienen ningún interés personal en el tema. Sin embargo, a menos que esta explicación se combine con un minucioso estudio sociológico e histórico de las prácticas científicas, deja sin aclarar de donde provienen estos "paradigmas" y como se los podría cuestionar. Una parte más fundamental de la explicación, quizá radique en las creencias inocentes de muchos expertos sobre el tema del poder. En los círculos académicos, de planificación y de desarrollo (círculos que han florecido durante el proceso de globalización), en los que se mueven muchas expertos y grandes y bien financiadas ONGs, el poder es frecuentemente representado como algo que la industria y sus aliados gubernamentales e intergubernamentales "tienen" y que otros (caracterizados como sus beneficiarios o víctimas), "no tienen". No es difícil ver cómo se alimenta esta concepción. Los expertos están acostumbrados a interactuar con el poder en el escenario restringido de sus oficinas, laboratorios y medio social, donde la experiencia les enseña que la industria, el estado y las organizaciones internacionales "hacen las cosas". La manera más fácil que tales expertos tienen de conceptualizar a otros actores con los que están menos familiarizados, consiste en asumir que son lo que estos organismos no son: es decir, que no tienen poder. Los profesionales tienen un interés personal en verse a sí mismos, además, como depositarios del conocimiento del que otros carecen. A menudo asumen que, para lograr los cambios que desean, de lo que se trata es de trasmitir ese conocimiento a la industria, el estado y sus aliados quienes, como se mencionó antes, son a su vez vistos como detentando el poder del que otros carecen. Esto no significa que los expertos deban estar siempre de acuerdo con la industria y el estado, o que incluso no puedan ponerse del lado de sus víctimas. Pero sí significa, no obstante, que si los expertos llegan a luchar por los oprimidos, tienden a querer hacerlo sólo si se les permite presentar su caso de manera legalista y transformado en verdadero "conocimiento", a las personas que ellos imaginan ser "los poderosos". De acuerdo con esta presunción, la audiencia más importante para la verdad es la industria, el estado y sus aliados. Por supuesto que, como los expertos son los primeros en admitirlo, el "decir la verdad al poder" de esta forma puede no siempre lograr resultados, a pesar de los sonidos halagadores que la industria emite para cortejar el apoyo de los expertos. Además, para tener la oportunidad de decir cada tanto la verdad al poder, se requiere mantener su confianza y por lo tanto aceptar frecuentes y frustrantes compromisos. Pero, de acuerdo con este razonamiento, hacer compromisos con la industria y el estado, puede por lo menos resultar en un "control de daños" más efectivo que si se hicieran compromisos con pobladores rurales impotentes. Seguramente (razonan con optimismo estos profesionales), es probable que los gobiernos, las empresas y las agencias internacionales les permitan ser su "cerebro", por lo menos de vez en cuando. Es sólo a partir de esta visión inocente y dicotómica de tener/no tener poder y conocimiento, que comienzan a tener sentido algunas de las absurdas declaraciones realizadas por expertos que han formado alianzas de facto con la industria. Por ejemplo, la afirmación de un consultor del IIED, de que rechazar el marco general del Programa de Acción Forestal Tropical (orientado en favor de la industria), sería como "tener que volver a empezar desde cero", es inteligible sólo bajo la suposición de que los opositores al plan están tan desprovistos de poder, que apoyar sus propios movimientos ambientales sería llegar a un callejón sin salida (Sargent 1990). De modo similar, la insistencia de un dirigente de la Audubon Society, sobre que "los conservacionistas simplemente deben aprender a trabajar con la industria", resulta plausible sólo si se excluye desde el principio la posibilidad de que sea posible influenciar el juego del poder establecido, ya sea no jugándolo como jugándolo (PRW 1.95, Ferguson 1994, Scott 1990). La noción de que sólo es posible "asegurar" prácticas ambientales correctas o los derechos de las comunidades locales, apelando a los gobiernos o a las Naciones Unidas, está basada en la misma dicotomía ilusoria entre el poder oficial y la impotencia vernácula, al igual que la ampliamente difundida noción de que la única forma de encarar un efectivo "control de daños", consiste en participar en actividades dominadas por los estados, las organizaciones internacionales y las empresas. En realidad, probablemente no resulte exagerado decir que la visión de tener/no tener poder y conocimiento están en la base de un conjunto de falsos clichés acerca del cambio social. Entre estos se incluye el cliché de que los activistas deben escoger entre, por un lado, actuar de acuerdo con los principios y ser impotentes y por otro lado, hacer compromisos y ser efectivos; entre tener "las manos limpias y vivir en una torre de marfil" y "tener las manos sucias y vivir en el mundo real"; entre ser "idealistas" que no hacen compromisos, pero que no tienen poder y ser "realistas", que hacen compromisos pero son influyentes. Sólo a partir de la extraña suposición de que la gente común no está involucrada en política de poder y que no se ensucia las manos con compromisos, pueden tales ideas tener andamiento. Sólo a partir de la suposición de que no existen movimientos de base efectivos, podría verse a la alternativa de "trabajar con la industria" como "vivir en una torre de marfil con sus principios por sola compañía". Y sólo a partir de la suposición de que los gobiernos o las organizaciones internacionales son máquinas poderosas pero neutrales, que esperan ser programadas por los expertos, pueden dichos expertos permitir que se les divida tan fácilmente de sus potenciales aliados a nivel de base. Tan seductora es la imagen de que el poder es algo que el estado, las organizaciones internacionales y la industria "tienen", mientras que otros "no tienen", que a menudo impide que la evidencia del poder de las bases sea incluso vislumbrada. ¿Se ha cancelado un proyecto de plantación en un país del Sur? ¿Se ha impuesto la prohibición de la tala de bosques? ¿Ha mejorado su tratamiento de efluentes una planta de pulpa? La presunción natural de muchos expertos, es que tales cosas no pueden haber ocurrido como resultado de la resistencia popular. Tiene que haber otra explicación. Algún ambientalista occidental se debe haber reunido discretamente con los responsables, para señalarles el error de sus procedimientos. O quizá se llegó a un acuerdo secreto, en los niveles superiores de gobierno, para obtener troncos en algún otro país. O quizá algún grupo de pensadores dio a publicidad un nuevo análisis de costo-beneficio, o propuso un nuevo sistema de contabilidad de los recursos naturales. Resulta así difícil para muchos expertos reconocer, incluso en principio, ejemplos antagónicos a su presunción de que existe un sólo lenguaje del poder, hablado por ellos mismos, las empresas y el estado. Si bien esta presunción resulta halagadora para los sentimientos de autoestima de los profesionales y ayuda a las instituciones expertas a asegurar su financiamiento, lo cierto es que fortalece aún más el desprecio por el público. Irónicamente, esta visión del poder, de tenerlo/no tenerlo, considerada tan "realista" por sus acólitos, nunca ha sido compartida por las propias empresas y gobiernos (por lo menos las/los que han perdurado), aunque a menudo, en aras de la defensa de sus intereses, se publicitan como haciéndolo. Tal como se comprueba en casi todos los capítulos de este libro, cuando la industria plantadora, de la pulpa y el papel se dirige a sí misma, o maniobra para ganar la "libertad de plantar", o desarrolla estrategias con especialistas en relaciones públicas, revela una persistente y pragmática preocupación hacia la resistencia de las bases y las opiniones del común de la gente. Si bien la industria también se preocupa por ganarse al medio de prensa, al funcionario oficial, al profesor universitario y a la ONG profesionalizada, nunca está lejos de su mente colectiva el temor a la multitud airada, que puede ser tan tonta o desobediente como para no escuchar a estas luminarias. Como siempre, los autodesignados "realistas", ansiosos de "decirle la verdad al poder", resultan ser básicamente las víctimas de sus propias ingenuas y autoagrandadas fantasías, alentados por los genuinos realistas de los mundos empresarial y gubernamental quienes, en contraste, son siempre conscientes de que deben actuar en un marco de oposición constante. Cuanto más son neutralizados de esta forma los potenciales profesionales críticos de las plantaciones, más fácilmente se pueden evitar las alianzas políticas efectivas entre los expertos y los movimientos de base. Historias para el público no informado La mayor parte de la propaganda de la industria plantadora es diseminada como parte de la estrategia general de dividir y conquistar para manejar la oposición difícil. Esta propaganda rara vez busca convencer a los críticos, que ya poseen un buen conocimiento de las condiciones locales en la plantación, o de las maniobras de la industria; como indican Fernández Carro y Wilson, es poco probable que estos críticos sean susceptibles a la misma. La propaganda de la industria tiende más bien a dirigirse a los consumidores, los funcionarios gubernamentales y los ambientalistas, cuya vida diaria no resulta afectada por las operaciones de producción y que tienen poco tiempo para ponerse al corriente de los temas técnicos. Por consiguiente, generalmente se la despliega a través de los canales que mejor pueden llegar a estos grupos: debates públicos, columnas periodísticas y negociaciones gubernamentales. El propósito permanente es el de evitar que los críticos con algún conocimiento de las acciones de la industria, encuentren apoyo de aliados potenciales en otros círculos. Entre los "mensajes" compactos que la industria plantadora, de la pulpa y del papel han diseminado con ese propósito se encuentran los siguientes: Las plantaciones para pulpa pueden "quitar parte de la presión" sobre los bosques nativos del mundo (Bazett 1993: 100). Se dice que sin el establecimiento de grandes plantaciones en el Sur y con el continuo aumento de la demanda, tanto los bosques locales como los más distantes, como los de Siberia, se volverán económicamente más atractivos para la industria de la pulpa; pero pueden ser salvados por las plantaciones. Este "mensaje" presenta un atractivo teórico que puede convencer a los grupos del Norte, que no están directamente al tanto con lo que sucede a nivel de campo, pero debe ser usado con cuidado en otros ambientes. Por un lado (como se mostrará en detalle en los estudios de caso de la segunda parte), porque por razones históricas, técnicas, económicas y políticas, las plantaciones y la creciente corta de bosques nativos a menudo van de la mano. La corta de bosques nativos con frecuencia provee el necesario financiamiento para el establecimiento de plantaciones industriales o se justifica por las mismas. En Chile, por ejemplo, muchas plantaciones están siendo establecidas a partir de la corta de bosques nativos, que sin ellas podrían haber sobrevivido; tal como es admitido por una fuente industrial, la súbita expansión de las exportaciones de astillas de madera ha "ejercido presión sobre los bosques nativos, incluso a pesar de que la industria de la pulpa y el papel utiliza sólo madera proveniente de plantaciones" [sic]. En Argentina, una empresa con sede en el Reino Unido planeaba embarcarse en un proyecto integrado para cortar un área de 50.000 hectáreas de bosque, conteniendo quebracho (Schinopsis lorentzii) y algarrobo (Prosopis spp.) en Santiago del Estero y luego reemplazarlo con eucaliptos, hasta que los ambientalistas se enteraron del proyecto. En Brasil, asesorada por Jaakko Pöyry, Veracruz Florestal ha destruido bosques nativos de la Mata Atlantica en Bahia para plantar eucaliptos. En las provincias tailandesas de Nakorn Ratchasima y Chachoengsao, al igual que en Malasia, Kalimantan y Sumatra, la tala de bosques y las plantaciones han ido de la mano. En Indonesia, muchas plantaciones son subsidiadas a través de ingresos provenientes de la corta de bosques, reciclados a través del estado. Por otro lado, el establecimiento de plantaciones en áreas ya deforestadas, tiende a inducir a los habitantes a establecerse en otros bosques (tal como ha sucedido en Tailandia), resultando así en una deforestación a distancia y a veces incluso dando lugar a una reacción en cadena de mayor empobrecimiento y destrucción de bosques (ver segunda parte). Finalmente, las plantaciones para pulpa no están destinadas a abastecer a la industria con troncos para aserrado ni para debobinado, por lo que no pueden modificar los motivos más importantes para la corta de bosques tropicales, particularmente en el sudeste asiático y en el Pacífico sur. Las plantaciones para pulpa pueden incrementar la cubierta forestal a nivel global. La lógica de la industria dice que "los árboles son buenos". "Necesitamos más, no menos, árboles". Este "mensaje" engañoso es también plausible, pero no debe ser utilizado con audiencias que saben que el establecimiento de extensos monocultivos para pulpa es, como se planteó en el párrafo anterior, simplemente la continuación de la deforestación por otros medios. Tampoco debe ser usada con audiencias conscientes de la importancia de la distinción entre la simple cubierta forestal y los bosques. Los árboles exóticos y homogéneos de una plantación industrial, no pueden de ninguna manera ejercer las mismas funciones ambientales de los árboles de un bosque, que interactúan con los suelos, el ciclo hidrológico, la fauna, otros vegetales y los ecosistemas externos, de forma tal que aseguran el potencial de regeneración de cada uno. La propia industria muestra la falsedad de tal argumento, puesto que, si por un lado fomenta la confusión entre lo que son bosques y lo que son plantaciones entre audiencias poco informadas, por otro lado está igualmente dispuesta a rechazar tal confusión con audiencias más sofisticadas. Con estas últimas, la industria insiste en que las plantaciones para pulpa no deben ser juzgadas como bosques, sino como cultivos agrícolas (Aracruz Celulose 1996) y pregunta a sus opositores por qué no condenan con el mismo fervor a los cultivos de maíz. Al tener que apelar a audiencias con distintos niveles de comprensión, la industria debe tratar de ganar en ambos terrenos. El crecimiento indefinido de la demanda de papel es, o bien inevitable o bien deseable o ambos. Esta presunción es una parte tan fundamental de la ideología contemporánea del crecimiento económico, que rara vez se la expresa explícitamente y aún menos se la discute. Su cuestionamiento ante una audiencia empresarial, tiende a provocar o bien el silencio o la respuesta "Usted quiere volver a la Edad de Piedra" y es reforzada en otros escenarios por la reiterada y acrítica referencia a, por ejemplo, las proyecciones de la FAO sobre el crecimiento de la demanda. Esta presunción, unida a la idea de que resulta indeseable continuar la explotación de los bosques primarios, lleva naturalmente a la conclusión de que las plantaciones deben ser expandidas y que los efectos secundarios, por más lamentables que sean, son inevitables. La búsqueda de "alternativas" al presente modelo de producción de pulpa y papel, en vez de enfocarse hacia temas sociales, tales como la creación de demanda o sobre si resulta deseable continuar con ciertos usos superfluos de papel, se limita así a la búsqueda de "alternativas técnicas para incrementar la producción". Para responder adecuadamente a esta ideología, resulta nuevamente útil recurrir a las palabras del ex experto forestal de la FAO Jack Westoby: "¿Podemos estar seguros de que es de interés público que la industria de la pulpa y el papel sea una industria en crecimiento? . . . Me fastidia tener que andar con un kilo de periódico, cuando lo único que quiero es un gramo de noticias. También me fastidia el tiempo que me lleva transferir todas las semanas 50 o 60 circulares no solicitadas, de mi buzón al tarro de basura. . . . Mi presión arterial se eleva cada vez que compro un paquete en el supermercado y descubro, al llegar a casa, que me lleva por lo menos diez minutos y bastante habilidad conseguir penetrarlo para llegar al contenido. El hecho es que la industria de la pulpa y el papel produce una gran cantidad de cosas que no quiero, que nunca pedí, pero que estoy obligado a tenerlas y también obligado a pagarlas directa o indirectamente. Como individuo, resiento todas estas cosas. Como miembro de la comunidad, me parece irracional". Westoby agrega que si un país "se establece como objetivo un nivel futuro de PBI per capita y asume que ello implica un determinado número de kilos per capita de papel y cartón . . . entonces están planteando mal las cosas". Tratar tales cifras como verdades absolutas, es como si se proyectaran en forma lineal las recientes tendencias de consumo de heroína en los Estados Unidos, lo cual lleva rápidamente a la conclusión de que "para el año 2020, cada hombre, mujer y niño norteamericano será un drogadicto" (Westoby 1987). La demanda de papel no proviene de grupos, clases o sociedades específicos, sino más bien "del globo" o de "la nación" como un todo. Esta noción es rara vez explicitada, pero resulta natural para muchos participantes del debate sobre las plantaciones. Para las empresas forestales que apuntan a expandirse en el Sur resulta útil, ya que ayuda a desdibujar lo que señala el sentido común, en cuanto a que una enorme demanda en, por ejemplo, Japón o los Estados Unidos, no justifica necesariamente la expansión de las plantaciones en el sudeste asiático. De esta forma, un ejecutivo de Jaakko Pöyry, argumentando en favor de un plan para la promoción de plantaciones en Tailandia, puede referirse reiteradamente a la necesidad de "abastecer la demanda", pero sin especificar a cual demanda se refiere (Kdrkkdinen 1994). Por otros lado, para los economistas académicos, estadígrafos de las Naciones Unidas e investigadores en organizaciones tales como el World Resources Institute o WorldWatch, el tratamiento de la "demanda" como global, es a veces simplemente una conveniencia analítica, en una época en la que el mercado del papel se ha expandido a todo el planeta. Cualquiera sea la intención con la que es utilizada, sin embargo, la construcción de la categoría de "demanda global" tiene una serie de efectos prácticos profundos. Al sugerir que existe un tipo de demanda que, siendo "global", asume preponderancia sobre las reivindicaciones meramente "locales" sobre la tierra y el agua, la idea ayuda a justificar la ubicación de las plantaciones en cualquier localización que la industria considere apropiada. De forma similar, eleva a los funcionarios de gobierno y a los empresarios, que se publicitan como buscando soluciones a la temática "global", a una posición moral superior. Se vuelve entonces lícito asignar a los derechos y estructuras sociales locales, la categoría de "huevos" que pueden ser "rotos" a fin de preparar la "tortilla" que satisface a una exaltada demanda "global", en torno a la cual deben ajustarse el manejo de los bosques nacionales y locales, las industrias forestales y las instituciones estatales. La noción de "demanda global", también autoriza la extracción de subsidios de los pobres, atravesando regiones y clases sociales, destinados a las iniciativas comerciales y de exportación, a la vez que grandes desalojos forzados; el desdén por las prácticas locales, el conocimiento local y la conservación local, que resultan de la centralización y el establecimiento de objetivos cuantitativos globales para el área de plantación. El insistir en que la demanda es variable entre países (ver Cuadro 2.4) y dentro de los países, ayuda a cuestionar tales prácticas. Las plantaciones para pulpa constituyen una forma de uso económicamente productivo de tierras desocupadas y degradadas, que de otra manera permanecerían sin ser utilizadas. Este "mensaje" es empleado en todo el Sur, tanto por la industria como por los gobiernos. El mismo puede resultar efectivo con ambientalistas que no estén al tanto del modo de pensar y de actuar de la industria a nivel de base, pero tiende a caer en el vacío con quienes conocen los hechos en el propio campo. Tal como lo han señalado el Banco Asiático de Desarrollo, un investigador internacional de la empresa Shell y la propia Shell (Tailandia), la industria no está particularmente interesada en los suelos degradados. Lo que necesita para lograr competitividad, son más bien extensiones contiguas de "tierra adecuada para lograr tasas de crecimiento biológico superior para aquellas especies requeridas por el mercado", a la vez que "disponibilidad de agua durante todo el año" y fácil acceso a industrias procesadoras o puertos; un ejemplo de ello fue el malogrado proyecto de la propia Shell en un área con buena disponibilidad de agua (con 1800-2000 mm de precipitación anual) y suelos relativamente fértiles dedicados a la fruticultura en Chanthaburi, Tailandia oriental (Bazett 1993, Apichai 1992). En la India, la industria se ha negado permanentemente a tomar tierras degradadas que se le ofrecen para su uso, prefiriendo las tierras de buena calidad, de las que dependen los pobres para su sobrevivencia (DTE [Delhi] 31.8.1995, Guha 1988). En muchos países también son atractivas las tierras densamente forestadas (ver capítulos 7, 8 y 11). Como declaró con total franqueza un ejecutivo de Indah Kiat: "Básicamente estamos a la búsqueda de bosques que puedan ser cortadas y reemplazados con eucaliptos y acacias" (citado en Marchak 1992). De acuerdo con lo declarado por el Banco Asiático de Desarrollo para Indonesia, ". . . si bien no hay ninguna duda de que existe suficiente tierra forestal degradada y no productiva para destinar al área postulada, hay pocas pruebas de que se encuentra en localizaciones adecuadas y hay muchas posibilidades de que se ejerzan presiones para que se liberen bosques productivos para ser cortados a talarrasa y replantados con especies exóticas de rápido crecimiento, para satisfacer las necesidades percibidas de las propuestas de instalación de plantas para pulpa. Incluso en los lugares en los que existe suficiente tierra degradada, es factible que el uso de bosques de producción de alta calidad muestre tasas de retorno más atractivas y una mayor certeza en cuanto a su viabilidad financiera que sucesivas rotaciones de especies de rápido crecimiento en ubicaciones difíciles y empobrecidas" (ADB 1993). Lo anterior es confirmado por Philip M. Fearnside (1993), uno de los principales expertos sobre los bosques brasileños, quien señala que: "Los proyectos de plantación en suelos degradados son menos atractivos que aquellos que implican la corta de bosques, puesto que no hay madera gratuita del bosque nativo y el suelo degradado conlleva crecimientos menores de los árboles plantados. Esto es muy importante para empresas que pudieran querer plantar árboles, puesto que los retornos financieros de las plantaciones son muy sensibles a la tasa de crecimiento de los árboles. Dado que cuesta aproximadamente lo mismo plantar árboles en un sitio de suelos pobres que en un sitio con buenos suelos y que la mayor parte de los costos están en . . . la plantación, la cosecha y el mantenimiento de los árboles durante la primera parte de su ciclo de crecimiento, la rentabilidad cambia mucho más que los cambios en la tasa de crecimiento. Si los árboles crecen un 10% más rápido, los beneficios pueden ser, por ejemplo, un 50% mayores". También a menudo los agricultores individuales terminan plantando eucaliptos en tierras altamente productivas, cuando el mercado para otras producciones de renta cae y cuando hay poca mano de obra, como sucedió en la India en Uttar Pradesh occidental, Haryana, Punjab y el sur de Gujarat (Saxena 1992a). Finalmente, es necesario recordar que lo que se contabiliza como tierras "degradadas" o "no utilizadas", depende enteramente de quién está hablando. Por ejemplo, tierra identificada en Sistemas de Información Geográfica oficiales como "marginal" o "desocupada", puede de hecho estar siendo utilizada por las poblaciones locales como bosques comunales, pasturas o barbecho para agricultura rotativa. La expansión de las plantaciones ayuda a que los países subdesarrollados se vuelvan "autosuficientes" en papel. Este "mensaje" ha sido ocasionalmente utilizado, por ejemplo, por ejecutivos de la industria para intentar justificar el desarrollo de las plantaciones ante audiencias preocupadas por los temas sociales (Kdrkkdinen 1994, RFD 1993). Sin embargo, es poco probable que resulte exitoso con audiencias conscientes de los reales imperativos económicos y políticos que impulsan el crecimiento de las plantaciones en el Sur. Tales audiencias estarán al tanto, por ejemplo, que las plantaciones o la capacidad de producción de pulpa en Brasil, Chile, Congo, Swazilandia e Indonesia apuntan fundamentalmente a la exportación; que Tailandia ya es, en términos agregados, autosuficiente en papel y que en aquellos sectores en los que no lo es, las nuevas plantaciones tailandesas no ayudarán a lograrlo; y que la autosuficiencia nominal cuenta poco en el marco de las políticas liberales en materia de comercio impulsadas por la propia industria, que empujará la importación de pulpa y papel en cualquier país que no los produzca en forma más barata. Argumentar contra el desarrollo a gran escala de las plantaciones para pulpa implica negar a los escolares del Tercer Mundo los libros que necesitan, o declarar que sólo los ciudadanos del Norte tienen derecho a leche en envases de cartón. Este mensaje sentimental, al ser lanzado por ejecutivos de la industria en foros públicos, aspira cínicamente a beneficiarse de la ignorancia del público. Como la industria sabe quizá mejor que nadie, las nuevas plantaciones se establecen principalmente para alimentar crecimientos en el consumo de sectores industriales y de elite altamente consumidores (en particular para rubros tales como publicidad y empaquetado para exportación y supermercado) y no responde efectivamente al clamor de los oprimidos por educación, alimentos y necesidades básicas (ver capítulo 3). El mensaje también escabulle en silencio, la cuestión de cuál sería el resultado de negociaciones potenciales entre los oprimidos que se resisten al establecimiento de plantaciones en torno a sus hogares y aquellos otros, oprimidos o no, que desean utilizar papel derivado de dichas plantaciones. ¿Por qué, después de todo, debe tomarse como una conclusión inevitable, que los consumidores de papel no cambiarían sus expectativas si tuvieran la oportunidad de entrar en un diálogo con los afectados por las plantaciones que las alimentan? Sin embargo, el mensaje a menudo influye poderosamente a actores externos con preocupaciones sociales, poco conocedores sobre la estructura de la demanda de papel, o sobre la forma antidemocrática en la que es fabricado. Por ejemplo, el director ejecutivo de una prominente ONG del Norte recientemente comentó, haciéndose eco de la ideología económica predominante, que el analizar críticamente la demanda de papel, implicaría imponer a las personas comunes cuáles deberían ser sus necesidades y preferencias (Sandbrook 1995). Los monocultivos de árboles de rápido crecimiento son hasta diez veces más productivos que los bosques naturales. En un sentido de la palabra "productivo" (productivo en materia de árboles con valor de mercado como madera para pulpa durante al menos dos o tres ciclos de crecimiento), este "mensaje" es cierto. Sin embargo, en otros sentidos de "productivo", como por ejemplo, "productivo de otros árboles, de animales, vegetales, frutas, hongos, forraje, abonos, capacidad de retención de agua y medicinas y de agricultura mejorada en campos aledaños, evidentemente no lo es. Por consiguiente, este "mensaje" no puede tomarse en cuenta en favor de las plantaciones, a menos que sea acompañado por una explicación de por qué el primer significado de "productivo" deber ser privilegiado sobre otros. Para ser democrática, esta discusión debería incluir a las personas afectadas expresándose en su propia forma. Sin embargo, al ser usada por los industriales, forestales públicos y algunos economistas, la afirmación de que las plantaciones son "productivas", es a menudo utilizada en un contexto en el que son ignorados o suprimidos otros significados de "productivo" y son excluidos de la discusión aquellos que podrían articularlos. En tales contextos, la afirmación es engañosa y la discusión sesgada. Las plantaciones de árboles de rápido crecimiento pueden ayudar a mitigar el calentamiento global del planeta. Esta noción ha demostrado ser extremadamente atractiva para las elites del Norte, que no están dispuestas a limitar sus emisiones de combustibles fósiles, poco inclinadas a dominar las complejidades de mejorar la eficiencia en el uso de la energía y que confían en la habilidad de sus empresas para implementar plantaciones a gran escala en cualquier contexto político del mundo. Ya ha legitimado plantaciones ambientalmente perjudiciales en Guatemala, Ecuador, Bolivia, Perú, Costa Rica, Brasil y Malasia, la mayoría de las cuales apuntan a "compensar" emisiones de dióxido de carbono de las industrias del Norte. Se han presentado varias propuestas al Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF), para establecer plantaciones para fijar carbono en Africa, cofinanciadas por empresas de electricidad del Norte (Fearnside 1993). Algunos ambientalistas de países industrializados, como Norman Myers, han incluso realizado públicamente la absurda afirmación de que las plantaciones a gran escala son el principal camino para ganar tiempo hasta tanto se reduzcan las emisiones de CO2 (Myers 1990). La Declaración de Noordwijk, firmada en 1989 por 63 países, reforzó esta noción alocada, haciendo un llamamiento para incrementar el ritmo de plantación de árboles a 12 millones de hectáreas anuales para el año 2000, como una respuesta al calentamiento global. Las empresas, así como las agencias multilaterales y bilaterales, han aprendido a referirse a los "beneficios contra el calentamiento global", para intentar justificar proyectos de plantación que apoyan por otras razones. Por ejemplo, un informe reciente auspiciado por la Fundación para la Investigación de la Contaminación Aérea e Hídrica de la Industria Forestal Sueca, halló que los "bosques suecos fijan gases de invernadero", incluso tomándose en cuenta los efectos de la utilización de materia prima de esos "bosques" para la producción de pulpa, papel y madera (comunicado de prensa de Skogsindustrierna, 29.4.94). Sin embargo, tales argumentos no son muy efectivos como justificación para plantaciones industriales ante audiencias conscientes de que en cualquier régimen económico y político en el que se puedan eventualmente establecer estas extensas plantaciones de rápido crecimiento, resultará mucho más probable que las mismas serán más una causa de calentamiento global que una solución al mismo. Estas audiencias serán conscientes, por ejemplo, del poderoso y difícil de cuantificar rol que juegan las plantaciones en la aceleración de la deforestación, ya sea a través de la invasión directa a los bosques o a través de los resultados derivados del desplazamiento y la pérdida de conocimiento de la población local (ver capítulos 7, 8, 11 y 12). También señalarán que la masa máxima de carbón contenida en una plantación, es mucho menor que la de un bosque tropical natural. Por ejemplo, como se señala en el capítulo 7, la biomasa aérea de plantaciones de Gmelina listas para su cosecha en Jari, Brasil, era sólo un cuarto de la existente en el bosque nativo que habían reemplazado (Russel 1983), lo cual prueba lo disparatado de las afirmaciones oficiales de que las plantaciones habían ayudado a aliviar el calentamiento global. También es poco probable que el "mensaje" sobre los supuestos beneficios de las plantaciones respecto del calentamiento global, pueda hacer mella con públicos que saben que las plantaciones sólo son capaces de secuestrar carbón en forma temporaria. Hasta los productos de madera más duraderos, en general no son capaces de mantener el carbón fuera de la atmósfera por más de unas pocas décadas, en tanto que el papel producido a partir de las plantaciones, bien puede haberse oxidado unos meses después de la cosecha. Pero incluso si se pudiera diseñar las plantaciones de forma tal, que resultaran en una secuestro neto de carbono, e incluso si fuesen capaces de secuestrarlo por un período significativo de tiempo, la mera escala de las plantaciones que se requerirían, volvería la idea política y técnicamente inviable. De acuerdo con una estimación, la reducción del nivel de CO2 atmosférico a niveles preindustriales, requeriría una plantación capaz de producir anualmente muchas veces la demanda estimada global de madera (Grainger 1990), o una granja forestal unas 15-20 veces el tamaño de Gran Bretaña. El hecho de que las tasas de crecimiento en plantaciones a gran escala, son siempre mucho menores a las de los ensayos piloto, sugiere que incluso esta estimación puede resultar demasiado baja. El proponer que las plantaciones industriales constituyen una respuesta útil al calentamiento global demuestra, en resumen, falta de visión, en particular dada la cantidad de enfoques más viables al problema que se encuentran disponibles, incluyendo la reducción en el uso de combustibles fósiles y el mejoramiento sin costo en la eficiencia energética (Rocky Mountain Institute 1990). Como incluso lo señala Philip Fearnside (1993), quien tiene cierta simpatía por la idea de las plantaciones como parte de una solución al calentamiento global, "las plantaciones son una forma mucho menos eficiente en materia de costos para limitar las emisiones netas de gases de invernadero, que la reducción de la deforestación tropical, a la vez que genera menos beneficios en áreas distintas a la de la reducción del calentamiento global". Finalmente, el intento de justificar extensas plantaciones en el Sur, sobre la base de que servirán para mitigar el calentamiento global, resultará particularmente poco efectivo con audiencias que cuestionan la razón por la cual el Sur (o, similarmente, las regiones rurales pobres del Norte), debería proveer siempre crecientes sumideros de carbono para las emisiones infinitamente crecientes de dióxido de carbono de las regiones industrializadas (Barnett 1992, Sargent & Bass 1992, Shell/WWF 1993). Cualquier enfoque histórica y científicamente bien informado del tema, deberá reconocer que el calentamiento global se debe en primer lugar a las actividades industriales del Norte y que es allí donde debe radicar el grueso de los principales cambios requeridos para su mitigación. Quizá valga la pena añadir que, si bien la prohibición de la cosecha de las plantaciones podría ser temporariamente útil para mitigar el calentamiento global, no es éste el tipo de plantaciones promovidas por la industria de la pulpa y el papel. En todo caso, tales plantaciones dejarían eventualmente de ser sumideros de carbono, logrando un cierto equilibrio de carbono con la atmósfera. Enfrentados a tales consideraciones, algunos científicos han propuesto hundir profundamente bajo los sedimentos del océano enormes masas de troncos luego de su cosecha, secuestrando así en forma permanente el carbono contenido en los mismos y luego replantar el terreno en que habían crecido, estableciendo un sumidero perpetuo de carbono. Aunque la elaboración de tales tecnofantasías indudablemente promete años de diversión para los inventores, resulta poco probable que atraiga a la industria de la pulpa y el papel, que desearía utilizar los escasos suelos aptos para plantaciones para otros propósitos muy distintos. Las plantaciones generan beneficios para la economía local y nacional. Este mensaje, frecuentemente utilizado por gobiernos ansiosos de atraer inversiones para plantaciones, es muy efectivo con audiencias desconocedoras de los enormes subsidios canalizados a la industria, mencionados en el capítulo 5. Resultaría de poca utilidad, por ejemplo, con una audiencia uruguaya consciente de que en ese país los subsidios del gobierno devuelven alrededor de la mitad del costo de plantación, que sin ellos sería comercialmente inviable. Las plantaciones generan empleos, tanto directa como indirectamente (a través del transporte, las industrias de la pulpa y el papel y el comercio). Este es también un argumento típico entre los gobiernos que promueven las plantaciones, aunque en la actualidad es menos usado que antes por la industria y sus consultores (Shell/WWF 1993). Como se muestra en el capítulo 4, esta afirmación es falsa. Las grandes plantaciones generan empleos directos fundamentalmente en las etapas de plantación y de cosecha. En particular, en Asia tienden simultáneamente a privar a los previos ocupantes de la tierra de sus anteriores ocupaciones, por lo que incluso la tendencia del empleo neto puede incluso ser negativa hasta en esta etapa. Luego de la plantación, el empleo cae en forma sustancial. La creciente mecanización está reduciendo aún más los empleos al momento de la cosecha. En términos generales, las plantaciones generan mucho menos empleo que la agricultura y el balance sólo pasa a ser positivo en áreas poco pobladas dedicadas a la ganadería extensiva. En cuanto al empleo industrial, las plantaciones no siempre dan lugar a la creación de industrias locales, dado que en muchos casos la producción apunta a la exportación directa de troncos sin procesar. Incluso cuando se establecen industrias de pulpa y papel, su alto grado de mecanización implica, como se señala en el capítulo 2, la creación de pocos puestos de trabajo. Las modernas plantaciones para pulpa constituyen un ejemplo de la Revolución Verde del sector forestal, que pone la ciencia y la tecnología al servicio del objetivo de lograr una mejor vida para un mayor número de personas. Este argumento, que ha sido esgrimido por algunos técnicos de las empresas, puede resultar más atractivo para editorialistas de publicaciones como The Economist, que para muchos de quienes recibieron los golpes de la Revolución Verde original. Por sobre todo, la Revolución Verde resultó un éxito para las empresas, en particular del Norte, que se beneficiaron de la venta de semillas, fertilizantes, pesticidas, tractores, etc., pero fue devastadora para muchos ecosistemas y sociedades (George 1988, Shiva 1990). En algunos sentidos, los efectos del auge de las plantaciones prometen ser aún más sesgados que los de la Revolución Verde, en el sentido de que está orientada aún más estrechamente hacia la promoción de exportaciones de una materia prima barata (en este caso, madera) a costa de la gente local y de su tierra. El "manejo científico" que se publicita como una ventaja de las plantaciones, en realidad consiste en la habilidad de producir plantas y madera en el menor tiempo y al menor costo posible, en tanto que los impactos sociales y ambientales tienden a ser externalizados. El paso crucial requerido para hacer que las plantaciones sean "sustentables", radica en la aprobación de pautas al respecto; si todas las partes involucradas aceptan estos principios, sería posible evitar los abusos a través de unos pocos ajustes a los sistemas de producción. Esta sutil presunción está implícita, por ejemplo, en las pautas formuladas por Shell/WWF, la Organización Internacional para el Comercio de Maderas (ITTO), la Mesa Redonda Canadiense de la Pulpa y el Papel, la División Neozelandesa de Asistencia al Desarrollo y el Consejo de Manejo Forestal (Forest Stewardship Council), al igual que en todos los esquemas de certificación ecológica (Shell/WWF 1993, Clark 1994, IIED 1995). También es fácilmente aceptada por una amplia variedad de académicos, científicos, tecnócratas, ejecutivos de relaciones públicas y ambientalistas del Norte cuya historia, instituciones y trabajo les dan los incentivos para creer que si la teoría, los objetivos o las medidas legales adecuadas pueden ser formulados "correctamente", incluso por quienes viven lejos de las áreas de plantación, entonces resultará que las buenas prácticas, la correcta implementación y el cumplimiento de las disposiciones, se aplicarán con relativa facilidad a través de los esfuerzos de algunas existentes instituciones eficientes, desinteresadas y benevolentes. Tales personas, al ser interrogadas por opositores con experiencia sobre algunos de los desastrosos efectos que las plantaciones pueden acarrear en la práctica, a menudo consideran que es suficiente con simplemente eximirse de la responsabilidad argumentando, por ejemplo, "Pero eso no es la forma en que se supone que debe funcionar en teoría" o "Las agencias implementadoras no siguieron mis instrucciones". El determinar si las agencias implementadores o el propio sistema capitalista en el que trabajan tales ideólogos y científicos, tienen el interés o la capacidad de seguir dichas instrucciones, es frecuentemente considerado como algo "que no pertenece a mi departamento". En ese sentido, un ejecutivo británico de publicidad, recientemente acusado de hacer afirmaciones engañosas en favor del sector forestal indonesio en un aviso de televisión, replicó diciendo que lo que sucede en la práctica en Indonesia era irrelevante. Sostuvo que la evidencia de la deforestación generalizada practicada por la industria en Indonesia, no debería inhabilitar a los publicistas a decir que el uso de los bosques es allí sustentable, de la misma forma que la existencia de conductores alcoholizados en Gran Bretaña no debería ser motivo para impedir que nadie dijera que el conducir en estado de ebriedad no está allí permitido (Brooks 1994). Desde la misma óptica, Philip G. Adlard, del Instituto Forestal de Oxford, ha respondido a la defensiva, frente a casos documentados en los que la plantación de eucaliptos ha reducido la producción de alimentos, invocando un irrelevante cuento de hadas de mercados abstractos, actores económicos no coaccionados y una benevolente intervención estatal: "Si se permite que las fuerzas de mercado actúen libremente, esto resultaría en una suba en el precio de los alimentos básicos locales y en una inversión en la tendencia de plantar cultivos de árboles orientados a la obtención de ganancias monetarias, en lugar de los cultivos de alimentos requeridos por la comunidad local. El precio de mercado de los productos forestales (postes y madera para pulpa), también llevaría a restricciones en las áreas plantadas. . . El agricultor tiene el derecho a decidir si realiza un cultivo para renta y adquiere sus alimentos básicos, o si cultiva en parte o totalmente sus alimentos en detrimento de posibles beneficios monetarios. Si las fuerzas del mercado no resultan en un equilibrio, o si existen razones ecológicas probadas para no realizar un determinado cultivo, entonces el mejor incentivo para un uso adecuado de los suelos puede consistir en algún tipo de subsidio (Adlard 1993)". Parte de lo que hace que tales respuestas sean tan inadecuadas, radica en el hecho de que, incluso en el caso poco probable de que se pudieran formular principios de manejo de plantaciones que, en teoría, respetasen las demandas y los deseos de la gente de las áreas de plantación, tales principios por sí solos ejercerían poca influencia sobre los mecanismos económicos, políticos y sociales del capitalismo industrial contemporáneo. Inmediatamente surge un número enorme de dificultadas prácticas, todas las cuales, sin embargo, tienden a ser más familiares para los activistas en el terreno, que para los ambientalistas o tecnócratas de oficina o de ensayos. Un problema es que las instituciones implementadoras, controladoras o financiadoras no son nunca "neutrales" y tienden a ignorar o a reinterpretar los principios de manejo como mejor les parezca. Tampoco existen en el mundo real estructuras sociales igualitarias del tipo invocado por Adlard. En 1989-90, por ejemplo, Shell contrató al Instituto Internacional para el Ambiente y el Desarrollo (IIED) para formular recomendaciones de manejo para un proyecto de plantación en Tailandia, con el objetivo de asegurar que el proyecto fuera llevado a cabo de manera social y ambientalmente responsable. Sin embargo, como resultaba obvio para los observadores tailandeses desde un principio, nunca existió posibilidad alguna de que el plan de IIED, incluso aunque fuese formulado con la mejor voluntad del mundo por los expertos extranjeros responsables por el mismo, pudiera adaptarse a la realidad política y social de Tailandia de la manera que se lo publicitó, o incluso hacer más que reforzar a las fuerzas represivas, al tiempo de brindar cobertura a la continuación de las mismas prácticas de siempre. Un ejecutivo de Shell (Tailandia), a quien se encomendó la implementación del proyecto, resumió inadvertidamente el problema al afirmar francamente que la compañía seguiría aquellas recomendaciones que fueran "compatibles con los beneficios". De manera similar, los controles ambientales recomendados por los consultores del gobierno de Papua Nueva Guinea, para la corta de madera para pulpa por parte de empresas japonesas en el valle Gogol, que incluían restricciones sobre la extensión de las áreas de corta a talarrasa y medidas para alternar áreas de talarrasa con áreas ligeramente raleadas, nunca fueron implementados (Lamb 1990). En un caso paralelo, la Política Forestal de Jaakko Pöyry, que explícitamente compromete a la compañía a mantener la diversidad de especies y donde se recomienda que "toda área de bosque natural que contenga ecosistemas únicos intocados sea destinada a la conservación, aún si ha sido asignada a la forestación industrial", no ha impedido que la firma se involucrara en, por ejemplo, varios proyectos enormes en Indonesia, explícitamente diseñados para comenzar extrayendo una serie de maderas tropicales de los bosques nativos (Pöyry s.f.e.). También ha sido exhaustivamente documentada la inhabilidad estructural de la banca multilateral de desarrollo para atenerse a sus propios lineamientos (Rich 1994, Ferguson 1990). Un segundo problema, igualmente importante dentro del enfoque de promover pautas para plantaciones como solución a los problemas de las plantaciones, sin investigar el contexto político en el que están inmersas, se relaciona con la información y el monitoreo. Para mostrar un caso indicativo, tenemos el ejemplo de B&Q, una gran tienda británica de bricolaje que, sometida a intensas presiones por parte de los ambientalistas debido a sus ventas de maderas tropicales, decidió tomar personal para controlar que sus fuentes de abastecimiento de madera cumplieran con rigurosos estándares de "sustentabilidad". Sin embargo, en el contexto de un muy extendido sistema comercial global, con muchas transacciones intrincadas y difíciles de ubicar a larga distancia entre distintos actores, muchos de los cuales tienen algún interés personal en disimular o tergiversar los hechos, en la práctica se ha demostrado extremadamente difícil garantizar un certificado de "sustentable" para muchos productos de madera, independientemente de cuan bien formulados estén los estándares (Cox 1993). Más importante aún, cualquier equipo de técnicos enviados a certificar que las operaciones de plantación en el Sur están cumpliendo con determinados principios de manejo, debido a que probablemente esté compuesto por profesionales de una cierta clase y antecedentes, se comunicará mucho más fácil y confortablemente con el personal de las empresas o del estado que con los pobladores rurales afectados y el comprender las observaciones de estos últimos le podría requerir meses o años de inmersión cultural en el medio. Tales expertos pueden incluso no encontrar tiempo para reunirse brevemente con la gente local que solicita la oportunidad de presentar información de vital importancia, como aconteció en 1989 en Sarawak, cuando el conocido ecologista y conservacionista Lord Cranbrook fue reclutado por la Organización Internacional de Comercio de Maderas (ITTO), para estudiar las prácticas de corta en Malasia. El informe que tales "certificadores" entregan luego de una breve visita, estará por lo tanto sesgado y pleno de vacíos de información. Por lo tanto, el participar acríticamente con la industria o con otros, en esfuerzos por formular principios o lineamientos para el manejo de las plantaciones, presenta el riesgo de simplemente ayudar a los esfuerzos empresariales para retrasar el cambio estructural, o de proveer una cobertura ideológica para la continuación de la depredación. Esto no implica negar que, en algunas oportunidades, la formulación de tales principios puede significar un paso adelante en una serie de acciones y argumentos que efectivamente cuestionen las prácticas de la industria. La formulación de principios por los que se prohibe que la madera proveniente de cualquier monocultivo industrial a gran escala de árboles exóticos, sea certificada como "producida en forma sustentable", podría formar parte de un programa realista para reducir los daños producidos por tales plantaciones. Tampoco es posible negar, que el ejercicio de formular tales principios puede ayudar a los grupos ambientalistas a aclarase a sí mismos sus propios puntos de vista. La pregunta sobre si la negociación sobre el contenido de tales principios es o no una pérdida de tiempo, es una cuestión empírica, a ser resuelta a través de un estudio concreto y quizá antropológico del contexto social y político (incluyendo el contexto de la estructura de la industria y la centralización económica), en el que tales principios se supone que van a ser aplicados. Para que tal estudio tenga sentido, debe ser llevado a cabo antes del inicio de las negociaciones sobre el contenido de los principios y no una vez que éstas se hayan concluido. Los "mensajes" y las presunciones descritos en esta sección, utilizados selectiva y astutamente, favorecen la globalización de la industria de la pulpa y el papel, pues ayudan a bloquear las alianzas entre los grupos de base, que luchan contra los monocultivos forestales para pulpa y los grupos ambientalistas de otras partes. Sin embargo, la inversa es también cierta. Es sólo el alcance global contemporáneo de la industria y el papel (su habilidad para explotar la distancia espacial y cultural entre los movimientos de base y la intelectualidad de otras partes), lo que le permite desplegar sus mensajes publicitarios (los árboles son buenos; se necesitan más y no menos árboles), para tratar de conseguir el apoyo a las plantaciones industriales de árboles entre las bases fundamentalmente urbanas y del Norte. Este apoyo es crucial, dado que un siempre creciente "libre mercado" de fibra de madera, pulpa y papel, sólo puede ser construido y coordinado si los subsidios dados a los consultores, expertos forestales, agencias de cooperación y organizaciones no gubernamentales para promover las plantaciones, pueden ser justificados ante un público más amplio y difuso. Sin embargo, el utilizar tales mensajes engañosos, es siempre apostar a que no serán desenmascarados. El que esta apuesta pueda o no tener éxito (que la industria de la pulpa y el papel logre su "libertad para plantar" a expensas de la gente directamente afectada), dependerá fundamentalmente de la habilidad de vinculación intercultural de los opositores a las plantaciones. Las perspectivas están lejos de ser desesperanzadoras. En un mundo donde abundan quienes creen que nadie puede detectar sus engaños, los dirigentes de la industria del papel, al afirmar que los monocultivos a gran escala para pulpa proporcionan beneficios ambientales sustentables, se destacan por la cortedad de las patas de sus mentiras. |
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