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Campaña Plantaciones
El
papel del Sur. Capítulo 8 Chile: un modelo de plantaciones impuesto por la dictadura El desarrollo forestal alcanzado en Chile suele publicitarse como un modelo exitoso (Lara 1992, Messner 1993), resultado de la aplicación de las políticas neoliberales. En Chile se han plantado más de 1,5 millones hectáreas de árboles, que fueron el punto de partida de un incremento notable de las exportaciones madereras, que se han ido diversificando hasta alcanzar más de 400 tipos de productos diferentes y ampliado sus mercados a 80 países (PPI 11.1993). Hoy Chile posee la mayor superficie plantada de Pinus radiata del mundo (Lara 1992). Sin embargo, el modelo forestal chileno ha resultado en una pérdida de la calidad de vida de la población de las zonas forestales y ha sido la causa de una importante degradación ambiental. Pese a su caracterización como "neoliberal", el modelo se ha basado en la participación directa y permanente del estado, tanto en la creación del recurso forestal, como en la infraestructura industrial y en el establecimiento de las "reglas de juego" favorables a los intereses de los grupos económicos más poderosos, tanto nacionales como extranjeros. Un poco de historia A la llegada del invasor español, gran parte del actual territorio chileno (en particular su mitad sur), estaba cubierto de magníficos bosques, habitados por comunidades indígenas que los utilizaban de manera sustentable. Como todo colonizador, el objetivo de los recién llegados se orientó a explotar los recursos locales, sojuzgando a las poblaciones locales. Cuando éstas se resistieron, se apeló a la violencia. La guerra fue larga y dura. Como los pueblos indígenas utilizaban el bosque como refugio para la defensa y el ataque contra el invasor, éste incendió intencionalmente amplias áreas de bosques, con el sólo objeto de evitar que sirviera de aliado de la población nativa (CODEFF 1992, Cruz & Rivera 1983). Una vez que los pueblos locales estuvieron dominados, los bosques sufrieron nuevos procesos de deterioro debido a su explotación comercial, proceso que continúa hasta el día de hoy. Por otro lado, la "civilización" requirió el desmonte de amplias áreas para destinarlas al pastoreo y a los cultivos agrícolas. En la región de Malleco, Arauco y Cautín, en 10 años se transformaron 300.000 hectáreas de bosques en campos de siembra y pastoreo. El cultivo principal fue el trigo, que en poco tiempo dio lugar a intensos procesos de erosión en gran parte de los suelos. En otras áreas, tales como Puerto Montt-Puerto Varas, se llegó incluso al absurdo de desmontar enormes extensiones de bosques para proyectos de colonización agrícola que nunca llegaron a realizarse (CODEFF 1992). Los nuevos agentes de destrucción Durante los últimos años, dos nuevos agentes de destrucción de bosques pasan al primer plano: la plantación de pinos (y más recientemente de eucaliptos) y la exportación de astillas destinadas a la producción de pulpa para papel. Uno de los principales argumentos que esgrimen los promotores de los cultivos forestales, es que, al abastecer parte de la demanda con madera de las plantaciones, se vuelve menos necesario cortar árboles de los bosques nativos. En el caso chileno, este argumento ha demostrado ser falso. De hecho, la plantación de pinos se ha convertido en un activo factor de degradación de los bosques nativos. En 1965, las 200.000 hectáreas de pino existentes, estaban proveyendo un sustitutivo a la materia prima industrial de bosques nativos (Cruz & Rivera 1983, Leyton 1986). Sin embargo, el proceso se revirtió a partir de 1974, cuando la nueva política forestal dio lugar a un proceso de sustitución del bosque nativo por plantaciones de pinos. Ya en 1983 se señalaba, que "la destrucción del bosque nativo chileno para ser reemplazado por plantaciones de pino insigne (Pinus radiata), constituye uno de los más graves y urgentes problemas de mal manejo y conservación de recursos naturales en Chile" (CODEFF 1983). En 1992, se estimaba que anualmente desaparecían 6.195 hectáreas de bosques debido a su sustitución por plantaciones (Chile. PAF 1992). A partir de 1986, se inicia un proceso acelerado de explotación de bosques nativos para la producción de chips (astillas), destinadas a la exportación (fundamentalmente hacia Japón), para la producción de pulpa de papel. Según estimaciones realizadas en 1992 por la organización no gubernamental CODEFF, sólo para las exportaciones de 1990 se habrían explotado unas 19.000 hectáreas de bosques que perdieron, en la mayoría de los casos, su potencial productivo y en muchos casos fueron luego reemplazados por plantaciones de eucaliptos. De acuerdo con los resultados de un estudio recientemente llevado a cabo por el Banco Central de Chile, se llega a la conclusión de que en los próximos 25-30 años, a lo sumo quedará para uso productivo la mitad de las estimadas siete millones de hectáreas actuales de bosque nativo (The Economist 3.2.1996) Las exportaciones de chips de maderas de bosques nativos pasaron de 13.900 toneladas en 1986 a 1.702.900 en 1991, constituyendo en ese año el 55% del total de astillas exportadas. El 45% restante provino de plantaciones de eucalipto (30%) y pino (15%). Las exportaciones de astillas de eucalipto han tenido un crecimiento enorme, desde cero en 1987 a 210.000 toneladas en 1988, 430.000 en 1989, 575.000 en 1990 y 920.000 en 1991 (CODEFF 1992). De acuerdo con la FAO (1994), el total de exportaciones de astillas, partículas y residuos de madera alcanzaron 3.796.000 toneladas en 1993. Dado que el 95% de dicha cantidad es exportado a Japón, no resulta sorprendente que Mitsubishi, (que a su vez es propietario de una subsidiaria denominada Astillas Exportaciones Ltda., la cual produce chips, tanto de bosque nativo como de plantaciones donde participa en "joint ventures"), sea el mayor exportador de astillas de madera. El origen de los monocultivos de pinos Pese a sus extensos bosques poblados de especies valiosas, el desarrollo forestal chileno se ha basado fundamentalmente en el monocultivo de un pino originario de los Estados Unidos (el Pinus radiata). La introducción de este árbol al país data de principios de este siglo, cuando se lo ensayó para su posible utilización en las construcciones de las minas de carbón en el sur de Chile. Si bien su madera no resultó apta para esos fines, su rápido crecimiento determinó el establecimiento de grandes plantaciones en la región a partir de 1930. Este proceso fue iniciado fundamentalmente por organismos de previsión social, que hicieron extensas plantaciones de pinos en terrenos de baja productividad agrícola-ganadera. Su ejemplo fue imitado por sociedades financieras vinculadas a empresas forestales, que obtuvieron fondos de sectores de capas medias, vendiéndoles pequeñas parcelas individuales de una hectárea de sus extensas plantaciones. A ellos se sumaron empresas industriales madereras, que buscaban asegurarse una fuente segura de abastecimiento de materia prima. Entre 1940 y 1959, el ritmo de plantación alcanzó las 10.000 hectáreas anuales y disminuyó a 6.000 hacia 1964 debido a las prácticas monopólicas de la industria papelera, cuyos bajos precios por la materia prima desalentaron a los productores (Leyton 1986). El modelo inicial A partir de 1965, el Estado comienza a tomar parte activa en el impulso a la actividad forestal, para lo cual se realiza una reestructura legal e institucional que crea las condiciones necesarias, tanto para la ampliación del área plantada como para la inversión industrial. Simultáneamente, el Estado se hace cargo de la provisión de plantas (producidas en viveros del estado), así como de la propia plantación, tanto en tierras públicas como privadas. Desde 1965 a 1973 (año del golpe militar contra el gobierno de Salvador Allende) se plantaron unas 300.000 hectáreas de pinos. Asimismo, el Estado participa directamente en la actividad industrial, con la construcción de una nueva planta de celulosa en Arauco (Celulosa Arauco) y el inicio de la construcción de otra en Constitución (CELCO). Arauco fue inicialmente un emprendimiento conjunto entre la Corporación para el Fomento de la Producción (CORFO), con un 80% de las acciones y la empresa estadounidense Parsons & Whittemore, con el 20%. En 1972 CORFO adquirió las acciones de Parsons & Whittemore y pasó a ser única propietaria de la empresa. A su vez, CELCO fue creada por CORFO a fines de los años 1960, con participación del Obispado de Talca (10% de las acciones) y del consorcio francés Creusot-Loire Enterprises (18%). El Obispado se retiró luego del proyecto, por considerar que la idea original había sido desvirtuada y en 1974 CORFO adquirió las acciones del consorcio francés, pasando así a ser la única propietaria de la empresa (Cruz & Rivera 1983). En esa etapa, las plantaciones constituyeron una contribución muy importante para el desarrollo rural, puesto que se puso particular atención en los productores pequeños y medianos, que reaccionaron muy positivamente a las iniciativas estatales en la materia. En contraste con las que se establecieron en etapas posteriores, las plantaciones anteriores al golpe de estado no ocupaban totalmente el predio, sino que se destinaban partes del mismo a cultivos y praderas y las plantaciones estaban en manos de numerosos propietarios pequeños y medianos, situación que se modifica sustancialmente pocos años más tarde. Las condiciones de trabajo fueron mejorando en los años anteriores al golpe, como resultado de un importante desarrollo de la organización sindical de los sectores rurales, quienes lograron una serie de conquistas en materia de condiciones laborales (Leyton 1986). Sin embargo, se hace necesario formular la pregunta sobre los motivos que llevaron al Estado, técnicos, empresas y productores rurales a concentrarse exclusivamente en el pino en lugar de intentar el manejo sustentable del bosque nativo. En efecto, no sólo se constata la existencia de especies indígenas que demuestran crecimientos similares a los del Pinus radiata, sino que además su madera alcanza precios 2-4 veces más elevados que la madera del mismo pino (Cavieres et al. 1983, Lara 1992, CODEFF 1992, Leyton 1986). A ello se agregarían los beneficios ambientales y sociales que resultarían del uso de especies indígenas. De acuerdo con CODEFF (1983) la respuesta puede encontrarse en: "...un estilo de desarrollo que correspondiendo a intereses y mercados externos, olvida y desprecia las potencialidades de los recursos forestales existentes, destruyendo a fin de crear los recursos solicitados por dichos mercados. . . [L]as razones de la no utilización de este recurso no están en su potencialidad, que es bastante alta, sino en problemas de comercialización, falta de incentivos estatales, inexistencia de un modelo tecnológico de manejo..." El modelo de la dictadura Los defectos iniciales del modelo basado en el monocultivo del pino, se vieron agravados durante el período de la dictadura de Pinochet que se inicia en 1973. A pesar de que la dictadura definió su política económica como enmarcada en el modelo "neoliberal", esta filosofía de libre empresa no fue aplicada al sector forestal, donde fueron notorios los subsidios desproporcionados del estado para las grandes empresas y la inversión directa orientada a la exportación (Lara & Veblen 1993, Leyton 1986). Los impactos negativos de las plantaciones fueron agravados y los positivos fueron limitados. La situación es resumida por Leyton (1986) de la siguiente manera: "Los dos períodos estudiados (1965-1973 y desde 1974 a la fecha) revelan estilos divergentes en cuanto a la distribución de los excedentes y a la participación en la toma de decisiones. En la actualidad se advierte una extraordinaria concentración de la propiedad, de los medios de producción, del comercio y de las decisiones, en manos de un escaso número de empresas pertenecientes a los tres grupos económicos más poderosos del país. En cambio han sufrido un deterioro considerable las condiciones de los pequeños propietarios y de los trabajadores forestales que han quedado marginados de los beneficios del crecimiento de la economía pinera. Las políticas públicas en vigencia no han favorecido a los estratos mayoritarios de la sociedad rural, sino que se han convertido, en buena medida, en mecanismos de transferencia de recursos fiscales hacia las grandes compañías forestales de la zona del pino insigne". Es así que los activos del estado en materia de tierras, plantaciones e industrias fueron rápidamente vendidos a precio de ganga al sector privado, otorgándole de esta forma un enorme subsidio para colocarlo en condiciones competitivas en el mercado internacional. El estado, que había asumido la iniciativa y los riesgos de una inversión a largo plazo como la forestal (por ejemplo, plantando 420.000 hectáreas de árboles en el período 1963-1973), entrega al sector privado los frutos de su esfuerzo, justo en el momento de comenzar a obtener los beneficios de la misma (Gómez & Echenique 1988). De acuerdo con Cruz y Rivera (1984), "El actual poderío de las grandes empresas forestales se basa en el capital público, puesto que se originó en el traspaso a precios deteriorados de la infraestructura industrial y de las plantaciones". Las grandes empresas utilizaron la diferencia para pagar por la plantación de árboles y para el mantenimiento de las plantaciones. Como señala Antonio Molina, presidente de la Confederación de Campesinos "La Voz del Campo", lo que las grandes empresas forestales "ganan hoy día les llega sin que les haya costado nada" y son ellas y no los campesinos quienes se benefician (Chile Forestal 1.1993). Además, entre 1973 y 1979 la dictadura devolvió a sus anteriores dueños alrededor de 4.000 predios que habían sido expropiados por la reforma agraria del gobierno anterior. Esta medida, que redistribuyó el 28% del total expropiado en el país, favoreció el desarrollo de la gran explotación dedicada a la actividad forestal (Leyton 1986). De forma similar, no fueron los actores actualmente propietarios de las plantaciones quienes afrontaron las inversiones en las grandes plantas de pulpa y papel, sino que lo fue "el Estado, directamente a través de la CORFO, o bien, con el aval del Estado ante el requerimiento de empresas transnacionales vinculadas muy favorablemente con proyectos privados del país" (Leyton 1986). Algunos de los conglomerados agroindustriales más importantes traspasados a los principales grupos económicos del país son los siguientes: La actual empresa Celulosa Arauco y Constitución, cuyas dos plantas de pulpa (ARAUCO y CELCO), que estaban en manos del estado, fueron vendidas en 1977 y 1979 a la Compañía de Petróleos de Chile (COPEC), la empresa privada más grande del país. Forestal Arauco, la séptima mayor empresa del país, que ya en 1976 era propietaria de 64.000 hectáreas de plantaciones, fue adquirida ese mismo año por COPEC. INFORSA, con una planta de celulosa, una de papel y miles de hectáreas de plantaciones, fue adquirida al Estado en 1976 por el Grupo Vial (uno de los tres mayores grupos económicos de Chile) (Cruz & Rivera 1984). No conforme con ese traspaso "a precios deteriorados", la empresa privada presiona y obtiene otra serie de incentivos de parte del Estado. Dichos incentivos van desde los subsidios directos a la plantación (75% del costo), el manejo (subsidios para podas y raleos) y la administración (vigilancia, cercados), hasta el asegurarle mano de obra barata mediante la prohibición de la actividad sindical y la represión del movimiento obrero y campesino. Dentro del marco del modelo de desarrollo actual, que privilegia a los poderosos en desmedro de los más débiles, esta política ha sido exitosa. Hoy el sector forestal chileno se ha convertido en uno de los principales ejes de la economía chilena y en 1991 sus exportaciones de pulpa, papel y fibra de madera totalizaron el 5% del total exportado (IIED 1995). Su industria de la celulosa es considerada ya a nivel internacional como un gigante juvenil (Swann 1993) y está bien posicionada para vender al creciente mercado asiático. El retorno a la democracia en Chile no ha aparejado cambios sustanciales en la política forestal del gobierno (Lara 1992; Lara & Veblen 1993). La política forestal chilena ha recibido apoyo de organismos internacionales de crédito como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y de otras agencias multilaterales. Por ejemplo, la investigación forestal ha sido promovida a través del programa "Investigación y Desarrollo Forestal", financiado por la CONAF, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la FAO. En 1991 se inició un proyecto para desarrollar un Plan de Acción Forestal para Chile, una iniciativa apoyada por el Banco Mundial y la FAO, que promueve la inversión forestal y vincula los intereses de los consultores y la industria forestal transnacional con los de las elites empresariales y los departamentos forestales del Sur (Leyton 1986). Durante los últimos años se ha producido un cambio de importancia, con la incorporación del eucalipto (en particular el Eucalyptus globulus), destinado fundamentalmente a la producción de pulpa química para la exportación. El proceso, iniciado básicamente en 1988, ha sido muy rápido. Se pasó de unas 8.000 hectáreas plantadas ese año a una plantación anual de 17.000, 29.000, 34.000 y 41.000 hectáreas respectivamente en los años subsiguientes. Este rápido desarrollo se origina en los buenos precios que se paga por la madera pulpable y las astillas, así como por su rápido crecimiento, superior al del tradicional pino radiata y al hecho de que este último está teniendo problemas sanitarios, lo que lo convierte en una inversión riesgosa. Las plantaciones de eucaliptos están reemplazando tanto bosques nativos como cultivos agrícolas y praderas (Cerda et al 1992, Cabaña 1993, Rada 1992). El interés por el eucalipto por parte de empresas chilenas y japonesas surge a partir del proyecto Santa Fé (que incluye a Shell, Scott Paper y Citibank), que construye la primera planta de pulpa en base a madera de eucalipto (y adquiere simultáneamente la plantación más grande de eucalipto existente en Chile) (P&PA 5.1991). Los inversores japoneses pasan, de ser meros exportadores-importadores de astillas, a invertir masivamente en plantaciones de eucaliptos en Chile. Se estima que subsidiarias de Itochu, Daio Paper, Mitsubishi Paper, Sumitomo Corporation, Nippon Paper y otros, plantarán anualmente entre 10.000 y 16.000 hectáreas de eucaliptos, apuntando a exportaciones anuales de entre 3,5 y 5,6 millones de toneladas a principios de la próxima década. Se preven similares ritmos de plantación de eucaliptos, tanto por las empresas que ya tienen plantas de pulpa (CACSA, CMPC y Santa Fé), como por parte de nuevos grupos que se plantean la instalación de otra planta de pulpa en base a esta especie (Andinos y Forestal Ace) (Rada 1992). Consecuencias socioeconómicas y ambientales Los beneficiarios La mayor parte de los beneficios y el apoyo otorgados por el gobierno al sector forestal durante las décadas de 1970 y 1980 fueron a parar tan sólo a unas pocas empresas. Estimaciones recientes indican que cuatro grupos económicos son propietarios del 40% del total de plantaciones forestales y dan cuenta de casi el 70% de las exportaciones forestales. Otros siete grupos de empresas, controlados por capitales extranjeros, poseen el 9% de las plantaciones y el 10% de las exportaciones forestales (Cabrera 1989, citado por Lara & Veblen 1993). Dos de los grandes grupos económicos, Matte-Alessandri y Angelini, controlan casi el 50% de todas las plantaciones de pino insigne existentes en el país. Además, desde 1975 hasta la fecha, las corporaciones forestales "han venido adquiriendo tierra a particulares que sumada a las cuantiosas superficies adquiridas en las licitaciones abiertas por Instituciones del Estado, les han permitido concentrar enormes áreas de bosques" (Gómez & Echenique 1988). A ello se agrega que las empresas forestales pertenecientes a los tres grupos económicos más importantes del país (grupos Vial, Cruzat Larraín y Matte-Alessandri), no sólo poseen las plantaciones, sino que también son propietarios de las principales plantas de celulosa y papel del país, así como de otras instalaciones industriales, tales como aserraderos, fábricas de madera aglomerada, de envases, etc. (Cruz & Rivera 1984). Estos grupos pueden así coordinar la plantación, la explotación,, la transformación industrial, el transporte y la comercialización (Leyton 1986). La producción de pulpa está concentrada en cinco grandes plantas y la industria en su conjunto está dominada por dos grandes empresas, la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones (CMPC) y Celulosa Arauco y Constitución (CACSA), con una participación significativa de una tercera empresa, Forestal e Industrial Santa Fé (Swann 1993). CACSA es propiedad de la Compañía de Petróleos de Chile (COPEC), controlada por el empresario chileno Anacleto Angelini. Angelini está asociado a Carter Holt Harvey de Nueva Zelanda, que a su vez es controlada conjuntamente por la International Paper Company de los Estados Unidos y por Brierly Investments de Nueva Zelanda, empresa que es también responsable por la toma ilegal y la degradación de tierras públicas en Tailandia a través de su plantación con eucaliptos (ver capítulo 12). CACSA opera las plantas de pulpa Arauco I y II y Constitución, con una capacidad combinada cercana a las 850.000 toneladas anuales, lo cual significa que abastece un 3% del mercado mundial de pulpa (Swann 1993). En 1992 fue el principal exportador del país, por un valor de 314 millones de dólares (PPI 11.1993). Por su parte, CMPC opera su propia planta de celulosa en Laja, con capacidad para 315.000 toneladas anuales y está asociada a Simpson Paper (EEUU) en otra planta de 315.000 toneladas en Mininco (Celulosa del Pacífico) (Papermaker 8.1993). CMPC es propietaria de casi 415.000 hectáreas de tierra, la mayor parte de las cuales están plantadas con pinos (PPI 8.1993). Forestal Santa Fé es una empresa donde Royal Dutch Shell (Anglo-Holandesa) es propietaria del 60% del capital accionario, mientras que Scott Paper y Citicorp (EEUU) poseen el 20% cada uno. Santa Fé opera una planta de pulpa con una capacidad instalada de 240.000 toneladas anuales, de las que Scott Paper (actualmente asimilado a Kimberley-Clark), se compromete a comprar entre el 40 y el 80% de su producción (Swann 1993). Por su parte, la empresa suiza Cellulose Attisholz posee 25.000 hectáreas de pino radiata y otras 100.000 hectáreas de tierras aptas para plantación y toda su producción de pulpa es exportada a Europa Occidental (PPI 11.1993). La orientación exportadora de la industria y política forestales chilena también beneficia a las grandes empresas papeleras del Norte, que requieren cantidades crecientes de materia prima barata para mantener e incrementar el actual nivel de consumo. Alrededor del 60% de la producción chilena de pulpa, principalmente química, se exporta (Cerda et al 1992). Más de las tres cuartas partes de esta exportación tiene por destino a los países del Norte y a los "tigres asiáticos", siendo Europa por lejos el principal cliente (FAO 1994). Como resultado de su política de apoyo indiscriminado a las grandes empresas nacionales y extranjeras, el gobierno chileno ha logrado convertir al país en uno de los productores de pulpa de menores costos del mundo (Shell/WWF 1993; P&PA 5.1991). De acuerdo con un estudio del Banco Mundial, los costos de producción de rollizos de pino en Chile (desde la forestación hasta su transporte a los puertos de exportación), son tan sólo del 30 al 50% de los costos habituales en Estados Unidos y los países escandinavos (citado en Messner 1993). Estos bajos costos, como veremos más adelante, no toman en cuenta los altísimos costos sociales y ambientales que subyacen a los mismos. En otras palabras, el pueblo chileno subsidia a los consumidores del Norte. Chile es también un importante exportador de otros productos forestales. De los más de 400 productos forestales que exporta, los principales siguen siendo la pulpa y los productos no industrializados o con escaso grado de transformación, tales como rollizos, chips y madera aserrada. Sus principales mercados son Asia (en particular Japón) y Europa, siendo también importantes América del Sur y los Estados Unidos (Cerda et al 1992). Los perjudicados Las poblaciones rurales chilenas no sólo no se han visto beneficiadas por este "desarrollo" forestal, sino que su situación ha empeorado en comparación con la situación anterior al desarrollo de las plantaciones. El presente modelo de desarrollo forestal es incluso hoy visto por muchos campesinos como una amenaza para su sobrevivencia (Otero 1990). Tan es así, que un dirigente cooperativista campesino, ha manifestado su deseo de cambiar el logotipo de las cooperativas, pues simboliza al pino, que es un enemigo de los campesinos de la zona (Leyton 1986). La actividad forestal, lejos de generar más empleo, ha sido la causa directa de expulsión de campesinos y asalariados del campo. Los censos de población, prueban fehacientemente que las comunas con mayor superficie cubierta por plantaciones, son las que han expulsado una mayor proporción de campesinos, mientras que en el extremo opuesto, las comunas agrícolas del valle central, dedicadas a los cultivos tradicionales, no expulsaron población agrícola (Leyton 1986). Incluso se reconoce oficialmente que "la pobreza, si bien es un fenómeno de larga data, se ha visto agravada por fuertes migraciones rural-rural y rural-urbanas, producto del proceso expansivo de la silvicultura moderna" y que las "zonas con alta concentración de plantaciones registran los efectos de la migración rural forzada, con altos niveles de pobreza y de marginación" (PAF 1992 Informe Síntesis). En una primera instancia, los campesinos emigran hacia zonas rurales aledañas, para trasladarse después a zona urbanas, proceso que va acompañado de un incremento en los índices de alcoholismo y prostitución (Lagos 1993). Incluso han surgido en forma espontánea poblados ubicados en terrenos públicos a orillas de caminos, de ríos o de antiguas líneas férreas. Por las condiciones de vida allí imperantes, se los ha calificado como "poblaciones callampas forestales" (villas miseria) (Cruz & Rivera 1983, Leyton 1986). Los orígenes de este éxodo campesino surgen por varias causas: Cuando las empresas forestales adquieren fundos antes dedicados a la actividad agropecuaria, lo primero que hacen es despedir a la mayoría de quienes allí trabajaban. En un fundo donde antes trabajaban 260 campesinos, luego de los despidos sólo quedaron 14. En otro fundo sólo queda un trabajador (empleado como guardabosque), de los 120 que había antes (Leyton 1986, Equipo de Pastoral Campesina 1993, CODEFF 1994). El cierre de numerosos aserraderos pequeños y la concentración y modernización de la industria en unos pocos, grandes y altamente mecanizados aserraderos, ha significado la pérdida de un número aún mayor de empleos rurales. Los trabajadores rurales que buscan nuevos empleos en el sector forestal deben emigrar a los poblados, puesto que es allí donde los empleadores contratan a los trabajadores. Las empresas forestales ven en los campesinos que habitan las áreas forestales un peligro potencial de incendios, por lo que, a través de diversos mecanismo coercitivos, los impulsan a emigrar. Las empresas matan a los animales domésticos de los campesinos (Cruz & Rivera 1983), cercan los campos (Equipo de Pastoral Campesina 1993, Leyton 1986), cortan los caminos de acceso y los excluyen deliberadamente como fuerza de trabajo. Es así que muchos minifundistas y pequeños parceleros se ven obligados a vender sus tierras a las empresas forestales (Equipo de Pastoral Campesina, 1993). Excepcionalmente, las empresas han estado tan deseosas de deshacerse de los pobladores locales, que han llegado incluso a ofrecerles por sus campos más que su valor de mercado (CODEFF 1994). Los impactos ambientales generados por las grandes plantaciones también han sido causa directa de expulsión de población rural. En muchos casos, los campesinos se han visto privados de agua para sí o para sus animales. La sustitución del bosque nativo por plantaciones de pinos y eucaliptos, han restado a los pobladores rurales un conjunto importante de elementos que formaban parte de su sistema de vida, tales como leña, maderas, frutos comestibles, fibras, tintes, miel, hongos, forraje, caza, plantas medicinales, etc. (Otero 1990, CODEFF 1992). La aplicación de herbicidas y plaguicidas por parte de las empresas forestales, se constituyen en un factor de riesgo para la salud humana y de muerte de animales domésticos (Cruz & Rivera 1984, Cavieres & Lara 1983). La ocurrencia de grandes incendios forestales es otro factor de expulsión. En 1988, por ejemplo, se incendiaron más de 18.000 hectáreas de plantaciones en la región del Bío Bío, que resultaron en la quema de unas 80 viviendas y en la evacuación de las poblaciones de la zona (Otero 1990). Otro motivo que explica la hostilidad popular hacia el nuevo modelo forestal, radica en las malas condiciones de vida y trabajo en el sector a que se ven sometidos quienes no han sido forzados a abandonar el campo. Estas condiciones son fundamentalmente el resultado del cambios generados por el golpe militar en las relaciones de poder entre las empresas y los trabajadores. Por ejemplo, el excedente de trabajadores resultado de la emigración rural, unido a la represión desatada contra el movimiento sindical organizado y la ausencia prácticamente total de protección legal de los trabajadores en materia de salarios, horario de trabajo, condiciones de trabajo, seguridad laboral, etc. (Federación 1988), permitió que las grandes empresas forestales impusieran un sistema basado fundamentalmente en la actividad de empresas subcontratistas. Bajo este sistema, las empresas forestales despiden a la mayor parte de su personal permanente, manteniendo un número reducido de funcionarios dedicados a tareas de administración y supervisión (Gómez & Echenique 1988) y contratan a empresas subcontratistas para la realización de la mayor parte de las tareas forestales. Por ejemplo, la empresa forestal Crecex tiene sólo el 2.3% del personal permanente que requiere (unos 2000 trabajadores), mientras que el resto es contratado temporalmente a través de subcontratistas. Los subcontratistas (generalmente pequeñas empresas), compiten entre si, para lograr los contratos y reducen al mínimo sus costos, el principal de los cuales es el de la mano de obra (Leyton 1986). La falta de unidad entre los trabajadores promovida por el sistema de subcontratación, unida a la alta tasa de desempleo, el poder político de las grandes empresas y las restricciones legales a la organización sindical, han tenido como consecuencia la baja de los salarios a niveles mínimos. No llama la atención que el desarrollo forestal tuvo su mayor impulso durante el período de feroz dictadura que sufrió Chile a partir del golpe de estado de 1973. La represión que se desató entonces, desarticuló al movimiento popular y posibilitó el desarrollo de un mercado laboral "libre", que permitió que las empresas obtuvieran grandes ganancias, fundamentalmente a partir de una baja de salarios (Leyton 1986). Además, los trabajadores zafrales carecen de seguridad laboral y en su inmensa mayoría trabajan sin contrato, sin ninguna protección contra el despido, sin derecho a las negociaciones colectivas y sin ningún tipo de seguro de vejez. Los trabajadores contratados informalmente son despedidos al cabo de algunas semanas o meses al terminar la tarea asignada al subcontratista y deben volver al paro, a esperar que se les ofrezca otro nuevo trabajo (Federación 1988). José González Castillo, presidente de la Confederación Nacional de Trabajadores Forestales de Chile, estima que el 75% de los trabajadores forestales se desempeña en empleo precario, con contratos a plazo fijo, bajo el arbitrio de los contratistas (Chile Forestal 5.1993). Pese a que se calcula en 100.000 el número de trabajadores vinculados al sector, las jornadas totales trabajadas demuestran que la ocupación, en términos de empleo permanente, no alcanza a más de la mitad de estos trabajadores (Cruz & Rivera 1983). La mayoría de los subcontratistas no proveen a sus trabajadores con equipos de seguridad, obligándolos incluso a proveer sus propias motosierras. Como señala Leyton (1986), "La condiciones de vida en los campamentos están a un nivel mínimo de subsistencia. Las viviendas no tienen servicios higiénicos ni pisos muchas veces. Normalmente están construidas de madera cortada allí mismo, sin pulir y carecen de las más elementales comodidades. . . . se trabaja desde las seis de la mañana hasta las ocho de la noche en las faenas de plantación . . . A lo anterior se agrega el sistema de pulpería, que consiste en la venta de artículos de primera necesidad por el contratista a los trabajadores de los campamentos. Estas ventas se hacen sin transacción inmediata de dinero, sino que se registran para realizar los descuentos el día de pago. Estos descuentos pueden llegar fácilmente al 60% o 70% del salario del trabajador, por el recargo en los precios que imponen los contratistas". Un sindicalista sostiene incluso que esa situación implica una mejoría con respecto a la situación durante los primeros años del golpe de estado, cuando "la mayoría dormíamos en el bosque a cielo raso, en cualquier temporada del año, bajo la lluvia, en la suciedad y con el frío. No llama entonces la atención de que desde tiendas sindicales se califique a los subcontratistas como "mercaderes de esclavos del siglo XX" (Federación 1988). Todo lo anterior fue en beneficio de las grandes empresas, que sin embargo ahora aparentan, con increíble cinismo, sorprenderse ante "la baja productividad" de los trabajadores forestales chilenos. Para responder a esta "preocupación", la Universidad de Concepción encaró una serie de estudios "para determinar si son características orgánicas o problemas sociales los que explican la baja productividad del trabajador forestal". A nadie le podrá extrañar que "descubrieron" que los trabajadores forestales chilenos tienen una capacidad física (aeróbica) muy similar a la de los suecos y superior al promedio de la población laboral chilena. Sin embargo, debido a la mala alimentación y a condiciones sanitarias deficientes, sólo utilizan el 27% de su capacidad, mientras que los operarios europeos trabajan a 50% de su capacidad (Leyton 1986). En un trabajo publicado por el Instituto Forestal (INFOR) y la Corporación de Fomento de la Producción, se reconoce implícitamente que el modelo chileno de desarrollo forestal genera impactos ambientales que hasta ahora han sido externalizados. Se dice que: "El aumento de la oferta exportable. . . y sus consiguientes beneficios económicos y sociales, permitirá a nivel del país y de las empresas individuales, compensar además, eventuales gastos e inversiones para mitigar el impacto ambiental que las actividades silvícolas e industriales pueden provocar" (el énfasis es nuestro) (Cerda et al, 1992). Tres de tales impactos serán aquí analizados: sobre la biodiversidad, el agua y los suelos. Biodiversidad El primer gran impacto obviamente radica en la propia desaparición de amplias áreas de bosques nativos como consecuencia directa de su sustitución por plantaciones industriales de pinos y eucaliptos, a través de cortas totales o mediante la utilización del fuego. Unas 50.000 hectáreas de bosques nativos desaparecieron en dos de las principales regiones forestales entre 1978 y 1987 (Regiones VII y VIII) y también desapareció casi la tercera parte de los bosques de la costa en la VIII Región para su conversión en plantaciones de pinos (Lara & Veblen 1993). Esta conversión ha tenido un fuerte impacto en lo que respecta a la supervivencia de algunas especies vegetales y animales. Entre ellas se citan tres especies arbóreas (Nothofagus alessandri, Gomortega keule, Pitavia punctata) y una arbustiva (Berberidopsis coralina), endémicas de las regiones VII y VIII, que se cuentan entre las 10 especies leñosas registradas como en peligro de extinción (Lara 1992). Comunidades vegetales nativas, que contienen entre 20 y 158 especies de plantas vasculares, son sustituídas por plantaciones, cuya densidad impide el desarrollo de vegetación acompañante (Lara & Veblen 1993; Schlatter & Murúa 1992). Las especies animales también han sido devastadas. Las plantaciones de pino sin manejo de la zona central son descritas de la siguiente forma: "...En el piso, un verdadero césped de agujas caídas de color café anaranjado. De vez en cuando se podían observar hongos -especialmente después de una lluvia- y uno que otro matorral. La fauna era muy escasa, los bosques amusicales de aves y sin presencia de anfibios. La ausencia de reptiles y mamíferos era completa. Sólo en zonas de orilla, franjas cortafuego y claros del bosque se evidenciaba alguna presencia mayor de vida" (Schlatter & Murúa 1992). De acuerdo con la Corporación Nacional Forestal, las grandes extensiones cubiertas por monocultivos forestales han puesto en mayor peligro a distintas especies silvestres tales como el pudú, la guiña, el zorro chilote, la comadrejita trompuda, el huemul, el monito del monte y la ranita de Darwin entre otros (CODEFF 1992). Obviamente que las plantaciones favorecen a algunas especies. El carácter homogéneo de las propias plantaciones permite que tales especies logren encontrar alimento en ella, transformándose rápidamente en una plaga capaz de aniquilar plantaciones enteras. Por ejemplo, dos especies de ratones de campo, acostumbrados a comer raíces, se adaptaron exitosamente a comer pino debido al cambio en su medio ambiente. Esto se tradujo, en algunas zonas, en mortandades de hasta un 30% de los pinos. En los últimos años ha aparecido en Chile la polilla del brote (Rhyacionia buoliana), que consume por dentro los brotes y obliga al pino a emitir otros, perdiendo crecimiento, direccionalidad y quedando, por debilitamiento, propenso al ataque de hongos que provocan su muerte Los hongos Diplodia pinea (que produce principalmente muerte apical) y el Dothistroma pini (provoca la caída de la acículas), constituyen enfermedades graves para las plantaciones, en tanto que un insecto, el palote (Bacunculus phyllopus), también afecta a los pinos, consumiendo sus acículas y entorpeciendo el proceso de fotosíntesis (Otero 1990). La aparición de este tipo de problemas sanitarios constituye un grave peligro para las poblaciones locales que han pasado a depender económicamente de la producción forestal (Otero 1990). Otras especies también pueden convertirse en un problema. Por ejemplo, como señalan Schlatter & Murúa (1992): "La introducción de plantaciones de pino modificó la estructura de la vegetación de modo que se imposibilita la nidificación de aves e impide el deplazamiento del zorro al interior del rodal. Los roedores y conejos, especies competidoras, han aumentado en número provocando daños en plantaciones jóvenes de pino con el consiguiente perjuicio económico a las empresas forestales". Las empresas entonces apelaron a la utilización de productos químicos, que no sólo envenenan a los conejos, sino también a aves, mamíferos y otras especies. Estos envenenamientos provocan una fuerte disminución de la fauna, en especial de los carnívoros, encargados de regular la población de herbívoros. Se produce de este modo una alteración en el equilibrio natural, que facilita el aumento de los conejos, creando de este modo un ciclo sin fin (Cavieres & Lara 1983). Los herbicidas (incluyendo uno que contiene un componente del Agente Naranja) también son utilizados en las plantaciones jóvenes para el control de las malezas, lo que indudablemente constituye otro factor importante en la reducción de la diversidad de la flora y fauna nativas (Lara 1992). Otro elemento que resulta perjudicial para la biodiversidad está constituido por la utilización del fuego como método de manejo. Cavieres y Lara (1983) observan que con el uso del fuego: ". . . muere quemada la casi totalidad de la fauna existente en el área en sus diversas etapas de desarrollo: huevos, crías, adultos, etc. . . Pero no sólo se matan poblaciones completas de diversas especies, sino también, mediante acciones de este tipo, se les destruye el hábitat y microhábitat (madrigueras, nidos, etc.), situación que se mantiene largo tiempo o a veces en forma indefinida". Un ejemplo importante -y simbólico- de pérdida de diversidad debido al uso del fuego es ejemplificado en la provincia de Bío Bío, por el copihue (flor nacional chilena), "cuya presencia en el área de estudio se ha visto fuertemente disminuida por los roces [fuego], existiendo en la actualidad sólo algunos escasos y débiles ejemplares" (Cavieres & Lara 1983). El proceso de sustitución de la vegetación nativa por plantaciones, también conlleva un empobrecimiento del paisaje en su conjunto. La diversidad natural es sustituida por la homogeneización. La diversidad de vida en todas sus manifestaciones, cuyo resultado es un paisaje de características únicas, es transformada en la monotonía del paisaje uniforme, compuesto por hileras ordenadas de una sola especie de pino. En un estudio reciente, se demostró que las plantaciones de pino eran menos atractivos para los turistas que las áreas de bosque nativo (CODEFF 1992). Los suelos Con cada nuevo estudio se acumulan pruebas de que las plantaciones industriales son un factor importante en la degradación de suelos. Dicha degradación se atribuye a varios factores. En primer lugar, a diferencia de los bosques nativos, las plantaciones de pinos tienden a extraer del suelo más nutrientes de los que le devuelven, debido a la ausencia de un proceso rápido de humificación. Por lo tanto, provocan una disminución paulatina de fertilidad de los suelos (Gayoso, citado en CODEFF 1992). El rápido crecimiento de las plantaciones en Chile se debe "entre otras razones, a la existencia de una gran cantidad de nutrientes generados por el bosque nativo", lo cual ha hecho posible "plantar pino insigne en forma compacta logrando velocidades mayores de crecimiento que en su medio original" (Cruz & Rivera 1983). La escasa humificación se debe a su vez a un conjunto de factores, entre los que se destaca la acidificación del suelo provocada por la plantación de pinos, que impide el desarrollo de los microorganismos que intervienen en la descomposición de la materia orgánica. Si bien esta acidificación favorece la instalación de nuevas formas de microfauna, destacándose distintas especies de hongos que son esenciales para que el pino pueda absorber los nutrientes del suelo, estos hongos no son capaces de producir humus (Cruz y Rivera 1983). Es decir, que el proceso de empobrecimiento del suelo se acelera por un más rápido crecimiento de los árboles. Además, como lo admite un apologista de las plantaciones, "después de dos o tres rotaciones hay una fuerte pérdida de algunos nutrientes, como el boro, siendo necesario fertilizar" (Cruz & Rivera 1983). Las plantaciones de pino deben por ende ser tratadas, incluso bajo la óptica de sus defensores, como "un cultivo intensivo y tiene que ser llevado técnicamente tal como la agricultura maneja anualmente sus cultivos". (Cruz & Rivera 1983). En otras palabras, las plantaciones de pinos son el equivalente forestal de la Revolución Verde en la agricultura, cuyos impactos negativos han sido ampliamente descritos por Vandana Shiva (1991a). La erosión es otra fuente de degradación de suelos en las plantaciones. La corta de bosques nativos y la quema del material leñoso restante, deja al suelo sin protección durante los dos o tres primeros años de la plantación, lo cual resulta en una intensa erosión en el período de fuertes lluvias invernales (Lara 1992, Cavieres & Lara 1983). Lo mismo sucede después de la cosecha final, cuando la totalidad de los árboles son cortados y se realiza la quema de los residuos de la explotación. Como señala Otero (1990), "estudios realizados por CONAF en la VII región muestran que la práctica de quema de residuos, tal como se realiza en la actualidad en más de 10 mil há de la zona, genera una pérdida de suelo que fluctúa en un rango que va de 35 a 566 ton/há/año, en circunstancias que la pérdida tolerable máxima para suelos forestales no debiera ser superior a 4 ton/há/año". Este proceso, agrega Otero, se agudiza aún más en terrenos montañosos, donde la quema de residuos puede provocar la pérdida de entre 5 y 20 cm del perfil del suelo, lo que representa entre 500 y 2000 ton/há/año. A ello se agrega que "cuando un bosque se explota, los caminos de penetración y el arrastre de los troncos cuesta abajo abren profundas huellas por las cuales las lluvias del siguiente invierno arrastran la capa superficial del suelo y las acículas no descompuestas" (Cruz & Rivera 1983). Los partidarios de las plantaciones, citando las insignificantes pérdidas de suelo en ciertas plantaciones no intervenidas, a veces concluyen que las plantaciones son el método más eficiente para la recuperación de suelos (Endlicher 1988, citado por Otero 1990). Sin embargo, tales argumentos son irrelevantes, dado que la mayor parte de las plantaciones de pino en Chile obedecen a criterios comerciales, por lo que su instalación y manejo están orientados a extraer madera de las mismas al mayor ritmo posible. El agua El tipo de desarrollo forestal implementado en Chile hace que se esté llegando "a grado extremos de peligrosidad en términos de inundaciones o escasez de recursos hídricos en el plano local" (Leyton 1986). Las plantaciones industriales (y los procesos industriales asociados), afectan el agua de dos formas: generan modificaciones en el ciclo hidrológico y provocan contaminación. Existen numerosas pruebas de que las plantaciones de pinos provocan cambios de importancia en el régimen hídrico de las cuencas. De acuerdo a estudios realizados en 1991 por Anton Huber (citado en CODEFF 1992), un árbol adulto de pino insigne evapotranspora, es decir libera a la atmósfera, un 60% más de agua que un árbol adulto nativo. Además, el suelo bajo las plantaciones de pino tiene escasa capacidad de absorción del agua de lluvia, puesto que la gruesa capa de acículas sin descomponer, a menudo impide que el agua siquiera llegue al suelo. Como explica un guardabosques de una de las zonas donde se implantaron grandes extensiones de pinos, la capa de humus de un bosque nativo está permanentemente húmeda y se pueden encontrar allí gran cantidad de arroyuelos e hilos de agua. En cambio, el piso de la plantación de pinos permanece seco la mayor parte del año. Incluso después de las lluvias no se aprecia una gran humedad, la cual sólo se observa en la superficie de la capa de acículas, pero a 10 cms de profundidad la capa se mantiene seca (Cruz & Rivera 1983). Como concluye Huber en su estudio: "Plantaciones de pino en paños extensos y continuos, han producido un gran desecamiento de los cursos de agua. Las vertientes más pequeñas desaparecen y disminuye, por consiguiente, el caudal de esteros y el abastecimiento de agua para poblaciones rurales". En algunas áreas existen ejemplos de vertientes que se secan luego de haberse implantado las grandes plantaciones y que reaparecen al ser cortados los árboles. En algunas zonas los pozos se secan durante los meses de verano y los campesinos se ven privados de agua para su consumo y el de sus animales. Incluso ciudades como Angol enfrentan problemas de abastecimiento de agua ocho años después de la instalación de las plantaciones que la circundan. En algunos casos, los campesinos han debido abandonar sus hogares por haberse quedado sin agua. Además, como el suelo bajo las plantaciones de pino tiene escasa capacidad de absorción del agua de lluvia, ésta se desliza rápidamente por las laderas de los cerros, provocando anegamiento en los valles (Cruz & Rivera 1983). El creciente uso de fertilizantes, herbicidas y plaguicidas por parte del sector forestal conduce incuestionablemente a la contaminación de los cursos de agua. La erosión ha resultado en altos niveles de turbidez en las aguas (Otero 1990), lo que en algunos casos las inhabilita para su uso como bebida (Cavieres & Lara 1983). Las industrias que se abastecen de las plantaciones de árboles también obviamente contaminan el agua. Como resultado de la instalación de una planta de pulpa, por ejemplo, la ciudad turística de Constitución ha sufrido la contaminación de sus playas y sus recursos pesqueros costeros se han visto afectados (Cruz & Rivera 1984). El modelo de desarrollo forestal implementado en Chile constituye un ejemplo de un tipo de desarrollo socialmente regresivo y ambientalmente insustentable. Este tipo de desarrollo, que se dio en el marco de una dictadura militar, que brindó su apoyo a los grandes grupos económicos y al capital transnacional, ha generado miseria, despojo y explotación. Las plantaciones forestales no sólo han fracasado en reducir la presión sobre los bosques nativos, en mejorar la conservación de suelos y aguas o en promover el empleo y el desarrollo social, sino que además ha dado lugar a una creciente artificialización de los ecosistemas, en particular a través del uso de agroquímicos, que generan problemas aún mayores a los que pretenden resolver. El "boom forestal", ensalzado a través de las estadísticas de exportaciones y de producción industrial, ha tenido además como resultante la disminución y aún la desaparición de gran parte de la sociedad rural chilena. Como dice Badilla (Equipo 1993), "la historia se vuelve a repetir. En el pasado fueron los pueblos indígenas los que vivieron el despojo de sus tierras; hoy vemos lo mismo con la gente campesina". Mientras se promueve el modelo fabril de las plantaciones industriales monoespecíficas, los recursos forestales nativos continúan siendo ignorados o depredados, debido a que su manejo sustentable no se adapta a los intereses económicos de una pequeña minoría de poderosos, chilenos o extranjeros, aunque redunde en beneficio de las mayorías, presentes y futuras, del pueblo chileno. Para los campesinos chilenos, el avance de las plantaciones de pino y eucalipto parece entonces constituir el "avance de un ejército verde" (Equipo 1993). |
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